Los premios a “Blancanieves”, Trueba y Sacristán hacen que el cine español salga reforzado
por José Luis Losa
Dos sorpresas de órdago desbordaron ayer de alegría Donosti. Una, que la Real ganase al Athletic; la otra, que un jurado del festival Internacional de Cine acertase a premiar, casi con exactitud, las mejores películas de la competición. Eran ya tantas las ediciones malogradas por conchas de oro otorgadas con criterios dañinos para el prestigio de este certamen, que quizás el Ayuntamiento deba pensar en tomar la decisión de nombrar hijos adoptivos de la ciudad a Ricardo Darín, Agustí Villaronga, Mia Hansen-Love o Peter Suschitzky.
La Concha de Oro para Dans la maison, que se entiende que es una película de más fácil consenso que El muerto y ser feliz, la otra gran obra de esta 60ª edición, es sólo la primera de una serie de decisiones atinadas: la de reconocer la citada película de Rebollo a través del Premio al Mejor Actor para José Sacristán es una manera sutil de premiar a la película en su conjunto, porque Sacristán está presente en cada poro del film. Me parece igualmente razonable que otro ejercicio de riesgo, no a la altura del de Rebollo, por supuesto, pero sí encomiable como es el de Pablo Berger en Blancanieves, salga del festival como una de las grandes triunfadoras, al recibir el Gran Premio del Jurado y el premio a la mejor actriz para Macarena García, con lo que iguala los dos galardones del film de Ozon, ganador claro del reparto al ver rebozada de cordura su Concha de Oro con ese reconocimiento al mejor guión, ese cáustico y perverso juego de roles a partir de una metaficción que convierte Dans la maison en una brillantísima historia para no dormir y, si hacemos un repaso del archivo histórico del festival, sin duda la mejor Concha de Oro por lo menos de este siglo.
Ya comenté que no conseguí conectar con lo que me parece frialdad estilística y argumental de El artista y la modelo. Dicho esto, me alegra que Fernando Trueba se haya llevado el premio a la mejor dirección, por todas las otras veces que sí merecía aplauso y no lo tuvo, por algunas películas de su filmografía que merecerán con el tiempo revisión para ser valoradas en justicia.
El cuarto film relevante de una sección oficial que ha resultado corta en títulos a concurso (solo catorce) y todavía menos estirada en la calidad de sus películas (defraudó Costa-Gavras, llegaron Ghobadi y Sorín, dos habituales vencedores en el Kursaal con sendas obras ínfimas, casi como pensando en ganar sin bajar del autobús) es el Foxfire de Laurent Cantet. A medida que pasan los días crece en mi memoria el poder magnético y perturbador de su wild bunch feminista y quinceañero, joven pero no alocado, basado en una novela de Joyce Carol Oates que estoy deseando leer para saber más de este episodio de atípica lucha armada en los USA. Pues bién, el palmarés, al igual que hizo con Sacristán, parece avalar la fuerza que emana de la inmersión norteamericana de Cantet al premiar a una de las actrices de su reparto coral, Katie Coseni, que es la voz en off, la memoria escrita de esta guerrilla.
El palmarés oficial lo completa un premio de fotografía para la narcisista y estomagante Rhino Season, del iraní Bahman Ghobadi. Aunque la calidad de sus imágenes viniese avalada por un genio de la luz como es Peter Suschitzky, a mí no me va a convencer de que la vacua plasticidad del film de Ghobadi merezca nada mejor que un portazo.
Conviene en esta ocasión poner también el foco en los premios de las secciones paralelas, porque en ellos anida buena parte del escaso cine para recordar de esta edición. El Premio Nuevos directores para la chilena Carne de perro nos permite hablar del más que notable film de Fernando Guzzoni, un acercamiento a una tipología de personaje hasta ahora inédito, el extorturador raso al servicio de la dictadura pinochetista, que vaga como un espectro, con el síndrome del Vietnam, después de la guerra interior perdida. Guzzoni ofrece cine correoso, pero sabe embridar bien la historia y huir del fácil grandguiñol de violencia final, para ir distribuyendo, de modo mucho más sutil, esta violencia en los márgenes de esta imposible historia de redención. En las menciones del jurado para esta sección de nuevos realizadores aparece otra de las películas eminentes vistas estos días. La iraní Parviz juega de modo insólito, con una capacidad para descolocar al espectador digna de elogio, a partir de un personaje marginal, y con el arma de un humor seco y progresivamente macabro que a ratos parece remitir al Azcona del desarrollismo.
El premio de la sección Horizontes latinos contribuye a hacerle un espacio en la foto a una espléndida película argentina dirigida por Armando Bo y producida por González Iñarritu. El último Elvis, triunfadora ya en el bonaerense Bafici es cine casi hustoniano en el afecto con el que se acerca a su singular perdedor vocacional, a mitad de camino entre Sangre sabia y Fat City.
Con el buen sabor de boca que debe de haber dejado en la organización del festival el palmarés concluye esta 60ª edición que arrancó como una ametralladora pero llegó a su ecuador transformada ya en pistola de agua. Como colofón, el quinto premio Donostia de la edición vino a afianzar mi opinión de que la presencia de Dustin Hoffman se bastaba para cubrir ese flanco. De hecho, ninguno de los otros cuatro galardonados hizo sombra a este titán de la interpretación que cerró el festival con su debut como director, la correcta y bienintencionada Quartet.
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