por José Luis Losa
De la intrincada red de películas a concurso en las diferentes secciones de este festival pantagruélico, la única idea clara que se podía concluir tras diez días y casi cuarenta películas en la competición era la de la radical e incontestable singularidad de una obra cumbre del cine de este tiempo, Holy Motors, de Leos Carax. Como decía, de manera bien gráfica, uno de los miembros del jurado en Sitges, Nacho Cerdá, Holy Motors jugaba en otra liga con respecto a el resto del celuloide trasegado en este certamen.
El que es, sin lugar a dudas, gran hallazgo cinematográfico del 2012, el film de belleza irredenta que convulsionó en el pasado mayo el festival de Cannes, salió de allí erigido en acontecimiento creativo rupturista pero ayuno de reconocimientos, ninguneado por un jurado pacato que pasará a la historia como aquel que no premió esta obra de avasalladora y visionaria personalidad. Ha tenido que ser en Sitges, con un jurado que reunía a dos directores catalanes, Judith Colell y Nacho Cerdá, con otros dos directores de serie Z, el italiano Lamberto Bava y el norteamericano William Lustig, más la actriz de la saga Star Trek Denise Crosby, donde se haya enmendado la plana, en el marco de un festival de cine de género, a los exquisitos y miopes jueces de Cannes. Y es así, que no deja de tener su miga que loosers como Bava o Lustig sean quienes pongan a Holy Motors en su único espacio natural, el de ganadora absoluta de esta 45ª edición del Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges. La película de Leos Carax no sólo obtuvo el premio a la mejor película, sino también el de mejor director, el de la crítica y el Melies D’Argent.
Sobre la inmensidad para alcanzar lo sublime desde el más radical status de cine de francotirador que posee el filme de Carax será necesario volver porque es una obra que abre vías de libertad y ensancha los caminos del arte narrativo para construir un multiprismático y fascinante manifiesto contra el sistema, una película declaradamente “situacionista”, que mueve a la catarsis en un tiempo tan necesitado de ella.
Una vez afirmada esa primacía plena de Holy Motors, el jurado tomó otras decisiones, unas más razonables que otras, pero todas aplacadas por esa sabia reparación hacia la película de Carax. Así, es poco comprensible que Jennifer Lynch salga de Sitges otra vez multipremiada por su thriller de enfermiza atmósfera Chained, merecedor del Premio especial del Jurado para Lynch y del premio al mejor actor para Vincent D’Onofrio por su medido registro del asesino en serie que adopta y educa como torturador al hijo de una de las mujeres a las que ha asesinado. Nada que objetar al reconocimiento a D’Onofrio (quizás el premiar a Denis Lavant, hombre orquesta de Holy Motors, hubiera sido ofrecer un palmarés en exceso monopolizado). Pero el galardón para Lynch, el que sitúa a Chained como segunda película del festival, no parece justo si se tiene en cuenta que es una obra flagrantemente desequilibrada: oscura y penetrante en su mirada directa y sin maquillajes al Mal, en su primera mitad, pero remisa y en retirada hacia clichés muy gastados en su desarrollo final, con una pirueta de guion que conduce a Chained hacia el siniestro total y al destrozo de su lógica interna anterior.
La tercera vencedora que sale del palmarés, la británica Sightseers, que se llevó el premio a su guion, preñado de un inobjetable humor negrísimo, macabro, y a su actriz, Alice Lowe, que es además co-guionista de esta comedia sobre un matrimonio a lo “asesinos de la luna de miel”, a lomos de su roulotte, no hace más que reconocer el excelente funcionamiento de este film de Ben Wheatley, reconocido ya en la pasada edición de este festival por la bastante discutible Kill List, pero certero en el tempo y en el tono de estos dos liquidadores que se parecen más a Los Roper o a Mr. Bean que a los psycho-killers norteamericanos al uso. Sightseers llegaba ya con el viento a favor tras su paso por la Quincena de Realizadores de Cannes, de manera que agranda el tono de segunda cámara con respecto al macrofestival francés de esta 45º edición de Sitges.
El palmarés lo completan los premios menores, a los efectos especiales y a la mejor fotografía, respectivamente para dos filmes de las cinematografías asiáticas de Hong-Kong, The viral factor, y Tailandia, Headshot, continente cuyo cine prima tanto este festival hasta el punto de conformar en él una sección propia.
En el resumen de esta 45ª edición cabe citar otro título que sale fortalecido tras comprobar lo celebrado de su inteligente funcionamiento como vuelta de tuerca al desgastado subgénero del “slasher”, The cabin in the woods, y el Premio del Público, otorgado al film norteamericano Robot & Frank, de Jake Schreier, con protagonismo de un descomunal Frank Langella.
Ese público, que mantiene los niveles de ediciones anteriores, parece seguir siendo una de las cartas que mejor juega el director del festival, Angel Sala, quien prima este punto por encima de otros como la promoción exterior del festival o la coherencia interna de una programación laberíntica e inabarcable, que no hace más que ahondar en la contradicción de la escasez de pantallas de exhibición, tan solo tres. Eso, la primacía del público y lo limitado de las infraestructuras del festival, es un conflicto que Sitges deberá plantearse más pronto que tarde para que los medios acreditados puedan habitar con comodidad en este certamen cuya predisposición caótica parece formar casi parte orgánica de su naturaleza.
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