mércores, 3 de marzo de 2021

Juan Antonio Porto, a conversa inacabada

por Miguel Castelo

Juan Antonio Porto era un deses galegos que nos últimos 60 iniciaba a súa andaina profesional en Madrid. Estudara un tempo antes na EOC, Escuela Oficial de Cinematografía, onde se diplomara en dirección. Coido que non rematara aínda 1970 cando apareceu pola súa cidade, na que adoitaba pasar as vacacións estivais coa súa familia no piso da rúa Pardo Bazán. Viña na compaña de Pedro Olea, con quen andaba a presentar aos medios informativos a primeira película de ambos, como guionista e director, respectivamente, El bosque del lobo. Un filme que J.A. Porto escribira adaptando a novela doutro coruñés, Carlos Martínez Barbeito, El bosque de Ancines. Era polo verán, cando eu facia un programa en Radio Juventud La Voz de La Coruña, que tiña os seus estudos no edificio modernista dos xardíns de Méndez Núñez, daquela cunha estrutura interior ben diferente á de hoxe. Non sei como entramos en contacto e ambos colegas achegáronse pola emisora para facermos unha entrevista que posteriormente se emitiría no programa cuxo título non lembro. Foi así como o coñecín persoalmente. Non tardando moito recuperei a súa figura, a súa voz de barítono e o seu particular modo de mover a boca desde o meu asento nunha aula do Instituto de Radio y Televisión, que compartía espazos coa EOC, na Dehesa de la Villa. Alí tiña tamén a súa sede, provisoriamente, a Facultad de Ciencias de la Información até que anos despois se trasladou ao novo edificio nos arredores do paraninfo. E naquela aula emprestada o profesor Porto falaba de guión cinematográfico ao alumnado da Rama de Imaxe e Son. E, como experto creador de historias, tiña o gusto pola palabra, falaba moito, ben e con grande entusiasmo. E cun moderado e elegante sentido do espectáculo, abandonando a súa cadeira, camiñando amodo, acenanado con mans e brazos e volvendo cara á mesa para sentar nun dos seus vértices. Amaba o seu oficio.

Fotografía: Mari Carmen López. Fonte: Academia de Cine.

Tiven o privilexio de ter moitas e amenas conversas co profesor Porto, por cabo amigo, pero a máis longa levounos medio día: a soleada mañá cando no seu coche viaxamos de Madrid a Ourense para participar nunha das edicións das Xornadas de Cine. Quedaramos a primeira hora ao pé do seu domicilio, se mal non lembro, na rúa Ardemáns, e desde que enfiamos a saída entramos con enerxía nunha feliz conversa ininterrompida. Tamén inacabada. O Festival de Cine de Humor, os cursos do CGAI, os paseos pola beiramar coruñesa ou os fortuitos encontros estivais nas inmediacións da praza de Vigo eran novas oportunidades para, arredor dun aperitivo ou un café, retomala. Ademais das cuestións da narración cinematográfica, a política ocupaba o noso tempo. Non en van, as súas historias están vistas desde a ollada dos perdedores. O tempo cinematográfico era para el nomeada preocupación. E, na fala, a característica principal do seu estilo a facilidade coa que pasaba do irónico ao solemne e viceversa. E aínda hoxe non sei con certeza que de un e outro había na súa aguda exemplificadora observación: Don Manuel, Don Manuel... ¿Qué es eso de Don Manuel? ¡En este país el único Don Manuel que ha habido es Don Manuel Azaña! Toda unha declaración de princípios que, unida ao seu numeroso e notable contributo á historia do cine, definen a un home apaixonado e cabal que viviu consagrado á arte de contar historias. Coa ferramenta da escrita de imaxes e sons. E coa palabra.

Artigo publicado orixinalmente en La Voz de Galicia, 26 de febreiro de 2021.

luns, 1 de marzo de 2021

Hechizo de Luna

Las variaciones de luz asociadas a las fases lunares podrían alterar (o no) el sueño humano.

* * *

Moonstruck (Norman Jewison, 1987)

¿Tiene la Luna algún impacto sobre la salud humana? Rotundamente, sí. Al menos, si vives en Tanzania. En el estudio de los registros gubernamentales de ataques de leones a seres humanos en este país africano, más de mil personas en poco más de veinte años, junto a las visitas a los sitios de esos ataques y las entrevistas con supervivientes o con familiares de las víctimas se fundamenta un fascinante artículo de 2011, Fear of Darkness, the Full Moon and the Nocturnal Ecology of African Lions (Packer, C., Swanson, A., Ikanda, D., Kushnir, H.). Los leones cazan sobre todo en completa oscuridad, así que la inmensa mayoría de los sucesos tiene lugar en las primeras horas de la noche, pero la probabilidad es mucho mayor los primeros diez días después de la Luna llena que los diez días precedentes: esas horas de negrura después del crepúsculo, antes de la salida de la Luna, resultan fatales para nosotros. La Luna llena resulta protectora, pero también anticipa que vendrán un par de semanas difíciles durante las cuales las panzas de los grandes felinos aumentarán de volumen, señal inequívoca de un mayor consumo de carne.

Hablar del posible efecto de nuestro satélite sobre la biología genera a menudo virulentas reacciones de los escépticos de guardia, no siempre con razón. No me refiero, por supuesto, a las fantasías esotéricas sobre influjos lunares tan frecuentes en algunas revistas, escritas por personas que solo distinguirían las fases por los dibujitos de los calendarios. Pienso, más bien, en el papel del ciclo lunar y sus variaciones de luz sobre la actividad de muchas especies. Aunque el Sol es la principal fuente de luz en la Tierra y en consecuencia la referencia fundamental para sincronizar los ritmos circadianos, no es desconocida la influencia de la luz de la Luna sobre invertebrados, anfibios, reptiles, aves y mamíferos, incluidos primates; una buena revisión puede leerse en Chronobiology by moonlight (DOI: 10.1098/rspb.2012.3088).

No tendría nada de extraño encontrar algún resultado parecido en humanos, pero eso pasa siempre por el escrutinio implacable del método científico. Una de las hipótesis más comunes es comprobar si hay alguna conexión entre el sueño y el ciclo lunar, y lo cierto es que en la literatura cronobiológica sobre esto hay votos a favor y votos en contra, lo que aconseja nuevas investigaciones. Las más recientes ocupan la portada de Science Advances del 29 de enero. Los autores de Moonstruck sleep: Synchronization of human sleep with the moon cycle under field conditions (Casiraghi et al.) afirman que en sus grupos de estudio «el sueño empieza más tarde y es más corto las noches anteriores a la Luna llena, cuando está presente la luz lunar después del crepúsculo». En la misma revista otro artículo apunta sincronías con el ciclo menstrual. Conviene, por supuesto, la cautela: una golondrina no hace verano, y mucho menos en ciencia.

Martin Pawley. Artigo publicado na sección "La noche es necesaria" da Revista Astronomía, nº 261, marzo de 2021.

luns, 1 de febreiro de 2021

¿Cuántas estrellas vemos en el cielo? 2ª parte

Estimaciones más realistas rebajan de miles a cientos las estrellas al alcance de nuestros ojos.

* * *

Adaptado de Cinzano & Falchi
Las características del sistema visual humano, que precisa un buen contraste entre un objeto y su contorno, marcan valores límite para el brillo de las estrellas más débiles que podemos llegar a distinguir. Por supuesto, esos valores dependen de la capacidad óptica del observador, que es muy variable entre diferentes individuos y en un mismo individuo a lo largo de su vida: no vemos igual a los veinte años que a los setenta. Esto es especialmente válido para la visión nocturna, que empeora de forma notable con la edad: la pupila se dilata mucho menos y en consecuencia entra menos luz en el ojo, el cristalino se vuelve menos flexible y transparente e incluso se reduce el número de bastones activos en la retina.

También importa, como vimos el mes pasado, el brillo del cielo provocado por la difusión de la iluminación artificial, que reduce el contraste necesario para que detectemos un punto de luz. Nos llegan los mismos fotones desde Marfik, en la constelación de Ofiuco, tanto si estamos en un centro urbano como en un lugar poco contaminado, pero su magnitud aparente, 3,82, la hace inalcanzable en el primer caso.

La pregunta que sirve de título a este artículo no tiene una respuesta ni única ni sencilla. De hecho, y por extraño que parezca, no hay estimaciones realmente buenas de cuántas estrellas podemos llegar a ver en un sitio determinado y las cifras que se suelen manejar, que quizá fueron siempre demasiado optimistas, han quedado obsoletas. No basta, desde luego, con tomar como referencia el cenit, que es siempre la zona del cielo de más calidad, y dar por supuesto que sus virtudes se extienden a todo el hemisferio, pues el brillo artificial es mucho mayor sobre el horizonte y en toda esa zona (y hasta una cierta altura) nos roba gran número de estrellas.

En un artículo publicado el año pasado, Toward an atlas of the number of visible stars (doi:10.1016/j.jqsrt.2020.107059), Pierantonio Cinzano y Fabio Falchi se propusieron obtener una cantidad más realista. Teniendo en cuenta diversos factores que inciden sobre la posibilidad o no de ver una estrella, como la altitud del sitio de observación y la extinción atmosférica a diferentes distancias del cenit, los modelos de propagación de la polución lumínica y los datos que proporcionan los principales catálogos estelares, los autores obtuvieron unos resultados para Italia bastante desoladores, que reflejaron en el mapa adjunto. Para un observador medio, la posibilidad de observar más de 1300 estrellas se reduce a algunos lugares de muy alta transparencia y mínima contaminación. En la inmensa mayoría del territorio transalpino las estrellas se cuentan como mucho por centenas.

El artículo apunta además un método para estimar el total de estrellas visibles mediante recuento directo en ciertas partes del cielo. Un ejercicio que sería muy pertinente poner en práctica de forma periódica para tomar conciencia del paisaje que perdemos.

Martin Pawley. Artigo publicado na sección «La noche es necesaria» da Revista Astronomía, nº 260, febreiro de 2021.

martes, 19 de xaneiro de 2021

A brea de avelaíñas

Entre as moitas cousas boas que se poden dicir d’A brea das avelaíñas, o libro do naturalista británico Michael McCarthy editado por Kalandraka, apetéceme empezar pola máis inesperada: a súa condición de texto absolutamente emotivo, nalgunhas fases emotivo mesmo até as bágoas, sobre todo pola maneira en que o autor integra a súa biografía no seu descubrimento da natureza. Unha biografía marcada por unha experiencia traumática na infancia, os problemas mentais da nai que a levaron a ser internada nun psiquiátrico nunha altura, os anos 50, na que o tratamento típico consistía nas crueis terapias electroconvulsivas. Ese tempo coa nai ausente tronzou a vida familiar e produciu unha ferida que tardou medio século en sandar definitivamente, unha curación poética a través da busca das 58 bolboretas británicas que relata McCarthy nun último capítulo memorábel (e si, foi aí onde eu chorei).

Mais, para alén destas emocións alegres tristes, como lle lin unha vez ao querido Javier Rebollo, o maior valor do libro é a súa defensa apaixonada do gozo que a natureza produce en nós, da felicidade inherente ao recoñecemento do paso das estacións a través do canto dos paxaros e as flores que estralan en infinidade de cores, do abraio ante a aparición dunha bolboreta ou a presenza sublime dos cetáceos, tamén a desolación que nos inspira a aniquilación estúpida de espazos cheos de vida, a desaparición de innumerábeis especies e a redución drástica de moitas outras, como as avelaíñas do título. Fronte ao mito do desenvolvemento sustentábel e as estratexias de avaliación económica dos ecosistemas, que “poden conquistar o intelecto” mais "non a imaxinación”, McCarthy promove a necesidade de chegar ao corazón da xente, de impulsar as mudanzas radicais que se precisan para salvagardar o medio ambiente a través da convicción de que hai “un vencello ancestral co mundo natural que persiste no máis profundo de nós”, de forma que a natureza non é apenas un fondo de pantalla idílico senón “parte da nosa esencia, o fogar natural da nosa psique, onde podemos atopar non só gozo, senón tamén paz, e cuxa destrución sería tamén a destrución dunha parte fundamental de nós mesmos”. Algo que, de perdelo, nos deixaría incompletos. Porque a máis pequerrechiña das herbas, deixouno escrito Xosé María Díaz Castro, fai máis grande o universo.

Martin Pawley

mércores, 6 de xaneiro de 2021

The 2020 Great Cinema Party

Contrariamente a lo que pudiera imaginar, en 2020 acabé viendo muchas más películas de lo que, atendiendo a las circunstancias, hubiera sido lógico y razonable. No llevo la cuenta, pero tengo la sospecha fundada de que es muy probable que haya visto más películas que los años precedentes. Más películas, en el ordenador, en las plataformas, pero muchas menos en el cine. Y, sobre todo, muchas menos películas industriales o de Hollywood, reemplazadas por mucho cine de festivales. Sin Cannes, este mismo cine adquirió otra dimensión. Faltaron las grandes producciones de los autores consagrados, esos que se rumoreaban para Cannes y que acabarán reapareciendo en 2021. Un año por lo tanto de películas un tanto menores, pero no por ello menos estimulantes. Un año que en sus dos primeros meses arrancó de un modo muy prometedor con Rotterdam y Berlín para cortarse abruptamente. Que buena parte de las películas de esta selección las viese en esos dos festivales representa una desproporción inusual, pero comprensible: fueron los últimos festivales de la vieja normalidad, antes de que muchas producciones se pospusiesen para épocas más benignas. Y que, pese a haber ido poco al cine, casi la mitad de estos títulos los viese por primera vez en una sala de cine no es algo casual: el impacto de películas como First Cow o Beginning no es el mismo vistas en un ordenador.

Como el año pasado, a los 50 directores de la selección se le añaden otros 10 a modo de bonus tracks, los que estaban en el primer corte y que fueron desechados hoy, pero de los que me podría arrepentir mañana. Va otro bonus track a mayores, una serie, simplemente porque 50+10+1 me gusta más que 50+11. Como todo en esta fiesta, que siempre ha sido virtual, la selección y ordenación es puramente arbitraria, más allá de que se trate de películas vistas por primera vez a lo largo de 2020 y cuyo año de producción no vaya más allá del año precedente (e incluso aquí me he permitido una licencia, arbitraria, sí, pero creo que perfectamente justificable). Y, sí, el orden de los invitados es solo alfabético:

AGUILAR, Sandro: Armour
APATOW, Judd: The King of Staten Island
BAHRAMI, Ahmad: The Wasteland
BENNING, James: two moons (2019) / Maggie’s Farm
BRADLEY, Garrett: America (2019) / Time
CHUNG Mong-hong: A Sun (2019)
CRONENBERG, Brandon: Possessor
DONG Xingyi: Slow Singing
DUFF, Dana Berman: A Potentiality
EASTWOOD, Clint: Richard Jewell (2019)
FERNÁNDEZ VÁZQUEZ, Javier: Anunciaron tormenta
GALIBERT-LAÎNÉ, Chloé: Forensickness
GAUCHERAND, Roxanne: Pyrale
GIANVITO, John: Her Socialist Smile
GREEN, Kitty: The Assistant (2019)
HITTMAN, Eliza: Never Rarely Sometimes Always
HONDA, Margaret: Equinox
HONG Sang-soo: The Woman Who Ran
KHOSHBAKHT, Ehsan: Filmfarsi (2019)
KULUMBEGASHVILI, Dea: Beginning
LEE, Spike: David Byrne’s American Utopia
LÉON, Vladimir: Mes chers espions
LERTXUNDI, Laida: Autoficción
LIFSHITZ, Sébastien: Petite fille
LINDON, Suzanne: 16 printemps
LÓPEZ CARRASCO, Luis: El año del descubrimiento
McQUEEN, Steve: Lovers Rock (Small Axe 2)
MORRIS, Errol: American Dharma (2018)
MOSESE, Lemohang Jeremiah: This Is Not a Burial, It’s a Resurrection (2019)
MOURET, Emmanuel: Les choses qu’on dit, les choses qu’on fait
MUÑOZ, Jeannette: Puchuncaví (2019)
OBAYASHI, Nobuhiko: Labyrinth of Cinema (2019)
OTTINGER, Ulrike: Paris Calligrames
PALOMERO, Pilar: Las niñas
PETZOLD, Christian: Undine
PIÑEIRO, Matías: Isabella
PUIU, Cristi: Malmkrog
REICHARDT, Kelly: First Cow (2019)
ROSEN, Roee: Explaining the Law to Kwame
SIEFERT, Lynne: Generations
STEPHENS, Courtney & VELEZ, Pacho: The American Sector
STRAUB, Jean-Marie: La France contre les robots
SUWA, Nobuhiro: Voices in the Wind
TERRA, Renato & CALIL, Ricardo: Narciso em férias
TSAI Ming-liang: Days
VASCONCELOS, Catarina: A Metamorfose dos Pássaros
VAZ, Ana: Apiyemiyekî?
YAMAKADO, Yohei: Amor Omnia
YERZHANOV, Adilkhan: Yellow Cat
ZUKERFELD, Nicolás: No existen treinta y seis maneras de mostrar cómo un hombre se sube a un caballo

Bonus tracks:

DORNIEDEN, Anja & GONZÁLEZ MONROY, Juan David: Her Name Was Europa
DORSKY, Nathaniel: Interlude (2019)
FRÉVILLE, Mirabelle: La bobine 11004
GUMIELA, Polina: Blue Eyes and Colourful My Dress
KHOSROVANI, Firouzhev: Radiograph of a Family
MACK, Jodie: Wasteland No. 2: Hardy, Hearty (2019)
MÓNACO CAGNI, Juan: Ofrenda
SACHS, Lynne: Film About a Father Who
YOON Dan-bi: Moving On (2019)
ZHOU Ziyang: Wu Hai

Bonus track (serie): LINDELOF, Damon: Watchmen (2019)


Jaime Pena
6 de enero de 2021

martes, 5 de xaneiro de 2021

El cine después de Auschwitz

Todos os libros de cinema deberían ser como El cine después de Auschwitz de Jaime Pena: apaixonantes na lectura, meticulosos na documentación, rigorosos nas análises, iluminadores nas conclusións. Escuso dicir que a maioría non son así e se este libro o é é, en boa medida, por como foi feito: con calma. Fronte á urxencia que adoita caracterizar os encargos de textos sobre cinema, case sempre cun deadline tan ríxido como, por exemplo, a celebración dun festival (aínda que da crise para acó os festivais publican menos, ou nada), o libro de Jaime é a reelaboración sen présa dunha tese de doutoramento elaborada igualmente sen présa, presentada na Universidade de Santiago de Compostela en 2015 co título Formas de la ausencia. Una cierta tendencia en el cine de autor internacional en el cambio de milenio. Daquela, o autor facía referencia aos quince anos precedentes nos que “las lecturas, la escritura de artículos y libros, la asistencia a festivales, el tráfico de películas o la organización de ciclos despertaron mi interés por una tendencia cinematográfica que se estaba desarrollando de forma simultánea”. Quince anos, que agora xa son vinte, acumulando materiais e ideas parecen un bo formento para construír unha teoría sólida. Non unha teoría simpática con data inminente de caducidade que establece conexións collidas con alfinetes entre filmes, senón un traballo serio que sitúa na grande ferida do século XX, o exterminio nazi, e a súa representación, ou máis ben a súa “non representación”, unha das fontes das que bebe o cinema que, arredor do cambio de século, empezou a tomar posicións nos principais certames internacionais poñendo en práctica decisións formais contrarias á narrativa tradicional. Relatos abertos que se expresan con planos moi longos, ás veces fixos, ás veces con elaborados movementos de cámara, con personaxes silenciosos dos que non chegamos a saber demasiado e que se moven ou sobreviven en paisaxes deshabitadas ou directamente inhabitábeis. Un cinema para “ver” que rompía coas estéticas máis preguiceiras do cinema comercial, ese cinema “para escoitar” cuxo visionamento foi sempre compatíbel con facer calceta.

Esa revolución formal é paralela a unha revolución técnica: os novos equipos de vídeo dixital abaratan os custos de produción e achegan a creación de imaxes a cineastas cada vez máis independentes, que poden mover a cámara con lixeireza e alongar a duración das tomas sen os impedimentos que impuñan os medios analóxicos. Os filmes empezan a circular en formato dixital, primeiro asociado a un soporte físico, logo xa nin iso por medio de arquivos ou ligazóns que se difunden por Internet. Foi unha auténtica explosión de diversidade: as cinematografías máis distantes e descoñecidas pasaban a estar agora (relativamente) ao alcance da cinefilia global, case en tempo real ou polo menos sen grandes demoras, sen máis límite que o da propia curiosidade. Para non perderse nese “brave new world” de películas foi fundamental a conversa, o boca-orella, de maneira física ou virtual; compartirmos pistas, títulos e nomes  con outras persoas, deixármonos guiar por ollos máis experimentados ca os nosos. Para alén do sota-cabalo-rei da programación dos multiplex, que é a única da que falaba a prensa de masas, había centos de filmes chamando por nós dos que daban conta blogs e revistas en liña, que enchían as programacións de festivais emerxentes que foron creando, aos poucos, un circuíto alternativo, unha nova liga de campións autorais.

A miña propia evolución como cinéfilo corre paralela a esas mutacións e afiánzase nelas. Na primeira década do século empecei a visitar festivais de cinema, mais ademais teño a sorte de vivir na Coruña, o cal significa que podo asistir regularmente ao CGAI, a filmoteca coa mellor programación de España (é a miña opinión, mais hai probas suficientes como para asumir esa afirmación como un feito obxectivo). E o CGAI abriuse con notábel audacia ás novas estéticas desde moi cedo. Se na altura de 2006 eu recomendaba con entusiasmo (até na Radio Galega, na era do Extrarradio) filmes de Lisandro Alonso, Albert Serra, Jia Zhang-ke ou Apichatpong Weerasethakul era porque, dun xeito ou doutro, sabía deles pola Filmoteca de Galicia. Síntome, son, un privilexiado por iso. 

Con esta vinculación xeracional confesa, non é estraño que o libro supoña, para min, un exemplo perfecto de equilibrio entre o coñecemento e o recoñecemento, entre a identificación, sen nostalxia, dunhas tendencias que vimos medrar e consolidarse en forma de novo "mainstream festivaleiro", e a análise historiográfica feita cunha distancia xa suficiente para tirar conclusións e que permite recoñecer as raíces, xa sexaxenarias, dese “cinema da ausencia”. Unha das raíces, xa o dixen, é a “Shoah” e o debate sobre como contar algo que non pode ser contado, cuxa extrema barbarie desafía a súa presentación nunha pantalla e do que, ademais, non existen imaxes documentais; un feito “cuya misma esencia lleva grabada a fuego el borrado de toda huella, la ausencia de imágenes”. Despois das filmacións urxentes da liberación dos campos foi preciso “inventar unha mirada”, primeiro a de Alain Resnais de Noite e néboa, moito despois outra ben diferente, o monumental empeño de Claude Lanzmann en explicar o holocausto desde o presente a través da memoria dos que o viviron -as vítimas, tamén algúns verdugos – e cunha radical renuncia ao uso de material de arquivo. Shoah, o filme, convértese nun paradigma de como documentar a historia e a súa influencia é innegábel sobre todo o que veu máis adiante, nomeadamente Rithy Panh, mais tamén, propón Jaime, toda unha variada constelación de filmes de non ficción que procuran na paisaxe as pegadas do pasado, desde James Benning e Chantal Akerman até John Gianvito.

A outra raíz é a da disolución do relato, a ruptura cos manuais de guión e a necesidade dun desenvolvemento e un desenlace ben definidos, esencial ao cinema clásico. Un fito exemplar desa ruptura é L’avventura de Michelangelo Antonioni, onde unha muller aparentemente protagonista desaparece antes de media hora de metraxe -como en Psycho de Alfred Hitchcock- e o filme acaba por “esquecerse dela”, abrindo un buraco que deliberadamente non se pechará. Rompendo, así, un pacto tácito co espectador, negándolle aquilo que desexa: que minutos antes de saír da sala todos os enredos, como nos contos de fadas, acaben ben desenleados. Dos 60 en adiante a modernidade irá perdendo o medo a fuxir do relato e a cinefilia descubrirá o pracer inherente a eses desvíos: o paseo pola paisaxe, a contemplación dos corpos e os rostros, a importancia de que se faga notar o tempo. Unha herdanza sobre a cal se ergue este “novo cinema” do século XXI.

As dúas estirpes, a de Lanzmann e a de Antonioni, por simplificar, entrecrúzanse entre si e aliméntanse, ademais, doutras tradicións culturais e estéticas que circulan por todo o planeta á velocidade á que se transmiten os datos. O libro de Jaime Pena percorre as diferentes pólas e faino cunha virtude adicional, a claridade expositiva, habitual na súa escrita mais non sempre frecuente nos textos críticos. A exactitude académica maniféstase, neste caso, a través dunha prosa fluída, que fai sumamente agradábel o traxecto polas súas páxinas.

Martin Pawley

venres, 1 de xaneiro de 2021

¿Cuántas estrellas vemos en el cielo? 1ª parte

La contaminación lumínica nos ayuda a entender cómo funciona la visión humana.

* * *

Fonte: Meteogalicia / USC
Nuestro sistema visual recoge información en condiciones extremadamente variadas de luz. Vemos muy bien bajo el Sol un mediodía de verano, pero también somos capaces de movernos sin dificultad una noche con Luna, incluso en plena naturaleza, aún a pesar de que el flujo luminoso por unidad de superficie que llega a nuestros ojos (o «iluminancia») es en ese caso hasta un millón de veces menor. El amplio rango de intensidades de luz en el que vemos se debe a la existencia de dos tipos de células fotorreceptoras con propiedades muy distintas: los «conos», que actúan con altos niveles de luz, como los que se dan durante el día o en interiores iluminados, y los «bastones», especializados en detectar luz cuando esta escasea, esto es, por la noche.

Con los conos nuestra experiencia es muy abundante en detalles y se caracteriza, sobre todo, porque nos permite reconocer un conjunto bastante estrecho de longitudes de onda del espectro electromagnético que llevan el nombre científico de «colores», del rojo al azul. Los humanos les damos bastante importancia a los colores porque nuestros ojos son capaces de distinguirlos durante más o menos la mitad de nuestras vidas, la que transcurre de día. Siempre es bueno recordar que otras especies animales ven otras longitudes de onda, como el infrarrojo las serpientes o el ultravioleta las abejas, y, por tanto, para ellas el mundo tiene un aspecto muy diferente.

En condiciones de verdadera oscuridad, la actividad de los bastones –que son veinte veces más numerosos que los conos– no nos permite distinguir colores ni realizar trabajos de precisión, pero nuestra impresión visual puede llegar a ser muy rica. Una vez adaptados a la oscuridad, vemos razonablemente bien con intensidades de luz muy bajas, por ejemplo, solo con la luz de las estrellas, con una iluminancia cien veces más baja que la de una noche con Luna.

Para ver dependemos de la cantidad de luz ambiental, pero, sobre todo, de que haya un buen contraste entre un objeto y lo que lo rodea. Parte de las estrellas que observamos por la noche ya habían asomado sobre el horizonte unas horas antes, con el cielo aún azul, pero entonces «no las veíamos», a pesar de que mandaban a nuestros ojos la misma cantidad de fotones; las detectamos de noche porque su brillo resalta con claridad sobre el fondo oscuro. Por eso cuando el cielo brilla por la difusión de la luz artificial en la atmósfera perdemos las estrellas más débiles: no hay entonces el suficiente contraste entre su intensidad puntual y el brillo de fondo.

Frente a las casi cinco mil estrellas que podríamos ver en condiciones ideales, la contaminación lumínica nos deja esa cifra en las ciudades, como se indica en la tabla adjunta, en «unas pocas» o como mucho unas docenas. La realidad, como comprobaremos el mes que viene, es aún peor.

Martin Pawley. Artigo publicado na sección «La noche es necesaria» da Revista Astronomía, nº 259, xaneiro de 2021. 

mércores, 30 de decembro de 2020

La Internacional Cinéfila 2020

5 PELÍCULAS DE 2020
 

THE ASSISTANT (Kitty Green). El más lúcido retrato contemporáneo del machismo y el servilismo alienante inherente al capitalismo depredador, que evoca sin miedo la herencia de Chantal Akerman.

NEVER, RARELY, SOMETIMES, ALWAYS (Eliza Hittman). La escena que justifica el título es, probablemente, la más emocionante del año. Todo lo demás está a la altura.

UNDINE (Christian Petzold). Aunque muy lejos de la anterior TRANSIT y sobre todo de PHOENIX, para mí una de las películas clave de este siglo, encuentro admirable la valentía del director alemán para combinar un relato de amor casi sobrenatural con el análisis lúcido de las transformaciones modernas de Berlín.

LÚA VERMELLA (Lois Patiño). El cineasta gallego se adentra en la ficción (fantástica) para fabricar su mejor película desde COSTA DA MORTE. Un salto adelante que se asienta sobre un elemento básico en su obra, la construcción de la identidad cultural como un cruce permanente entre paisaje y mito.

NOITE PERPETUA (Pedro Peralta). El mejor cineasta portugués del futuro cierra una trilogía, con MUPEPY MUNATIM y la magistral ASCENSÃO, sobre (la necesidad de) el duelo y la despedida. El corto más hermoso de un año que nos trajo otra genialidad de Sandro Aguilar, ARMOUR.

Bonus track: una espléndida película para televisión, LOVERS ROCK, lo mejor que ha hecho nunca Steve McQueen.

ÓPERA PRIMA

Creo que en el siglo XXI no tiene ya mucho sentido «pensar» en términos de óperas primas. Para alguna gente podría serlo THE ASSISTANT, primera ficción de una directora con experiencia en el documental. O SWALLOW, el primer largo en solitario de un director, Carlo Mirabella-Davis, que ha hecho antes otros trabajos. Elijo una opera prima canónica, SHITHOUSE de Cooper Raiff, que escribe, dirige, edita y protagoniza una película tan pequeña y modesta como agradable e inteligente. ¿Ha nacido una estrella 

PELÍCULA DE MI PAÍS 

Ya citada en mi lista general, indiscutible: LÚA VERMELLA de Lois Patiño. 

UNA PELÍCULA PARA LA PANDEMIA

Los meses de confinamiento me sirvieron para revisar mucho cine. Empecé con películas largas, desde SHOAH al primer HEIMAT, aprovechando que había tiempo disponible. Luego me puse a ver las primeras películas sobre la otra pandemia de nuestras vidas, el SIDA, y me agradó especialmente descubrir BUDDIES de Arthur J. Bressan Jr, que se conserva muy bien. El SIDA está de fondo, metafóricamente, en una de las películas que más me fascinan de todos los tiempos, una obra maestra a la que vuelvo cada pocos meses: BOOK OF DAYS de Meredith Monk, que habla también de intolerancia y de como cualquier espacio, por neutro que parezca, acoge las huellas del pasado. Pero quiero destacar otra película distinta, una de mis favoritas de siempre, una que, de hecho, me gusta cada vez más y me hace pensar cada vez más, también el año de la COVID-19: THE DAY THE EARTH STOOD STILL de Robert Wise, un film clave para reflexionar sobre la ciencia en el cine y visionario en muchos sentidos.

Martin Pawley. Pode consultarse a votación completa e todas as listaxes e textos individuais no imprescindíbel sitio web do promotor da iniciativa, o crítico arxentino Roger Koza. 

* * * * *

Anteriores votacións para La Internacional Cinéfila: 2019 | 2018 | 2017 | 2016 | 2015 | 2014

domingo, 13 de decembro de 2020

Sigue o Carro da Osa Maior

Entre as lecturas dos últimos meses, unha das que máis me impresionou é “Breve historia da escravitude”, de James Walvin, editado en galego por Factoría K de Libros, selo da editorial Kalandraka. O título deixa pouco espazo para a dúbida sobre o contido: é o relato, doloroso, da maior inxustiza perpetrada pola humanidade, o tráfico de persoas e a explotación de homes e mulleres por outros homes e mulleres que se aproveitaron e se enriqueceron do seu traballo e do seu padecemento. Walvin comeza examinando a escravitude na antigüidade, para recordarnos, cito textualmente, que “prosperou no antigo Exipto, onde escravizaron os africanos do sur, e foi unha institución fundamental nas civilizacións clásicas de Grecia e Roma e os seus correspondentes imperios e colonias”. Persistiu a escravitude, canda outras formas de servidume, na Europa medieval e no imperio bizantino, na Europa cristiá e tamén no mundo islámico, a través de moitas estratexias e sistemas de explotación que se conectaban entre si a través das vías e redes de comercio.

Cando na Idade Moderna as potencias europeas empezan a explorar por mar o planeta dan cun continente que non coñecían, América. Un continente cheo de recursos cuxa explotación exixe o esforzo físico de moitos corpos, e eses corpos foron arrancados violentamente de África para subministrar a man de obra precisa para os cultivos agrícolas do outro lado do Atlántico. Durante os tres séculos e medio de tráfico de escravos de África a América transportáronse en barcos arredor de doce millóns de africanos e africanas, un negocio do que participaron a maioría das potencias navais europeas. Convén non esquecer que A Coruña foi, e esa é unha historia aínda insuficientemente divulgada, un porto negreiro; un deses traficantes foi Juan Francisco Barrié, bisavó de Pedro Barrié de la Maza, que tanto empeño puxo en que o ditador Franco tivera o Pazo de Meirás como casiña de verán. Mesmo na primeira novela de Rosalía de Castro, La hija del mar, o cruel Alberto Ansot que xera sufrimento por onde pasa é cualificado de "pirata del África", o que apunta a súa probábel condición de negreiro.

A viaxe nos barcos negreiros tiña lugar en condicións atroces, por máis que o obxectivo comercial fose o de levar a porto o maior número de corpos nas mellores condicións posíbeis. Mais a dificultade da viaxe, cos escravos amoreados e agrilloados baixo cuberta, mal alimentados e expostos ao rápido contaxio de doenzas, en particular as gastrointestinais como a disentería -"cando estaban doentes, aliviábanse no sitio onde estaban, de xeito que cos excrementos se ensuciaban e contaminaban eles mesmos e aos demais prisioneiros", conta o libro-, provocaban uns niveis altos de mortalidade que chegaron a ser do 20% a comezos do XVII e non baixou nunca do 5%. En total, calcúlase que por volta de millón e medio de persoas morreron polo camiño e foron lanzadas ao mar e descontadas dos libros de contabilidade, cal se fosen sacos de fariña: eran unha simple mercadoría. Walvin detalla un episodio de crueldade extrema, o do barco Zong en 1781, cuxos responsábeis nun momento en que estaban quedando sen provisións acordaron lanzar ao mar a 133 escravos coa intención expresa de reclamar despois a indemnización correspondente á compañía de seguros. 

Este réxime infame alimentou masivamente de man de obra os cultivos agrícolas en toda América, de forma especial no Brasil e no Caribe co cultivo da cana de azucre, tamén do tabaco. E por suposto na América do Norte. Nos Estados Unidos asociamos a escravitude aos campos de algodón, mais o autor fai notar que a aposta polo algodón foi relativamente tardía e empezou arredor de 1790, nunha altura na que xa había escravos africanos traballando no tabaco, no azucre e no arroz. Mais o algodón foi un negocio próspero que se multiplicou en moi poucos anos e con iso tamén se multiplicou o número de escravos, tamén polo crecemento vexetativo da poboación de orixe africana, pois os fillos que nacían dos escravos eran tamén escravos. En 1776 nos Estados Unidos había medio millón de escravos; en vésperas da guerra civil, en 1860, había xa catro millóns, e o 60% traballaba no algodón. Esa é a imaxe que chegou á cultura popular por medio de libros e filmes, sen ir máis lonxe Gone with the Wind, que tanto contribuíu a glorificar unha visión nostálxica e pouco crítica do vello sur e os seus usos escravistas.

Esas décadas foron tamén as da asombrosa expansión dos movementos abolicionistas, coa igrexa cuáquera como motor decisivo, por certo. Nos EEUU non foron poucos os escravos que escaparon das plantacións na busca da liberdade e non tardou en funcionar unha rede clandestina, o chamado “Underground Railroad”, o ferrocarril subterráneo, que apoiaba a fuxida cara a territorios máis benévolos, en moitos casos os "territorios libres" do norte ou mesmo Canadá. A terminoloxía en clave que manexaban na rede remitía ao vocabulario ferroviario, e así había "condutores", persoas que cooperaban como guías, ou "estacións”, para referirse aos lugares que servían de refuxio. Mais antes de chegar aos puntos de contacto onde podían atopar a axuda dunha man amiga, os escravos e escravas debían afrontar horas e días de fuxida por si mesmos e tentar chegar a un lugar seguro antes de que algún cazarrecompensas os capturara para devolvelos á plantación a cambio de diñeiro, onde probabelmente serían asasinados como castigo “exemplar” ante o resto de escravos. O momento idóneo para escapar e gañar unhas horas de vantaxe antes de que se descubrira a súa ausencia era a noite, e de noite como guía podían valerse das estrelas. No caso das rutas ao norte, chegar ao destino equivale a seguir a Polar, que se localiza moi facilmente a partir de dúas estrelas do Carro da Osa Maior, Merak e Dubhe, as dúas estrelas traseiras da caixa do Carro. Se unimos cunha liña esas dúas estrelas e proxectamos a distancia que as separa cinco veces chegamos directamente á Polar.

Aos escravos e escravas bastáballes un coñecemento moi básico do ceo nocturno, do cal parece obvio que non poderían falar abertamente. Non requirían referencias moi precisas, bastaríalles ter ideas xerais de orientación na escuridade. A cultura popular preserva pegadas de como se podía transmitir esa información codificada, por exemplo, a través dunha canción. Como esta, Follow the Drinking Gourd, aquí nunha versión contemporánea de Eric Bibb.

Esta canción puido encamiñar xente á liberdade. Salvar vidas, en suma, e como tal ocupa un lugar simbólico na revisión histórica da escravitude e a loita polos dereitos civís. O “Drinking Gourd” é, literalmente, a cabaza empregada como recipiente de auga para beber, mais na canción alude de forma metafórica ao Carro da Osa Maior, ou, para ser exacto, ao "Big Dipper", o "grande cazo" da cultura anglosaxoa. Seguir ese “drinking gourd” era unha maneira de dicir “sigue o Carro”, como recordatorio de que o Carro sinala a estrela que sinala o norte. A letra toda da canción daría información en clave, con indicacións sobre o camiño e como facelo, referencias xeográficas dunha ruta que pasaba polos estados de Mississippi, Alabama, Tennessee e Kentucky. Follow the Drinking Gourd foi publicada por primeira vez en 1928, recollida por un entomólogo e folclorista amador, H. B. Parks; ao parecer, escoitara a canción en tres ocasións diferentes na década de 1910. Mais, como case sempre nestes casos nos que as fontes son por natureza perecedoiras, é difícil, ou imposíbel, determinar canto hai de realidade e canto de reelaboración tardía. Hai espazo para o escepticismo, quizais a canción fose, máis ca un mapa real, un himno para alentar os escravos e escravas a escapar; mais tamén para certo grao de reivindicación entusiasta. E sempre de fondo o principio fordiano do "When the legend becomes fact, print the legend". 

Que as estrelas serviron de guía no camiño da liberdade, iso non admite moita dúbida. Fórono, por exemplo, para a admirábel Harriet Tubman, nacida escrava, quen logo de escapar organizou durante dez anos varias misións máis nas que rescatou outras 70 persoas. Harriet, que tivo unha vida longa (morreu arredor dos 90 anos), desenvolveu despois unha intensa actividade política en favor do abolicionismo e do voto feminino.

Martin Pawley

martes, 1 de decembro de 2020

¿Cuánta noche estamos dispuestos a perder?

Es hora de cambiar radicalmente el enfoque de la lucha contra la contaminación lumínica.

* * *

Lúa Vermella (Lois Patiño, 2020 / Zeitun Films)

Aunque persistan, en la teoría y sobre todo en la práctica pública, ruidosos focos de negacionismo, como pasa siempre que la evidencia científica se enfrenta a los intereses inmediatos del capitalismo depredador, es abrumador el consenso sobre el peligro que la luz artificial por la noche representa para el medio natural y la salud humana. El sintagma «contaminación lumínica» está ya presente en el debate político; menos de lo que nos gustaría, sin duda, pero mucho más hoy que hace cinco o diez años. No son pocos los ayuntamientos que, al anunciar reformas del alumbrado, se sienten obligados a introducir alguna coletilla tipo «la nueva iluminación reducirá la contaminación lumínica» y, si bien la mayoría de las veces eso no es cierto, o al menos no van a efectuar mediciones para constatar si tal reducción existe, que ahora tengan que introducir esa variable en la ecuación demuestra que estamos ganando eso tan importante que es «el relato».

Constatar un problema es esencial para ponerle solución. Y la solución no puede ser sencilla, pues este es un problema transversal que toca muchos y muy variados aspectos además de los ambientales y sanitarios, como la seguridad, la protección del patrimonio cultural e inmaterial y el consumo y la producción de energía, con la preocupación por el calentamiento global siempre encima de la mesa. El hecho de que la luz se propague (y contamine) a grandes distancias de su fuente de emisión exige además un tratamiento normativo que exceda el ámbito local.

Hasta el momento, las estrategias que pretenden minimizar la contaminación lumínica ponen toda la atención sobre cada punto de luz individual, señalando las características que deberían cumplir para interferir menos sobre la oscuridad natural de la noche. Así, se recomienda limitar la emisión de luz directamente hacia arriba, apostar por colores cálidos frente a las fuentes de más alta temperatura de color y bajar las intensidades sin perjudicar el tránsito de personas y vehículos. Todo eso está bien, es necesario, pero no suficiente. Que cada farola satisfaga los más altos estándares de eficiencia y calidad ambiental no sirve de mucho si esas farolas se multiplican sin justificación.

Conviene cambiar la perspectiva. La preservación de la noche y el cielo oscuro no puede tener otro parámetro de evaluación que no sea la propia oscuridad de la noche: tenemos que exigir un «valor mínimo de noche», o lo que es lo mismo, un valor máximo de brillo del cielo. Ese brillo máximo tolerable requerirá, por supuesto, actuar sobre la iluminación, pero será ya con un objetivo final concreto y medible, que no pase solo por frenar en seco la dinámica actual sino incluso por restaurar niveles de oscuridad que hace años dimos por perdidos. Lo que debemos decidir, nada más y nada menos, es cuánta degradación de la naturaleza nocturna estamos dispuestos a aceptar.

Martin Pawley. Artigo publicado na sección «La noche es necesaria» da Revista Astronomía, nº 258, decembro de 2020.