Venecia homenajea a Michael Cimino e imprime la leyenda de "Heaven’s gate"
por José Luis Losa
Segunda jornada en el Lido con un nivel que va sembrando algunas dudas sobre el a priori colosal nivel de la sección oficial. Fría acogida tuvo la primera de las dos películas de la competición procedentes de Francia, y que venía precedido de un rum-rum que apuntaba que era mejor que algunas de las cintas francesas presentadas en Cannes. Falso rumor. Superstar viene firmada por Xavier Giannoli, chico mimado dela crítica francesa y autor de dos films vistos en Cannes, Los cuerpos impacientes y A’l origine que recuerdo tan vagamente que casi resbalaron por mis retinas. Superstar es lo menos pretencioso de la breve filmografía de Giannoli. Obra pequeña pero honesta, que indaga en los peligros del salto de un desconocido al estrellato mediático. Hace tres meses pasaba en Cannes Reality, de Mateo Garrone, con la cual el film de Giannoli tiene una base argumental en apariencia similar pero que parte de premisas opuestas. Reality mostraba el sueño de un tipo vulgar por alcanzar la fama presentándose a Gran Hermano. Superstar revela la pesadilla de un hombre banal que, contra su ferrea voluntad, el circo de los mass-media y las redes sociales convierte de manera instantánea en la figura del año. Hay que decir en favor del film de Giannolli que sabe bien que transita por un terreno, el de la manera en la que la carpa de la televisión-basura crea, deglute y excreta ídolos, que otros ya pisaron de modo visionario hace casi cuarenta años (Sidney Lumet, en esa obra colosal y premonitoria que es Network). Por eso, es verdad que Superstar suena a algo ya visto y mucho mejor contado (sin ir más lejos, en el film de Woody Allen que se estrena este mes), pero tampoco Giannoli carga las tintas en intentar hacer cine de tesis. Por debajo de su superficie tópica, archisabida, sobre los monstruos que crea la fama en la era del Youtube, Superstar va esbozando, en la periferia de su algarabía mediática, un tierno retrato de perdedores, de callejón de las almas perdidas donde van a parar los juguetes rotos de la fama. Y ahí brilla especialmente el talento de Kad Merad y de Cecile de France. Seguro que ese doble fondo donde Superstar encierra esencias estimables quedará ahogado por la idea-fuerza de que esta película la hemos visto ya un centenar de veces lo cual es, en buena medida, cierto, pero no abarca la totalidad de un film que mejora y se crece fuera del aparato foco central donde danzan los trileros del negocio televisivo.
También se esperaba mucho de una película de cine negro y violencia extrema, The Iceman, que dirige un joven de origen israelí, Ariel Vromen, con un insoportable aire de primero de la clase. The Iceman, basado en la figura de uno de los más prolíficos liquidadores del crimen organizado, da toda la impresión de ser un vehículo para el lucimiento de Michael Shannon, actor emergente que bordaba su brote paranoico en Take Shelter, y al que se ve que ya han encumbrado haciéndole flaco favor. El registro de Shannon como hombre de dos caras, asesino serial desalmado y nihilista, y amantísimo esposo y padre de familia digno del show de Te quiero, Lucy es tan desangelado y mecanico como el propio guión de la película, cuya subtrama de juego de tronos entre gang mafiosos se percibe revenido, indolente, plano. Me fatiga la violencia rala de The Iceman, que es como una apisonadora sin sentido del ritmo. Celebro el renacimiento de Winona Ryder, constatado ya en Cisne negro. Cada vez que ella aparece en la pantalla, y eso que el papel que le toca en suerte es el arquetipo de comprensiva esposa de un liquidador, desaparecen del plano Michael Shannon y su banda de matarifes. Y Winona pone sordina a esa metálica rutina de metralla y nos busca un respiradero por el que huir de tanto ruido y tanta furia estulta como la que hace insufrible The Iceman.
La tercera película a concurso del día tiene delito. Se titula At any price y resulta inexplicable su presencia en el Lido y, para mayor desconcierto, compitiendo con lo más reciente de Malick, De Palma o Paul Thomas Anderson. Sus maneras son de tv-movie de la vieja escuela, aunque su director sea un joven, Ramin Bahrani, que se ve que artísticamente ya ha nacido fiambre. Se trata de una tragicomedia de ambiente rural, en la América Profunda, centrada en una familia de vendedores de semillas que preside con malas mañas Dennis Quaid. Tal vez el hecho de que su hijo díscolo sea el icono teen-ager Zac Efron pueda explicar la existencia de este despropósito en donde, en medio de trifulcas menores, de infidelidades que activa la siempre genuina Heather Graham, de gamberradas pueblerinas, se cuela de pronto un asesinato. No pasa nada. El muerto (a martillazos) al hoyo y la familia de Dennis Quaid (pobre hombre, qué racha; así se explica su perpetua sonrisa de cartón) a servir barbacoas en este engendro que, por contraste, podría lograr que Rústicos en Dinerolandia pasase por un melodrama de Douglas Sirk.
La leyenda de Michael Cimino
Esta Mostra vivió ayer uno de esos momentos de celebración del cine en forma de tributo a un autor gloriosamente maldito. Michael Cimino fue uno de los talentos mayúsculos de aquella generación de cineastas de los 70 tan atinadamente recordada en un ensayo de Peter Biskind. Cimino estrenó en 1978 El cazador y Hollywood se rindió a sus pies. El director no se quedó corto y se propuso poner en pie un western novecentista, un friso histórico de western con resonancias que iban de Visconti a Peckinpah, pasando por Walsh. Aquel film, Heaven´s gate, pasaría en efecto a la historia pero no por su gigantesco nivel creativo (negado en su estreno) sino por hundir económicamente unos estudios, la United Artist. Lo que se hizo con Heaven´s Gate es una de esas páginas negras del negocio del cine. La versión del director, de 215 minutos, se redujo a un metraje de 138 y se estrenó así, truncada, incomprensible, sepultada durante décadas. Va a hacer treinta años de aquella masacre artística. En ese tiempo, Cimino, tocado ya del ala, fue de fracaso en fracaso hasta desaparecer en 1996 despues de rodar Sunchaser. Y solo salió a la luz hace muy poco, con una imagen transexualizada, como si el tifón que supuso ese fenómeno de la naturaleza hecho cineasta, precisase de una reinvención hasta en lo más íntimo.
Su reaparición ayer en el Lido, con el estreno de la versión restaurada de esa obra maestra absoluta, desmedida, homérica, que es Heaven´s gate, con todo su metraje al completo, dio lugar a un acto de reparación histórica con una ovación cercana a los diez minutos ante la que Cimino se emocionó visiblemente. Seguro que en su fuero interno pensaría en la paradoja de esta rara Europa que viene ahora a entronizarlo por algo por lo que en Hollywood fue poco menos que lapidado. Pero la leyenda, con Kris Kristofferson bailando un vals junto a Isabelle Huppert, con Jeff Bridges y Christopher Walken rememorando el tal como éramos, se imprimió por fin en la pantalla del Lido. Heaven’s Gate ocupa ya su lugar entre los hitos de la creación cinematográfica universal y, en unos meses, cada aficionado podrá rememorar ese momento en la anunciada edición en DVD de la restauración de una de las mayores heridas infligidas por Hollywood a uno de sus hijos.
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