luns, 3 de setembro de 2012

Venecia, 5: Malick se autoinmola con la tomadura de pelo cósmica To the wonder

por José Luis Losa

Lo presenciado ayer en el Lido, el acto de megalomanía que, en mi opinión, llega hasta la falta de respeto al espectador y que firma Terrence Malick como To the Wonder es una de las experiencias más irreales que este crítico haya vivido en un festival de cine en cerca de tres décadas. Visionaba en su pase matinal el caleidoscopio de imágenes de este acto de arrogancia totalitaria y me sentía progresivamente ofendido, en la medida en la que mi impresión es la de que se estaba atentando contra mi inteligencia, seguramente corta de miras para alcanzar a comprender algo de esa función de no-cine que entra más en el terreno de la crónica de sucesos que en de la crítica cinematográfica. Considero inmanejable realizar una catalogación artística, ni siquiera somera, de algo que no puede ponerse bajo esa lupa porque su propia inexistencia como obra fílmica la sitúa más cerca de la necesidad de un análisis patológico que de las bondades o deficiencias de una película.

Trataré de explicarme: algo hay de anómalo en el, llamémosle así, “fenómeno Malick”, cuando a la hora de valorar una de sus creaciones, quien lo hace parezca sentirse intimidado para expresar el rechazo y la repugnancia ética que, en mi caso, su deriva me provoca, porque existe la sensación de que con ello no se está el cronista limitando a analizar un filme sino a atacar la sensibilidad de las personas que sí disfrutan y aureolean lo que últimamente filma este hombre. Por remontarme al origen del problema, no tengo ninguna duda de que estos lodos provienen de aquellas poluciones de adoración nocturna de un amanecer en Cannes de 2011, cuando nació The tree of life. No creo ser subjetivo si afirmo que la suerte de aquella proyección se jugó en un terreno enfangado por el maximalismo, en una tensión tauromáquica o incluso de credos, que dio lugar a una religión, muy respetable, y a una heterodoxía para la que no hubo hoguera pero no por falta de ganas.

A mí The tree of life me provocó un distanciamiento marciano, un malestar creciente en mi consideración de que se me quería colar de matute como obra trascendente una empalagosa impostura. Pero, dentro de mi disconformidad, que expresé de manera sonora como otros muchos cuando Malick ascendió a los cielos con los créditos finales, creo que en esa película existían elementos para el debate. Igualmente opino que del debate “oficial”, el del jurado de Cannes, salió una decisión libre, la de conceder la Palma de Oro a la película, en la que se catapultó la bola de fuego que es la que nos ha llevado a que en la mañana del domingo, en el Lido, pudiésemos vivir una situación del disparatado calibre de avalancha del nonsense que es To the Wonder.

En sus casi dos horas de metraje, Terrence Malick hilvana una sucesión de planos en donde aparecen, de manera esencial, una pareja, Ben Affleck y Olga Kurylenko, y un cura, Javier Bardem. De ese continuum de imágenes deducimos que Affleck y Kurylenko sufren una crisis y una ruptura, y que él encuentra el consuelo junto a una amiga de la infancia. También sabemos, porque Bardem nos lo afirma, que “a la derecha está dios, a la izquierda está dios, arriba está dios, abajo está dios” (sic). En este remix tan sutil de la yenka y de Barrio Sésamo van a confluir buena parte de las lanzadas irónicas que tenga que sufrir, que está padeciendo ya, el mártir y cineurgo Malick. Pero a mí no me molesta que To the Wonder alcance esas cumbres para la chanza; aún más, me preocupa que esas verdades de Juan Palomo oculten la gravedad real de la “patología Malick”. Bajo el discurso de depurar la progresión antinarrativa hasta hacer desaparecer por completo cualquier atisbo de relato, yo lo que atisbo es que, con los 112 minutos de To the Wonder, en una sala de montaje cualquiera de nosotros sería capaz de desestructurar 56 spots publicitarios de Yves St Laurent, Evax, Meeting, Myrurgia, Durex Extrasensitivo, Danacol, Radio María, Hablar por hablar, Sanex, Seguros Santa Lucía, Bofrost, Mitsubishi Pajero… y corto, porque si quieren más consejos publicitarios no tienen más que pasarse por taquilla cuando alguien se atreva a estrenar en sus cines To the Wonder y escuchar atentamente los consejos de Javier Bardem: a la derecha está dios…

Mi impresión ayer noche en Venecia, después de que To the Wonder hubiese atentado con tres pases para la crítica y la industria, encierra un optimismo antropológico. La impresión, o tal vez sea el wishful thinking, de que Terrence Malick puede haberse sometido ayer a una autoinmolación. Este cronista firmaría a ciegas hacerle a Malick un hueco en el santoral siempre que me garantizasen que este clima insano que en mi opinión provocan sus guapas alucinaciones ha llegado al non plus ultra con la ofensiva italiana.

Kitano se cansa de sí mismo en Outrage beyond

Por si la jornada no hubiese ya dado de sí para todos los decibelios del cabreo (se hizo bien sonoro el abucheo en el pase matinal del Lido), llegó Takeshi Kitano y se marcó una pájara. Realmente no es ya cosa de última hora. Hace ya tiempo, sin duda al menos desde que Kitano se sintió Fellini por un día y se filmó en aquel narcisismo parvo llamado Takeshis, que el japonés venía dando síntomas de agotamiento. Lejanos ya los días de salvajismo naïf de Sonatine y también aquel periodo en que maduró, se hizo adulto y ofreció tres obras tan diversas y poderosas como Hanna-Bi, Kikujiro y Zatoichi, el más reciente trabajo de Kitano antes de Venecia, Outrage, dejaba intuir ya un cansancio de sí mismo, algo así como esos cómicos televisivos (de ahí viene el origen de Kitano) que en su día bordaron las faenas pero que, con los años, salen ya al escenario desaliñados y como en play-back.



Pues en Outrage Beyond, que es la película que el autor trajo a la Mostra, lo que huele como la sangre es que Kitano no está ya cansado, es que tiene hartazgo de su sombra. Y así, su thriller de yakuzas, que formalmente es una secuela de su film anterior, en realidad se plasma en un desganado remedo de lo que fue el género en sus manos. Apena ver a Kitano sesteando dentro de la pantalla y tras las cámaras, como hilvanando una de esas recopilaciones de grandes éxitos maleadas no ya por el autor original sino por una chapucera orquesta de música para elevadores.

Outrage Beyond es torpe, su pereza es tal que da la sensación de carecer de guión, toda la estructura parece entregada a un mecanicismo soporífero y ni siquiera la composición de los planos de violencia, otras veces tan bien coreografiada, se salvan de esa postura descuidada, ratonera, de vagancia exasperante que preside el film. Y como queda claro que Kitano no se soporta a si mismo, parece razonable sugerir que tampoco nos haga a los cronistas sufrir su pereza y que, a falta de nada mejor, se acomode de “tumbao” en su cacareada office.

1 comentario:

  1. Un servidor sin puta idea de cine3 de setembro de 2012, 16:07

    Resumen de tu post:
    (Opulenta verborrea pedante) Estoy indignado (Verborrea...Verborrea...) Malick es un mierdas (Verborrea...Verborrea...Verborrea...) que asco de Malick (mucha más verborrea pedante)... Malick muerete.

    Por qué digo esto? pues por que entré aquí por un retweet de un amigo y pensé que sería algo interesante y me encuentro con semejante bazofia y me pone de tan mala leche que me tengo que desahogar de algún modo.
    Para quien escribes... para tu ego... pues lo haces bien.

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