por José Luis Losa
Cambió la climatología en Donosti. Finalmente llegó la borrasca largamente anunciada y con ella, un barrido de cine prescindible. Se rompió la racha de bonanza cinéfila y ayer afloraron los paraguas, se enfrío el hasta ahora encendido ambiente de festival. No hubo vía de escape porque ninguna de las tres películas que se presentaron en la competición nos va a servir para recordar sus imágenes y sobrellevar mejor este miércoles en el que la huelga general convocada en Euskadi deja el festival en casi total stand by, con los servicios mínimos de una única película a concurso en el Kursaal.
La primera de las tres propuestas de cine con predominio de ganga llegó con The dead and the living, film de la realizadora austriaca Barbara Albert, quien en la última década ha tenido una presencia intermitente y no especialmente destacada en el circuito de festivales internacionales. La película que Albert presentó en San Sebastián no la va a hacer subir de la segunda división B. En The dead and the living, la cineasta aborda el tema de la memoria de los campos de concentración, a partir de las pesquisas, bastante torpes, de una joven para escudriñas en el currículum pasablemente nazi de su difunto abuelo, que ejerció como tropa en Auschwitz. Claro, cuando uno toca esta cuestión no es para ponerse estupendo e investigar esa fosa séptica de la historia del siglo XX con un punto detectivesco casi irritante por pueril. Sobre la memoria de los lager, de la shoah, han filmado imágenes indelebles Alain Resnais o Claude Lanzmann. Tampoco era cosa de exigirle a Barbara Albert el alcanzar esas cotas. Pero no tiene mucho sentido estructurar un film en torno a aquella sima del mal después de la cual, como dejó dicho Hannah Arendt, “la poesía carecería ya de sentido” y hacerlo a modo de expediente X del bueno del abuelito. Hubo en la sala hasta a quien le pareció elegante este The dead and the living, y el film recibió una breve salva de aplausos, que están baratos.
La segunda película de la jornada, The Attack, venía precedida de una cierta carga de conocimiento previo. La firma el libanés Ziad Doueiri (autor de dos películas, West Beirut y Lila dice que gozaron de una para mí incomprensible buena aceptación en Cannes o en Sundance) y está basada en un best-seller de Yasmina Khadra en el que se cuenta cómo los mártires integristas de la bomba adosada al cuerpo no siempre salen de la marginación de los territorios ocupados por Israel, sino que en ocasiones surgen de las clases acomodadas con domicilio en Tel-Aviv. Pero esa extravagancia requeriría de una precisa explicación, de un detallado análisis del personaje que es capaz de abandonar una existencia privilegiada para hacerse reventar en nombre de la lucha de los oprimidos. Y esa ausencia de profundización, esa pretensión de obtener carta de verosimilitud sin antes ofrecer credencial narrativa de ningún género es la que hace que The Attack caiga en la inconsistencia más absoluta. Un médico árabe perfectamente integrado en la sociedad israelí descubre que su esposa, cristiana y sofisticada, se ha autoinmolado con explosivos para provocar una carnicería. Él tarda una media hora de metraje en aceptarlo. Nosotros, a quienes, además, el embaucador Ziad Doueiri nos ha servido antes unos engañosos flash-backs donde ella parece la dama de un anuncio de Nivea, no podemos permitir que el centro de la historia sea el noqueado viudo, tratando de descubrir en su viaje a Cisjordania las razones de ese acto de violencia y autodestrucción extremas. Resulta evidente que el personaje cuya historia precisa ser contada para que el filme cobre sentido es el de la mujer. Pero el director y guionista parece quedarse satisfecho dejando caer que la causa de ese acto brutal es la poca atención que le prestaba el atareado marido a la esposa devenida suicida terrorista. Me cabrea esa banalidad de planteamiento argumental que desmonta cualquier acercamiento racional a la que tendría que ser médula de la historia: ese nunca explicado proceso o salto del ángel de una dama de buena sociedad de Tel-Aviv dispuesta a despedazarse en nombre de la yihad.
El día lo remató con no muy buenas maneras la china Emily Tang, otra cineasta que juega en las categorías inferiores de los festivales de cine y que en All Apologies da cumplida cuenta de por qué esto es así. El film, basado en hechos reales que configuran un melodrama de pie muy forzado, narra el accidente que provoca la muerte al único hijo de una pareja que no puede sustituir al difunto con un nuevo embarazo porque ella se ha ligado las trompas. Y la decisión de su marido de violar a la esposa del responsable del siniestro para que ella les devuelva el hijo que han perdido. Dejo de lado la sordidez que parece presidir el sistema de valores de los personajes de All Apologies al dar por bueno que cualquier hijo es recambiable como una rueda pinchada. Pero aún aceptando este monstruoso canon emocional, lo que molesta del film de Emily Tang es la ñoñería que embadurna lo que debería ser naturalismo descarnado. Todo lo que sucede en la historia es verdaderamente espeluznante, pero pasado por el tamiz de esta cineasta especializada en cromos fílmicos, pierde toda su fuerza y cuesta mucho no desengancharse de sus 88 febles minutos. A este ritmo, Emily Tang no asciende de división ni aún fichando a Anquela.
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