Polémico palmarés que deja fuera a Cronenberg, Kiarostami y Leos Carax
por José Luis Losa
Michael Haneke se incorporó ayer a una privilegiada lista de directores, los que han tenido la oportunidad de ganar en dos ocasiones la Palma de Oro. Su nombre se sumó, con el triunfo de su sobrio drama de amor y muerte Amour, protagonizado por Jean Louis Trintignant y Emmanuelle Riva, a los de Coppola, Imamura, Kusturica, Billie August y los hermanos Dardenne, también triunfadores en dos ediciones del festival de Cannes. La Palma de Oro para Amour es una decisión poco atacable, política y artísticamente correcta, pero que deja un poso de “catenaccio”, de juego conservador por parte del jurado presidido por Nanni Moretti, al dejar fuera no solo ya del premio mayor, sino de cualquier reconocimiento en el palmarés al que ha sido gran título revulsivo de esta 65ª edición: la francesa Holy Motors, con la que Leos Carax apabulló la Croisette con un film totalmente imprevisible, libertario, provocador, cáustico y capaz de descolocar primero e hipnotizar después a los resabiados ojos de la crítica presente en Cannes.
En ese sentido, el Amour de Haneke es una obra de indudable elegancia y contención a la hora de tratar el amor en la vejez o la eutanasia como una decisión pasional y autónoma. Y es, también, un premio indudable para su pareja de actores, los veteranos y eminentes Jean Louis Trintignant y Emmanuelle Riva. Pero Amour, todo lo contrario que Holy Motors de Carax, es totalmente previsible, juega sobre bazas seguras, no genera debate ni renovación. Y de ella se ha hablado apenas en los pasillos de un festival que no ha parado de debatir sobre los films de Carax, de Cronenberg, de Kiarostami o del austríaco Ulrich Siedl, y que solo se ha acordado de Haneke para asumir que era la favorita en las quinielas.
Los premios concedidos por el jurado dejan ver en sus costuras, además, innegables chalaneos. A nadie se le escapa que el Gran Premio del Jurado para la fallida comedia italiana Reality, aggiornamento del neorrealismo en los tiempos de Gran Hermano, es algo que Moretti, presidente de ese jurado, habrá sacado con fórceps. Seguramente a cambio de ceder a la hora de entregar el premio al mejor director al mexicano Carlos Reygadas, por su muy abroncada Post Tenebras Lux. Es ésta la apuesta más ilusionante del palmarés. la de reconocer a esta obra que se tira sin red y explora la maldad como destino, el sexo como catarsis, con una secuencia grupal epatante, el surrealismo que conduce a un final que provocó aullidos en la Croisette. La lástima es que la sorprendente valentía de premiar a Reygadas no fuese más allá en otras decisiones.
Me parece un doble acierto reconocer a las actrices rumanas Cosmina Stratan y Cristina Flutur, la monja y su exnovia sometida a exorcismo de la excelente Beyond the Hills, con la que Cristian Mungiu, ganador de la Palma de Oro hace cinco años por Cuatro meses, tres semanas, dos días ofrece un apasionante film que logra transmitir al espectador el estado de abducción y de vivir fuera del tiempo actual en el que habitan los portagonistas de la secta ortodoxa de su película.
El premio al mejor actor para el danés Mads Mikkelsen, por su suplicio como inocente acusado de abuso de una menor en The Hunter, de Thomas Vinterberg, produce cierta frialdad. Mikelsen, uno de los actores de moda en el cine europeo está, como siempre, sólido dentro de un film irrelevante. Y había interpretaciones como la del japonés Tadashi Okuno en la agridulce comedia Like someone in love o, por encima de todo, el trabajo indescriptible de Denis Lavant, encarnando hasta a ocho personajes distintos, cada uno de ellos más arriesgado, que hubieran tenido más sentido. Pero, aunque la crítica fue apostando por el “Carax forever” según avanzaba elfestival, está claro que alguien en el jurado le puso una cruz.
Otro premio del Jurado para Ken Loach por su complaciente y tosca The angels' share, suena a decisión tomada en el siglo XX. Y la Cámara de Oro para nuevos directores, recibida por el norteamericano Benh Zeitlin por la post-apocalíptica Beast of the Southern Wild no hace más que dar más fuerza a la ola que ya venía de Sundance y que promete situar a este film como uno de los triunfadores de la próxima temporada.
La 65ª edición de este festival se cierra con sensación contradictoria. Nada hay contra el notable film de Haneke pero se podría haber apostado más fuerte. Hemos tenido una sección competitiva muy aceptable (con destacados para Cronenberg, Kiarostami, Mungiu, Carax o Reygadas), pero el bajísimo nivel de las secciones paralelas “Un Certain Regard”, la Semana de la Crítica y la Quincena de los realizadores ha hecho mella en la percepción general del nivel del cine aquí visto. Asistimos a momentos emotivos como el renacimiento artístico y, en parte, biológico, de Bernardo Bertolucci, con la muy interesante Io e te, pero el clima, afeado por tres días de borrasca, casi de galerna, insólitos en Cannes, enfrió la alfombra roja. Y, al final, como cada año, lo que no falla es el engranaje de esta máquina de relojería que es el festival. Porque, por encima de otras consideraciones, la Palma de Oro a Haneke, después de dos años algo traviesos, devuelve las aguas a su cauce y deja el caudal de Cannes 2012 a buen recaudo.
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