por José Luis Losa
Como viene siendo norma en las últimas ediciones, el 45º Festival de Sitges ha apostado por una película de inauguración de producción catalana. Si el año pasado la elegida fue Eva, de Kike Maíllo, premiada después en los Goya, ahora es de nuevo una opera prima, El cuerpo, de Oriol Paulo, la encargada de abrir las compuertas a diez días de cine que, como es también costumbre en este certamen que dirige Angel Sala, se caracterizan por una programación pantagruélica, inabarcable, para tomársela con calma y no desesperar ante la incapacidad para ver todo lo que se oferta.
Oriol Paulo, el debutante en la dirección con El cuerpo, tiene ya tablas en el género del cine de suspense. Es el guionista de Los ojos de Julia. Y con ella comparte no solo el género, el thriller más psicológico que sanguinolento, sino también una reverencia hacia la misma actriz, Belén Rueda. Si en Los ojos de Julia ella era la agonista ciega, la víctima de todas las sombras en la oscuridad, en El cuerpo, Belén Rueda preside la película desde el flash-back, ya que el film comienza con la desaparición de su cadáver de un tanatorio. Y de ahí, a partir de la investigación de un policía encarnado con solvencia por José Coronado, y del marido de la difunta, un Hugo Silva cuya presencia viene a responder esencialmente a esa idea de baby star-system español y la cuota de pantalla que se supone que su nombre debería arrastrar a las salas.
Valoro la contención del filme de Oriol Paulo a la hora de dosificar golpes de efecto y dejar que sea la evolución de la trama de suspense la que invite al desasosiego. Pero a mí personalmente El cuerpo me genera la misma frialdad que el ambiente de la morgue cuyo espacio es un protagonista más de la historia. Me interesa el tinte necrofílico, obsesivo, en el cual El cuerpo parece querer introducirnos: las obsesiones del marido, el fetichismo por las huellas o los últimos pasos de la desaparecida Belén Rueda. Pero es precisamente el guión, con el cual Oriol Paulo se estrenó en el oficio, lo que creo que impide a la película despegar, tomar una encarnadura definida, una personalidad propia. Todo termina por parecerme en El cuerpo peligrosamente próximo al cliché y, por supuesto, no encuentro ni por asomo similitud con algunos de los nombres (Allan Poe, Hitchcock) que se citaron en la rueda de prensa. Imagino que el filme cumple su función de inaugurar de forma pulcra esta 45ª edición. Y de sumarse a un ya subgénero, el del cine de tanatorios, que tiene su más activo cultivador en el nórdico Ole Bornedal.
Mientras en la alfombra roja del Auditori pasaba esto, donde realmente se cocía el cine más interesante era en las salas alternativas. Allí se proyectaba American Mary, firmada por dos hermanas, Jen y Sylvia Soska, que se han ido haciendo un nombre entre los amantes del underground insano y extremo. Ambos calificativos los cumple con creces este film que tiene un parentesco espiritual con el Crash de David Cronenberg o J. G Ballard, en cuanto a su fascinación por la carne herida, por las cicatrices y su parafílica sensualidad. En American Mary, la protagonista es una estudiante de medicina que se introduce en la cirugía ilegal y acaba dejando al Doctor Frankenstein al nivel de Madame Curie, si tomamos en consideración el nivel de ferocidad provocadora, los golpes de humor insertados en una película que va al límite, que explora algo más que el lado oscuro, que toca temas como el transgénero o la relación entre Eros y Tanatos y lo hace sin darse golpes de pecho, sin tomarse a si misma demasiado en serio. Y eso que es American Mary cine del que incomoda y, una vez asimilado, sigue dando vueltas en la mente su esencia transgresora, su paradójica elegancia bizarra.
Ha sido rodada en el anatómico forense pero, también en el tanatorio de la m30?
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