venres, 22 de febreiro de 2013

Correo a Martin Pawley sobre Tabú


Querido Martin Pawley:

Fuimos a ver Tabú el otro día, tal como nos aconsejaste. Éramos cuatro en la sala. Una excelente película. Fue grato saborear una sensibilidad cercana, aunque ligera y hermosamente distinta a la nuestra: ese romanticismo luso de leyenda señorial.

Me gustó la crudeza de la Lisboa invernal de la primera parte, la estrategia de acercamiento al personaje de la protagonista, a la historia de amor adúltero entre Aurora y Ventura, desde el piso de al lado, el de la vecina bienintencionada, fascinada por el carácter de la vieja maniática, siendo ella tan dulcemente gris, con ese vestuario de género barato pero digno, ajeno a cualquier moda; con esa actitud indecisa ante el requerimiento amoroso de su amigo, el pintor de dudoso arte abstracto, ceremonioso y correcto. Curioso el paralelismo entre los padrenuestros y las piadosas jaculatorias a San Antonio de dicha vecina con la supuesta hechicería de la criada negra de Aurora, Santa. Tabú expresa adecuadamente la trama de la pasión lisboeta con sus ex-colonias africanas, un tema que todavía guarda secretos por revelar.

Como podrás suponer, me tocó especialmente la fibra el tratamiento de la memoria musical, en un doble plano. Por una parte, los grupos sesenteros. Gomes recupera las canciones de la época con una fuerte carga emotiva. Ha preservado la electricidad del pick-up y de las primeras parejas de baile. El Tú serás mi baby de Les Surfs mozambiqueños fue uno de los temas de nuestra infancia. Resulta casi desgarrador rememorar la torpeza inocente del acercamiento de los jóvenes portugueses y españoles a la música afroamericana. La secuencia del grupo tocando al borde de la piscina es tremenda, cargada de valor simbólico.

Por otro lado, cuando los jóvenes amantes adúlteros optan por la fuga para dar rienda suelta a su pasión, se internan en el seno de la aldea negra. Es el único lugar que puede acogerles para que dé a luz Aurora, tras el asesinato del curita rebotado y cantante moderno. Explota entonces la música de la tribu mozambiqueña. Con una interesantísima variante del llamado "tango africano", el patrón rítmico que conecta con la saga del ritmo majurí árabe-persa en España, de la que derivan nuestros tanguillos flamencos y pasodobles, que prueba su entronque con la rítmica africana.

Portugal conserva la memoria de su herencia rítmica colonial, aunque sin fundirla con sus canciones populares, como rasgo exótico. Recuerdo la famosa canción de José Afonso, Venham mais cinco, que contenía sonoridad mozambiqueña. España ha hecho exactamente lo contrario: fundir la herencia negra en el compás flamenco, pero sin conservar su memoria.

Me impresionó el modo en que Gomes suprime en la segunda parte el sonido de los diálogos, dejando que se oigan nítidamente los demás ruidos, para hacer un uso poético original del audio, muy distinto de la moda reciente que retorna al cine mudo. Crea así un espacio para realzar el valor de las voces en off, la correspondencia amorosa y desesperada entre Aurora y Ventura, que tiene un clima exaltado de soneto renacentista. Algo parecido puede decirse del uso del blanco y negro, igualmente de moda: Gomes potencia con él la sensación de humedad o la crudeza de la luz, es decir, depura poéticamente las sensaciones. No se trata de un revival.

Como en estos mismos días –siguiendo tus sabios consejos– hemos empezado a ver películas de Bela Tarr, no he podido evitar comparar el estilo narrativo de Gomes con las declaraciones del cineasta húngaro en el making off de El hombre de Londres, donde justifica el despojamiento con el que trata la novela homónima de Simenon diciendo que todas las historias posibles estaban ya en el Antiguo Testamento y que él personalmente detesta las historias.

Gomes representa una manera digna de seguir contando historias. Quizá son demasiadas, si tenemos en cuenta el preludio en el que presenta al padre de la protagonista como una especie de tarjeta postal o de viejo documental colonialista, muy hermoso visualmente, con valor de cuento mágico o de mito. Mito fundacional, pero no de un pueblo, sino de la fortuna aventurera de una familia. El padre explorador, viudo al que se le aparece su mujer muerta, se entrega como víctima a los cocodrilos. Gesto forzado que cumple una función de enlace con la trama africana. Una cría de cocodrilo, quizá alimentada de la carne del padre portugués sacrificado, moviéndose de una finca a otra, dará lugar a que se cometa el adulterio y luego el crimen.

Con voracidad narrativa, Gomes abarca tambén el inicio del periodo revolucionario en Mozambique, para dejarnos una nota sobre el falseamiento ideológico del movimiento de liberación, que se atribuye el crimen como una prueba de su avance. Gomes otorga más confianza a la pasión mitificada que a la ideología, aunque ésta pretenda presentarse como liberadora. Al atreverse a alzar la historia familiar, social y política al nivel del mito, Tabú da muestras de valentía narrativa contemporánea, muy lejos del cacareo habitual del cine español –y también de la novela– en relación con ese "contar historias" que no aportan nada.

Esta delicada e intensa historia lusoafricana sí aporta algo. Sería bueno que las salas en que se proyecta reciban algunos espectadores más, antes de que desaparezca de la cartelera.

Un fuerte abrazo.

Santiago Auserón

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