por José Luis Losa
Esta 45ª edición del Festival de Cine Fantástico de Sitges tiene ya una aspirante a hacerse con el título virtual de ganadora del certamen. Y eso, en Sitges, no guarda relación estricta con el palmarés oficial del jurado. En este festival, que vive eminentemente para su público, es éste el que hace de altavoz colectivo que, mucho más hoy con la importancia de las redes sociales entre el perfil de edad del espectador de Sitges, es el que emite el veredicto que habilita las películas para su lanzamiento comercial. Esto es, por la programación de este festival pasan las películas de Leos Carax o David Cronenberg, que están entre las obras de mayor entidad del cine ya no fantástico, sino de todo género de este 2012 y apenas se mueve una butaca. Pero quienes se juegan realmente el pan en la sala de Auditori, centro del festival, ante los más de mil espectadores que llenan las proyecciones, son las películas que juegan en la liga del fantástico y el terror.
En ese sentido, cuando pasamos el ecuador de esta 45ª edición, ya hay una película que tiene toda la pinta de salir a hombros de la afición. Ya antes de su pase aquí, llegaban las mejores noticias acerca de la película norteamericana The Cabin in the Woods, tras su estreno en Estados Unidos y buena parte de Europa. Todas esas expectativas, que dieron lugar en la tarde del domingo al mayor aforo en el Auditori, se ven superadas al saborear el brillante, proteico giro de tuerca que su director, Drew Goddard, y su guionista y coautor, Johs Weddon (responsable de los libretos de filmes como Toy Story o series como Buffy cazavampiros, ambos plenos de sentido del humor) dan al subgénero del “slasher”. Porque el arranque del filme, con grupo de urbanitas trasplantados a una cabaña en la América Profunda, es sólo la primera capa de la cebolla del ingenioso juego de dos y hasta tres escenarios, en los que la película vincula el horror con su parodia, pero sin que ambos elementos choquen y se anulen, sino que se vinculen en un astuto mecanismo de vasos comunicantes que conviene no desvelar porque en su secreto y en la progresiva develación de esas capas de teatro del terror, y de su subversión a partir del distanciamiento orwelliano, reside la curva en alza de The Cabin in the Woods, en un continuo y honesto ejercicio de prestidigitación, consigue ir siempre un paso por delante del espectador. De esa manera, el climax que alcanza en sus minutos finales el film de Goddard y Whedon, se recibe como el fruto de un guión en estado de gracia, servido en una dosificación tan sabia como impropia del cine de terror actual. La presencia en la cabina de mando del show de actores de la entidad de Richard Jenkins o de Sigourney Weaver, en un cameo final memorable, son sólo guindas en esa torta de varios pisos, cada uno de ellos impecable, y todos en su conjunto mayestáticos, que van a hacer que The Cabin in the Woods se transforme, sin duda, en fenómeno sociológico y en vendaval de frescura dentro del espeso y poco imaginativo panorama del terror del siglo XXI.
El entusiasmo despertado por The Cabin in the Woods dio paso ayer a otro brote de gran cine de terror recubierto de una brillante y poco habitual capa de humor macabro, salvaje, políticamente incorrecto y, en ese sentido, vivificador. Ese recambio en el protagonismo del festival lo tomó la británica Sightseers, de Ben Wheatley. El nombre de Weathley logró ya situarse ante el foco el pasado año, con un thriller oscuro Kill List, que generó cierto culto aunque a este cronista no dejó de parecerle un film de fatua y falsa modernidad.
La misma distancia que me impedía conectar con lo que Ben Weathley me proponía en Kill List se troca en empatía con la negrísima Sightseers. Es cierto que esta provocadora función de pareja de recién casados erigidos en mezquinos y rapaces serial killers a lomos de su roulotte tuvo su gran plataforma en Cannes, en donde triunfó en la Quincena de los Realizadores. Pero que no sea Sitges el festival que descubrió este festín de mala baba no evita que el festival vaya a ser, seguramente, la vía de lanzamiento del film en nuestras salas comerciales. Y será entonces cuando haya que volver a hablar del tono vitriólico del film, de su macabrismo con sordina, de su banalidad del mal aplicada, por fortuna, a un film que consigue, por la espita de un humor seco y sardónico, que asistemos a un crescendo de atrocidades y las visionemos como si de las pequeñas vilezas de un episodio de “Los Roper” se tratase.
Junto a los dos aldabonazos de The Cabin in the Woods y The Sightseers, tuvimos también trompazos colosales. El más visible, el de Rob Zombie, dominador del cine de terror trash, un tipo con gran predicamento en Sitges, y quien con The Lords of Salem parece querer reivindicarse, más allá de las bromas terroríficas de trazo grueso, como “auteur”. Y su intento de enlazar la leyenda rica en brujas de Salem con el tiempo presente deviene tomadura de pelo, colapso de cine de vaciedad intolerable. Quién iba a decirle a Rob Zombie, tantas veces jaleado aquí, que una película suya iba a recibir abucheos ostentosos y poco menos que la catarsis del tomatazo.
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