Curtas Vila do Conde cumplió veinte años y lo celebró otorgando más peso que nunca a la producción portuguesa, no sólo en la competición sino también a través del reforzado Campus/Estaleiro, que promovió la producción de documentales realizados por Pedro Flores, Luís Alves de Matos, João Canijo (multitudinario el estreno de Obrigação) y Graça Castanheira, a los que se sumarán en breve Gonçalo Tocha y el dúo de cineastas João Rui Guerra da Mata y João Pedro Rodrigues. Esta mayor presencia del cine nacional tuvo su reflejo en el palmarés, que incluyó hasta cuatro filmes: A comunidade de Salomé Lamas, simpático retrato de lo cotidiano de un camping como espacio de libertad domesticada; A cidade e o Sol de Leonor Noivo, típico ejercicio deambulante con la pérdida de un ser querido como eje; Os vivos também choram de Basil da Cunha, ficción con giros oníricos sobre un trabajador portuario y su anhelo de marchar a Suecia que puede verse como una representación (quizás un poco tosca) del Portugal de hoy; y el mejor de todos los vistos en el festival, la “película de zombies” del ya citado João Pedro Rodrigues, Manhã de Santo António.
Después de una larga noche de fiesta, la más popular de Lisboa, multitud de jóvenes regresan a sus casas, resacosos. Salen del metro (literalmente del subsuelo) y caminan como autómatas, con movimientos perfectamente coreografiados; no se detienen ante ninguna clase de obstáculos, son los coches los que frenan ante ellos, y a su paso incluso saltan las alarmas. En una escena emblemática, una muchacha avanza hacia un estanque contemplando su imagen reflejada en el móvil y acaba por hundirse completamente en el agua. En estas imágenes perturbadoras hay un inteligente diálogo con el género fantástico, pero lo más importante es como Rodrigues rehuye el peligro potencial de una visión reaccionaria y nihilista de la juventud. Antes al contrario, el director reconoce la distancia ya insalvable que lo separa y juega con la contradicción permanente, esencial en esa edad, entre la reivindicación del ego y la necesidad de integrarse (y diluirse) en el colectivo; de afirmarse como individuo y “diferente” y, a la vez, asumir una identidad como parte de un grupo. Como rezan los versos de Pessoa que cierran de forma harto elocuente el corto, si no vas a bailar es mejor no ir al baile, “estar allí sin estar”.
Quedó sin premio el otro gran filme portugués de Vila do Conde, también con toque fantástico, diríase que post-apocalíptico, Sinais de serenidade por coisas sem sentido, sublimación del talento poco común de Sandro Aguilar para crear obras hipnóticas (y con frecuencia, este es el caso, ininteligibles). El triunfador fue, con fácil consenso, A story for the Modlins, brillante (no del todo) falso documental de Sergio Oksman. A partir de material fotográfico y videográfico encontrado literalmente en la calle, y con la colaboración como guionistas de Emilio Tomé y Carlos Muguiro, Oksman fabula sobre el retiro español de la familia americana del título y sus inquietantes proyectos artísticos. Por novelesca que sea una vida, lo que queda de ella, al final, puede no ser más que un conjunto de objetos tirados a un contenedor de basura.
Martin Pawley. Publicado no número 8 (setembro de 2012) da revista Caimán Cuadernos de Cine.
Ningún comentario:
Publicar un comentario