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domingo, 1 de maio de 2022

Que no desaparezca el canto de los pájaros

Miles de millones de aves mueren cada año en las ciudades víctimas de colisiones.

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Annual Bird Layout, FLAP
Hace casi treinta años, Michael Mesure encontró un pájaro que había chocado con un edificio. Era un ejemplar de mascarita común, una especie aún abundante en Norteamérica, y se propuso llevarlo a un centro de recuperación. Mientras iba de camino en coche, el pájaro se escapó de la bolsa, se posó en el espejo retrovisor y empezó a cantar. Michael siguió conduciendo, embelesado por su música, hasta que de repente el pájaro quedó en silencio y cayó al suelo muerto.

Este episodio fue el estímulo, a la vez poético y trágico, que impulsó una feliz iniciativa: el nacimiento en Canadá en 1993 de FLAP, siglas de Fatal Light Awareness Program, una organización dedicada específicamente a concienciar sobre la masacre continua de aves por colisiones. Durante el día, la luz solar que incide en los edificios es un peligro para los pájaros, que pueden verse atraídos por la imagen reflejada de un paisaje sobre los cristales, pero no ven los cristales en sí, por lo que a menudo se golpean contra estos. La contaminación lumínica extiende la amenaza a la noche, pues además el brillo de las ciudades atrae a las aves, que quedan literalmente atrapadas por las marañas de luces y vuelan hasta quedar exhaustas.

La cantidad de muertes por choques directos con edificios es enorme. El artículo A first estimate for Canada of the number of birds killed by colliding with building windows (Machtans et al., 2013) estimaba en 25 millones el número de ejemplares que se pierden anualmente en Canadá por esta causa. Un artículo posterior, Bird–building collisions in the United States: estimates of annual mortality and species vulnerability (Loss et al., 2014), calculaba entre 100 y 1000 millones cada año las muertes por choques en Estados Unidos. Incluso cuando no se producen resultados fatales inmediatos, los impactos pueden dejar aturdidos a los pájaros de forma que resultan más vulnerables a los depredadores y al tránsito de vehículos, especialmente si caen a tierra. FLAP organiza periódicamente un evento que hace dolorosamente visible este desastre ambiental cotidiano: el "Annual Bird Layout", la exposición pública de cientos de cuerpos recogidos por personas voluntarias, una actividad que desde 2001 ha sido imitada por muchos otros grupos conservacionistas. 

El sitio web de FLAP, www.flap.org, recoge algunas buenas prácticas para minimizar o evitar los daños, algunas tan sencillas como poner marcas en las ventanas que sin impedir el paso de la claridad sirvan de alerta para las aves. En horario nocturno, el apagado de luces innecesarias en edificios es una estrategia que salva vidas, en especial en primavera y otoño, cuando miles de millones de animales cruzan los cielos para efectuar sus viajes migratorios. La ciudad de Nueva York aprobó en diciembre ordenanzas de reducción de la iluminación con el objetivo de proteger a la fauna voladora. Si Nueva York puede, ¿a qué estamos esperando?

Martin Pawley. Artigo publicado na sección "La noche es necesaria" da Revista Astronomía, número 275, maio de 2022. 

martes, 1 de marzo de 2022

Primavera temprana, otoño tardío

La iluminación de la noche altera los ritmos propios de las especies vegetales.

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Una planta ocupa un lugar de privilegio en la historia de la cronobiología: la Mimosa pudica, conocida por su capacidad de replegar las hojas al mínimo roce. La mimosa muestra también un notable movimiento diurno de su follaje, que se presenta extendido mientras el Sol está en el cielo y se retrae en la oscuridad. En 1729 el francés Jean-Jacques d’Ortous De Mairan diseñó un experimento para estudiar hasta qué punto la mimosa respondía a los niveles de iluminación. Decidió poner un ejemplar en un recinto cerrado que no permitía la entrada de luz y observó, para su sorpresa, que a pesar de todo la planta seguía abriendo y cerrando sus hojas con la periodicidad habitual. De alguna forma la planta disponía de una suerte de «reloj interno» que le indicaba como actuar aún en ausencia de señales solares.

Fueron necesarios más de dos siglos (y un gran número de descubrimientos científicos) para que se consolidase como una rama fascinante de las ciencias naturales la cronobiología, el estudio de los fenómenos cíclicos y los marcadores de tiempo internos de los seres vivos y su influencia en las respuestas fisiológicas. Ese ritmo endógeno propio se reajusta mediante estímulos externos, entre los cuales el más importante es la alternancia día-noche. Pero si la luz y la oscuridad natural son una referencia para la puesta en hora de los organismos, parece evidente que la modificación de ese patrón provocada por la omnipresencia de la luz artificial debe suponer un problema para la vida, en general. Las investigaciones sobre contaminación lumínica así lo ponen de relieve de forma inequívoca, y eso sucede tanto con los animales –incluidos los humanos– como con el reino vegetal. Los ejemplos son muy diversos. La contaminación lumínica se relaciona con la brotación anticipada de los árboles en hasta siete días, según un estudio efectuado en el Reino Unido (French-Constant et al., 2016), o con retrasos de incluso tres semanas en el inicio de las adaptaciones otoñales y de varios días en la coloración y caída de las hojas, de acuerdo con una investigación desarrollada en Zvolen, Eslovaquia (Škvareninová et al., 2017). Estas alteraciones del calendario biológico que suenan a películas de Yasujiro Ozu (Primavera temprana, Otoño tardío) pueden tener impacto, excuso decirlo, en la polinización de estas plantas, casi siempre asociada a la participación de insectos, y la posterior dispersión de frutos (con semillas) que facilitaría su reproducción.

Imaxe tomada do artigo de Edward Bernard Matzke

Varias décadas antes, Edward Bernard Matzke, profesor del departamento de Botánica de la Universidad de Columbia, constató que árboles que habían perdido la mayoría de sus hojas mostraban aún algunas en las ramas próximas a las farolas de la calle; pasaba esto con álamos canadienses y plátanos occidentales, y también en otras especies, aunque de forma menos concluyente. Merece la pena leer su artículo, publicado en el número 23 del American Journal of Botany, de junio de 1936: The effect of street lights in delaying leaf-fall in certain trees.

Martin Pawley. Artigo publicado na sección «La noche es necesaria» da Revista Astronomía, nº 273, marzo de 2022.

martes, 1 de febreiro de 2022

La contaminación lumínica mata

En 2022 las campañas del World Migratory Bird Day estarán dedicadas a la contaminación lumínica por ser una «amenaza significativa» para las aves.

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Imaxe do web World Migratory Bird Day

«Como la mayor parte de los canarios, crecí viendo cómo las pardelas se deslumbraban por las luces y caían en los pueblos y las ciudades. Concretamente las fiestas de mi pueblo (Buenavista del Norte, Tenerife) coinciden con la salida de los pollos de las pardelas cenicientas a finales de octubre. Era típico estar allí en las fiestas, con la feria y la verbena, y ver a las pardelas volando sobre la plaza del pueblo y ver cómo aleteaban y aleteaban e iban perdiendo altura hasta que chocaban con algo, muchas veces con la iglesia que suele estar iluminada en esas ocasiones».

Así nos contaba hace unas semanas en el programa Con voz de Radiovoz el ahora profesor de la Universidad Autónoma de Madrid Airam Rodríguez el origen de su preocupación por la contaminación lumínica y su impacto en las aves marinas, que es el campo al que ha dedicado buena parte de sus investigaciones. Cuando los pollos de las pardelas se «independizan» salen de los nidos para dirigirse al mar; su primer vuelo lo realizan durante la noche y quedan, con frecuencia, confundidos por la luz de los núcleos urbanos. Cegados por su brillo, acaban colisionando con edificios o estructuras iluminadas y caen al suelo. Aún en el caso de que los ejemplares sobrevivan a ese impacto, quedan dañados y expuestos a otros riesgos: perros, gatos, atropellos de vehículos… Tenerife batió en 2021 su récord de rescate de crías de pardelas: 3351, de las cuales 3200 pudieron ser liberadas, según datos del Cabildo. Pero por valiosa que sea esta acción no deja de ser una medida paliativa mientras persista la causa de fondo, la pésima iluminación que acaba con la fauna silvestre.

Hay que perder el miedo a decirlo: la contaminación lumínica mata. Es un problema ambiental de primer orden en todo el planeta y en particular están muy estudiados los efectos sobre las aves migratorias. Además de los choques fatales con edificios, que se cuentan por millones, la desorientación que producen las marañas de luz con las que se cruzan las aves alarga sus viajes más allá de lo que sus cuerpos son capaces de soportar. Muchas mueren en el camino.

La contaminación lumínica es en 2022 el asunto central de las campañas del World Migratory Bird Day, que se celebra los segundos sábados de mayo y octubre. Será una buena oportunidad para concienciar sobre los daños irreparables en la naturaleza debidos al mal uso de la luz artificial y reivindicar las buenas prácticas, como las «Directrices sobre contaminación lumínica para la fauna silvestre» que adoptó en febrero de 2020 la Convención sobre las Especies Migratorias. Una lectura muy recomendable para alcaldes atolondrados. Puede consultarse el PDF en español aquí.

Martin Pawley. Artigo publicado na sección «La noche es necesaria» da Revista Astronomía, nº 272, febreiro de 2022.

luns, 1 de novembro de 2021

Tomar medidas para reducir la contaminación lumínica

El congreso mundial de la IUCN aprobó una moción para reducir el uso de luz artificial por la noche debido a su impacto ambiental.

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Fundada en Francia en 1948, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza agrupa hoy a más de 1400 organizaciones de 170 países, entre las que hay organismos y agencias gubernamentales (incluidos no pocos ministerios, entre ellos el español para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico), ONG internacionales (desde la National Geographic Society al World Wide Fund for Nature), ONG locales (como Ecologistas en Acción o SEO/BirdLife), organizaciones de pueblos indígenas o instituciones académicas y científicas. Sus seis comisiones de trabajo se benefician del conocimiento de una amplia red formada por 18 000 personas que asesoran en el diseño de políticas para la conservación de la naturaleza y su protección frente a las actividades humanas.

A lo largo de su historia la IUCN fue reorientando sus líneas de actuación a medida que cambiaban, también, los focos de preocupación. En sus primeros años lo que tocaba era concienciar sobre la importancia de los estudios de impacto ambiental y divulgar el peligro de los pesticidas. En 1964 nació la tristemente famosa Lista Roja de Especies Amenazadas, que sigue siendo la referencia para conocer los riesgos de extinción. En los 70 y 80 la unión promovió la firma de importantes acuerdos internacionales, como el convenio CITES sobre comercio de especies amenazadas de flora y fauna silvestre, y contribuyó a la publicación de los documentos pioneros Estrategia Mundial para la Conservación (1980) y Cuidar la Tierra (1991), que fue una guía para la Cumbre de la Tierra celebrada el año siguiente en Río de Janeiro. Su creciente influencia hizo que en 1999 la Asamblea General de las Naciones Unidas le reconociese estatus oficial como observadora.

Resultado da moción 84 

Aunque no tiene capacidad ejecutiva, el mensaje de la IUCN es escuchado con mucha atención. En septiembre celebró en Marsella su congreso mundial y la contaminación lumínica entró por fin en el debate. Promovida entre otras entidades por el Ministerio de Asuntos Exteriores y Desarrollo Internacional de Francia, la moción 84, Taking action to reduce light pollution, «Tomar medidas para re- ducir la contaminación lumínica», fue sometida a la aprobación del plenario y salió adelante por una aplastante mayoría. La moción reconoce el constante incremento de la contaminación lumínica (entre un 2 y un 6 % anual) y su impacto en gran variedad de seres vivos y ecosistemas, de modo que insta a desarrollar programas que expliquen los daños ambientales provocados por la luz artificial. Anima, además, a la eliminación de puntos de luz innecesarios y a reducir en general la iluminación lo más posible, evitando cualquier forma de sobreiluminación y minimizando los tiempos de uso. De forma específica urge a no iluminar espacios naturales y a «identificar, preservar y restaurar infraestructuras naturalmente oscuras» para facilitar la conservación de espacios nocturnos en buen estado y ricos en especies. Un texto modélico que puede leerse completo en el sitio web iucncongress2020.org/motion/084.

Martin Pawley. Artigo publicado na sección «La noche es necesaria» da Revista Astronomía, nº 269, novembro de 2021.

luns, 1 de marzo de 2021

Hechizo de Luna

Las variaciones de luz asociadas a las fases lunares podrían alterar (o no) el sueño humano.

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Moonstruck (Norman Jewison, 1987)

¿Tiene la Luna algún impacto sobre la salud humana? Rotundamente, sí. Al menos, si vives en Tanzania. En el estudio de los registros gubernamentales de ataques de leones a seres humanos en este país africano, más de mil personas en poco más de veinte años, junto a las visitas a los sitios de esos ataques y las entrevistas con supervivientes o con familiares de las víctimas se fundamenta un fascinante artículo de 2011, Fear of Darkness, the Full Moon and the Nocturnal Ecology of African Lions (Packer, C., Swanson, A., Ikanda, D., Kushnir, H.). Los leones cazan sobre todo en completa oscuridad, así que la inmensa mayoría de los sucesos tiene lugar en las primeras horas de la noche, pero la probabilidad es mucho mayor los primeros diez días después de la Luna llena que los diez días precedentes: esas horas de negrura después del crepúsculo, antes de la salida de la Luna, resultan fatales para nosotros. La Luna llena resulta protectora, pero también anticipa que vendrán un par de semanas difíciles durante las cuales las panzas de los grandes felinos aumentarán de volumen, señal inequívoca de un mayor consumo de carne.

Hablar del posible efecto de nuestro satélite sobre la biología genera a menudo virulentas reacciones de los escépticos de guardia, no siempre con razón. No me refiero, por supuesto, a las fantasías esotéricas sobre influjos lunares tan frecuentes en algunas revistas, escritas por personas que solo distinguirían las fases por los dibujitos de los calendarios. Pienso, más bien, en el papel del ciclo lunar y sus variaciones de luz sobre la actividad de muchas especies. Aunque el Sol es la principal fuente de luz en la Tierra y en consecuencia la referencia fundamental para sincronizar los ritmos circadianos, no es desconocida la influencia de la luz de la Luna sobre invertebrados, anfibios, reptiles, aves y mamíferos, incluidos primates; una buena revisión puede leerse en Chronobiology by moonlight (DOI: 10.1098/rspb.2012.3088).

No tendría nada de extraño encontrar algún resultado parecido en humanos, pero eso pasa siempre por el escrutinio implacable del método científico. Una de las hipótesis más comunes es comprobar si hay alguna conexión entre el sueño y el ciclo lunar, y lo cierto es que en la literatura cronobiológica sobre esto hay votos a favor y votos en contra, lo que aconseja nuevas investigaciones. Las más recientes ocupan la portada de Science Advances del 29 de enero. Los autores de Moonstruck sleep: Synchronization of human sleep with the moon cycle under field conditions (Casiraghi et al.) afirman que en sus grupos de estudio «el sueño empieza más tarde y es más corto las noches anteriores a la Luna llena, cuando está presente la luz lunar después del crepúsculo». En la misma revista otro artículo apunta sincronías con el ciclo menstrual. Conviene, por supuesto, la cautela: una golondrina no hace verano, y mucho menos en ciencia.

Martin Pawley. Artigo publicado na sección "La noche es necesaria" da Revista Astronomía, nº 261, marzo de 2021.

luns, 1 de xuño de 2020

El día necesita la oscuridad de la noche

La contaminación lumínica afecta a la polinización de las flores aún después del amanecer.

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A Ximo Baixeras, gracias.

Adaptado de Callum J. Macgregor et al
La polinización es un fabuloso ejemplo de la complejísima malla de relaciones que se teje en los ecosistemas. Complejísima, pero también muy delicada: cualquier alteración en las reglas del juego puede provocar graves desequilibrios, incluso allí donde menos se espera. El mes pasado hablamos de cómo la iluminación artificial pone en peligro la presencia de insectos polinizadores en espacios naturales durante la noche, pero lo cierto es que la amenaza de la contaminación lumínica se extiende también al día, por extraño que parezca.

Flores e insectos mantienen una estable relación de interés mutuo desde hace 135 millones de años. El néctar que producen las flores sirve de nutriente para los insectos, que encuentran en su busca el estímulo necesario para recoger el polen y transportarlo hasta otra flor. La cantidad de néctar que cada flor produce debe ser la suficiente para que al insecto le compense acercarse, pero no tanta como para colmar todas sus necesidades, pues el objetivo final es que tenga que pasear por otras flores y así pueda dejar la carga de polen en otra diferente, favoreciendo la reproducción vegetal con una mayor variabilidad genética y en consecuencia una mayor adaptabilidad. Las flores compiten unas con otras para captar polinizadores y, por supuesto, los polinizadores compiten entre sí para obtener su recompensa floral.

Una revisión de la literatura científica sobre el papel polinizador de las mariposas nocturnas, Pollination by nocturnal Lepidoptera, and the effects of light pollution: a review (Callum J. Macgregor et al., DOI:10.1111/een.12174), expuso de forma reveladora la asombrosa red de interacciones entre insectos y plantas, que recoge la imagen que acompaña este texto. Hay flores que son polinizadas únicamente durante el día, otras que son polinizadas solo por la noche y otras que reciben visitas durante los dos periodos. Estas últimas ofrecen un doble servicio de comida para sus visitantes diurnos y nocturnos, que son diferentes. En condiciones normales, o, para ser más preciso, en condiciones naturales no alteradas, hay clientes para los dos turnos. La introducción de luz artificial en una zona determinada recorta la actividad de los polinizadores nocturnos y las flores del lugar se quedan sin clientes. Su néctar no será consumido y quedará intacto para el turno de la mañana. Durante el día, la oferta de alimento superará la demanda: los insectos no necesitarán explorar tantas flores porque el néctar no recogido durante las horas de oscuridad satisface plenamente sus necesidades. Ese excedente les ahorra trabajo, pero también deja sin visitas a muchas flores, que ven así reducidas sus opciones de polinización y de reproducción; algunas plantas quedarán en inferioridad de condiciones. En la naturaleza no sobra nunca nada: cuando eliminamos cualquiera de los elementos de la red, alteramos el balance global. Acabar con la oscuridad tiene consecuencias ambientales también a plena luz.

Martin Pawley. Artigo publicado na sección «La noche es necesaria» da Revista Astronomía, nº 252, xuño de 2020. 

venres, 1 de maio de 2020

Os damos gracias, insectos, por los alimentos que vamos a tomar

La contaminación lumínica acaba con los polinizadores y amenaza gravemente la cubierta vegetal del planeta (y nuestra alimentación).

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Abella europea ou doméstica. Imaxe: Andreas Trepte.
Un paso esencial en la reproducción de muchas especies vegetales es la polinización, el proceso por el cual llega el polen, los minúsculos granos que contienen las células reproductoras masculinas, desde los estambres hasta el estigma de las flores que contiene el óvulo. En ese viaje las plantas con flores se valen de diferentes agentes, como el viento o el agua, pero, sobre todo –y este sobre todo significa «casi un 90 % de los casos»– de la colaboración de un gran número de especies animales. En esa lista hay vertebrados, en particular pájaros y murciélagos (también roedores o algunos primates), pero con gigantesca diferencia el principal grupo de polinizadores son los insectos. El delicado equilibrio biológico del planeta cuenta con el trabajo imprescindible e inestimable de las abejas, avispas, hormigas, moscas, mosquitos, mariposas, polillas o escarabajos. Les debemos a los insectos buena parte de la naturaleza que disfrutamos y de la que abusamos: nada sería igual sin ellos.

Les debemos, además, nuestra alimentación de cada día. Casi todo lo que comemos depende de forma directa o indirecta de la polinización, de forma muy evidente en el caso de la producción hortícola (frutas y vegetales), pero también en la ganadería, intensiva o extensiva, a través del consumo de pastos y cultivos forrajeros. Entre estos últimos, el más utilizado a nivel mundial es la alfalfa y depende casi en exclusiva de la visita de insectos para la producción de semillas.

A finales del siglo pasado comenzó la preocupación por la drástica reducción de insectos en muchos ecosistemas. En 2017 un equipo de la Universidad Radbound holandesa presentó un estudio (DOI: 10.1371/journal.pone.0185809) que ponía números a esa reducción. Analizaron la biomasa de insectos entre 1989 y 2016 en sesenta y tres espacios naturales protegidos de Alemania y los resultados obtenidos desvelaron un «dramático descenso» medio del 76 %, que extendía al conjunto de los insectos voladores las brutales caídas detectadas en investigaciones precedentes entre las abejas, las mariposas y las polillas.

Un artículo en Nature ese mismo año mostró el peligro para la polinización que supone la luz nocturna (DOI: 10.1038/nature23288). Un grupo de científicos y científicas de la Universidad de Berna puso en diversos campos lámparas LED de uso común en la iluminación urbana para investigar su influencia sobre la presencia de insectos. Con este experimento descubrieron que durante la noche en los campos en los que se preservaba la oscuridad natural las flores recibían la visita de más de trescientas especies de insectos diferentes, pero en aquellos iluminados artificialmente la cantidad de polinizadores nocturnos era un 62 % menor. Esta pérdida de visitas nocturnas no se compensa durante el día y conducía globalmente a un descenso medible –hasta un 13 %– en la producción de frutos de la planta estudiada como referencia. Una evidencia más, y desde luego no la única, del impacto de la contaminación lumínica sobre las poblaciones de insectos.

Martin Pawley. Artigo publicado na sección «La noche es necesaria» da Revista Astronomía, nº 251, maio de 2020. 

domingo, 1 de setembro de 2019

Las estrellas como guía

Los humanos no somos ni mucho menos la única especie en este planeta que utiliza las estrellas para orientarse por las noches.

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La generalización, a lo largo del siglo XX, de la práctica científica del anillamiento de aves permitió un estudio más riguroso de la vida de estos animales, en particular sus movimientos migratorios. Fue posible obtener más información sobre sus rutas anuales de cientos o miles de kilómetros y con ello desarrollar teorías sobre sus mecanismos de orientación, que dependen, entre otros factores, de la posición del Sol. Pero puesto que muchas aves vuelan también por la noche, surgía una pregunta inevitable: en un cielo oscuro, ¿cómo conseguían no perder su camino?

Esta cuestión atrajo el interés de los ornitólogos E. G. Franz Sauer y Eleonore M. Sauer, de la universidad de Wisconsin (EE. UU.). Estudiaron los sistemas de orientación nocturnos de diversas especies de currucas, al principio empleando unas jaulas circulares dentro de las cuales podían moverse libremente, pero viendo solo una limitada porción de cielo. El objetivo era comprobar si, en ausencia de cualquier otra pista visual, los patrones celestes guiaban su navegación. El experimento dio buenos resultados: los pájaros parecían escoger adecuadamente la dirección de su migración estacional siempre que el cielo estaba despejado o presentaba muy escasa nubosidad, pero no acertaban cuando el cielo estaba muy cubierto con nubes densas.

La habilidad de las currucas estimuló un nuevo experimento, pero esta vez con un firmamento de mentira. Lo cuentan con todo detalle en un artículo de 1960, «Star Navigation of Nocturnal Migrating Birds». Bajo el cielo artificial de un planetario Zeiss en Bremen, Alemania, pusieron a prueba la capacidad de los pájaros para orientarse por las estrellas, con la ventaja de que con un planetario se puede reproducir el cielo de cualquier momento y lugar y de esa forma podían someter a las currucas al desafío de reaccionar ante grupos de estrellas que no se correspondían con los propios de esa región alemana. El reloj interno de los pájaros está normalmente en fase con el tiempo local, y en consecuencia «las desviaciones del cielo reproducido en el planetario respecto del cielo estrellado local forzaban a los pájaros a ciertas desviaciones respecto de su ruta de migración estacional». Eso derivaba en «vuelos de compensación, conflicto migratorio entre las rutas de la primavera y el otoño, o en una total desorientación».

Adaptado de Dacke et al

Un artículo de 2008, «Harbour seals can steer by the stars» (Mauck, B., Gläser, N., Schlosser, W. et al.), aportó evidencias de que también las focas se orientan por las estrellas en experimentos en un planetario adaptado. Más sorprendentes fueron las conclusiones de un equipo de la universidad sueca de Lund, publicadas en enero de 2013: los escarabajos peloteros son capaces de mantener un camino razonablemente recto por la noche utilizando como referencia no estrellas individuales, sino la banda de luz de la Vía Láctea («Dung Beetles Use the Milky Way for Orientation», Dacke et al.). Parece claro que mucho antes de que los humanos supiéramos como desplazarnos por el planeta utilizando el firmamento como mapa, otros seres vivos ya lo hacían muy bien.

Martin Pawley. Artigo publicado na sección «La noche es necesaria» da Revista Astronomía, nº 243, setembro de 2019.