por José Luis Losa
Nicole Kidman lleva algún tiempo necesitando salir del “rabbit hole”, del estancamiento de una carrera que, en su caso, parece afectada por la falta de papeles para mujeres que no provienen de la fama televisiva y que ya han pasado los cuarenta. Cannes parece haber medido estos últimos días para convertirlos en “territorio Kidman”, ya que la actriz protagoniza dos de las películas de la recta final de la 65ª edición. En competición pasó hoy la actriz, coprotagonista del thriller The Paperboy. Y mañana se proyectará, fuera de concurso, Hemingway & Gellhorn, un producto de la HBO en el que la actriz australiana es la corresponsal en la guerra civil española Martha Gellhorn.
Sin duda, el plato fuerte de los dos para Kidman es el de The Paperboy, en la que encarna a una mujer que apoya a un condenado a muerte que espera cruzar la milla verde, y que encarna John Cusack. The Paperboy es una novela del interesante escritor de novela negra Peter Dexter (autor de los textos sobre los que se filmaron Paris Trout y Mulholland Falls). El proyecto y los derechos los tuvo en sus manos algún tiempo Almodóvar, para dar el salto a Hollywood con una película hablada en inglés. Al parecer, no se atrevió a imbuirse de los pantanos de Florida donde Dexter ambienta sus relatos, en este caso una historia de periodistas y abogados (Zac Efron y Matthew McConaughey, hermanos en la ficción) que tratan de hallar las pruebas que demuestren la inocencia del condenado. Y no sé cómo se le daría a Almodóvar esta adaptación a Florida. Probablemente mal. Pero lo peor es que, descartado Almodóvar, The Paperboy le fue encargada a Lee Daniels. Este hombre es uno de los responsables de dos de las horas más odiosas que he tenido que soportar en una sala de cine en el último lustro. Su delito se llama Precious, aquella nauseabunda sesión de populismo de corrala, de demagogia histérica, que triunfó en Sundance y puso al borde de un Oscar a su sufridora protagonista.
Detesto a Daniels. The Paperboy no hace que mi animadversión hacia él aumente. Es verdad que introduce en la historia componentes amarillistas, chocarreros o cursis que son de su cosecha. Que convierte los materiales de lo que podría ser un tórrido thriller judicial en algo mucho más blando. Pero no termina de destrozar el armazón narrativo de la novela. Hasta ahí no llega el histerismo tras la cámara del autor de Precious.
Pero el foco, más allá del glamour de la Kidman, estuvo ayer en el mexicano Carlos Reygadas. Es el autor de una de las felaciones cinematográficas más famosas y mayormente celebradas del cine reciente, la de Batalla en el cielo, película que me parece soberbia y que, cuando se estrenó en Cannes en 2005 provocó una bronca memorable. Como si los mismos que le abuchearon hace siete años le esperasen ayer, lo cierto es que el pase de su película a concurso Post Tenebras Lux acabó con otro abucheo considerable. Tengo la impresión de que a Reygadas le entusiasma la provocación. Porque su nueva película, una del todo heterodoxa representación del territorio del Mal, de la culpa, de la violencia, del sexo como expiación, parece diseñada para montar el isidrazo. Reygadas toma en Post Tenebras Lux muchas decisiones, algunas truculentas e impostadas, otras certeras en su generación de una atmósfera próxima al terror más insondable, el miedo a uno mismo y a la bestia que lleva dentro. Se hablará mucho de esta película, en el caso de que no nos la escamoteen en España. Se hablará de ese diablillo animado que hace su aparición como maestro de ceremonias de este teatro del pavor; se comentará mucho la secuencia de sexo colectivo en la sauna swinger, que es clave en el entendimiento del film y en modo alguno es gratuita reverberación del momento hardcore de Batalla en el cielo. Y, sin desvelarles lo que no debo, se dirá lo indecible de una apocalíptica cabeza humana que protagoniza el desenlace de la película. Seguramente la osadía surrealista de ese momento es lo que más incitó al pataleo del film en la Croisette. A mí, que asumo que en él hay tretas, exceso de megalomanía de autor, manierismo innecesario, me fascina el juego de Reygadas. Lo hizo en Batalla en el cielo, en menor medida en Luz silenciosa. Y ahora, en Post Tenebras Lux, le compro sus bajonazos o sus narcisismos, pero me encanta cómo juega Reygadas. Sobre todo frente a los abucheos de Cannes, que es que se crece.
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