martes, 22 de maio de 2012

Cannes, 5: Kiarostami se reinventa en la comedia ácida con Like someone in love

por José Luis Losa

A medida que avanza este festival, y en medio de una borrasca atmosférica que ha empapado la alfombra roja de la Croisette y transformados sus pasillos en un territorio intransitable porque no se recuerda una descarga de agua así desde hace una década, los pesos pesados comienzan a resituar las cosas en su lugar. Si el domingo fue un contenido Haneke, ayer le tocó el turno al iraní Abbas Kiarostami y al francés veteranísimo Alain Resnais, quien en unas semanas cumplirá 90 años.



Kiarostami ofrece en Like someone in love una prodigiosa reinvención de si mismo: el autor de tantos dramas existenciales, de tan arduas reflexiones sobre la creación artística presidida por la austeridad, de pronto se presenta como el padre de una tierna y tragicómica historia de amor, el extraño conocimiento de un anciano y una prostituta que inician una noche lo que parece que va a ser una relación mercantil de sexo por dinero y terminan embarcados en una aventura emotiva que podría leerse perfectamente como una comedia clásica norteamericana, ya que en la soledad a dúo de los actores Tadashi Okuno y Rin Takamashi hay, sin ir más lejos, ecos de una obra cumbre de la comedia agridulce como El apartamento. Curiosamente, Kiarostami enlaza en esta pareja dos conceptos que presiden dos de las películas más comentadas hasta ahora del festival: el tráfico de sexo, con el cual Ulrich Seidl componía en Paradise: love, una poderosa oda a la sordidez, y el amor en la vejez, del que Haneke extraía una mesurada pero oscura pieza de cámara en Amour. Vejez y sexo por amor son mezclados por Kiarostami en Like someone in love y lo que obtiene es un film de pletórico optimismo, un enredo, a su singular modo romántico, de deliciosa frescura, un encuentro en la madrugada de dos extraños a los que tras una peripecia non-stop sin transiciones de la noche al día (también hay guiños al After hours de Scorsese) deseamos con intensidad que en sus respectivos estados de desolación encuentren una empatíaa que no los separe nunca. Que quien, como Kiarostami, durante tantos años fue caracterizado como cineasta del pesimismo existencial se rebele, súbitamente, con la luminosidad y el vitalismo loco que preside Like someone in love es una portentosa declaración de talento y de amor al cine y a la naturaleza humana.



Y si es prodigioso el giro vitalista de Kiarostami, qué decir de Alain Resnais, que el 3 de junio cumplirá 90 años y con Vous n’avez encore rien vu ofrece una pirueta sobre el teatro dentro del cine que es enérgica, coreográfica celebración de la profesión de actor. A partir del montaje de la Eurydice de Jean Anouilh, Resnais orquesta sobre la pantalla/escenario uno de esos orfebres corales en donde sus viejos conocidos, gente de respeto, nada menos que Mathieu Amalric, Sabine Azema, Lambert Wilson o el colosal Michel Piccoli, articula un proscenio donde el amor, la música, el vodevil, confluyen en otra jovial obra mayúscula de Resnais. Podría, por razones de biología, ser su pieza testamentaria. Pero lo que expira este nuevo film del realizador francés es una sensación de que el espectáculo va a continuar.

luns, 21 de maio de 2012

Cannes, 4: Michael Haneke vuelve con Isabelle Huppert en Amour

por José Luis Losa

En ese crescendo en el que se supone que debe viajar este festival de Cannes hasta el momento más bien decepcionante, este domingo hacía entrada en el Gran Teatro Lumiere uno de los cineastas que se han enseñoreado de las últimas dos décadas del cine europeo, el austriaco Michael Haneke. De un tiempo a esta parte, parece que va calando una corriente entre la crítica que tiende a relativizar la capacidad innovadora de este autor. Pero no hay que olvidar que su última incursión en el cine, La cinta blanca, se hizo con la Palma de Oro en la edición de Cannes de hace tres años. Volvía Haneke al festival que más lo ha mimado y que le concedió en el pasado el premio al mejor director por Caché y el Gran Premio del Jurado por La pianista. En aquella ocasión, inauguró con Isabelle Huppert una colaboración que tuvo continuidad en El tiempo del lobo. Sin duda, la capacidad para la perturbación de la Huppert puede desarrollar sus potencialidades con tanta libertad en pocos espacios como en el marco de insania que suele ocupar a Haneke. Y era algo razonablemente conveniente que esa colaboración artística tuviese continuidad. En Amour, la Huppert no ocupa el escenario central de la historia. Es el tercero en discordia, la hija de relaciones desafinadas con sus padres, ambos profesores de música, una pareja formada por dos ilustres del cine europeo, Jean-Louis Trintignant (junto a Piccoli el último grande de una generación de actores que marcó la segunda mitad del siglo XX y que toca a su fin) y Emmanuelle Riva, musa de Alain Resnais.



En Amour, Haneke baja algo el diapasón de atmósferas irrespirables de su cine anterior. Recrea un amor tranquilo, paciente, el de los dos ancianos padres en la ficción de Isabelle Huppert. Pero, como es norma en el cine del austriaco, una circunstancia abrupta e inesperada, un zarpazo que afecta al personaje encarnado por Emmanuelle Riva, trastoca la armonía reinante. Y van apareciendo, de entre los claroscuros de la bellísima fotografía de Darius Khondji, fantasmas del pasado, rugosidades que alteran las relaciones de los personajes y que acaban por generar incertidumbres, inquietudes, que aproximan el pulso del film al llamado “territorio Haneke”, aunque es cierto que es éste su film menos tenebroso, donde a ratos reina la placidez, que era hasta ahora un sentimiento extraño al autor de Funny Games o de Caché. Pero el sentimiento mórbido que preside el plano final es, de nuevo, la desazón.



Había otras dos películas más a concurso en una jornada apretada. En la primera de ellas, In another country, la protagonista vuelve a ser Isabelle Huppert, esta vez como personaje a las órdenes del coreano Hong Sangsoo. El microcosmos de este cineasta asiático de larga trayectoria, aunque apenas conocido en España porque su cine no ha pasado del circuito de festivales, es siempre el de situaciones de enredo, historias de amor paralelas, ambientadas muchas de ellas en el marco del cine dentro del cine. Es tan personal ese engranaje, marca de la casa, de Hong Sangsoo, que el hecho de introducir en él una figura internacional y europea como la Huppert planteaba la duda de si en cierto modo dinamitaría la sutileza casi etérea de su cine, hasta ahora encarnado siempre por un grupo de actores coreanos muy familiarizados con sus premisas. Todo lo contrario, la capacidad empática de la Huppert con Sangsoo es total. Su descaro a la hora de enrolarse en uno de esos impagables viajes de yo-yo del director coreano no sorprende en una actriz que supo brillar en el ocaso del Hollywood de los grandes estudios, en el cine independiente y como actriz fetiche de Haneke o Chabrol.



La tercera cinta en liza, The Hunt, la firma el danés Thomas Vinterberg, quien desde que sorprendió con la provocadora Celebración ha ido perdiendo fuelle. Y no es una excepción The hunt, que responde a esos cánones del cine danes presente en festivales: es correcta, formalmente impecable, marca con trazo algo grueso las líneas del melodrama pero deja siempre sensación de vaciedad, de ausencia de riesgo. En The hunt Mads Mikkelsen, convertido ya en sex-symbol del cine europeo, sufre una acusación de pederastia, y sobre él se cierne una caza de brujas con sello protestante y vasta crueldad, que en nada tiene que envidiar a la del bosque de Salem. Lo de menos es que al final sea o no culpable, porque por el camino la película se va adocenando hasta carecer del interés del cine que merece estar en Cannes. Sin duda, el vía crucis que sufre este hombre de tanto sex-appeal funciona como drama y cinta de suspense comercial. Y ahí tendrá terreno donde moverse. Porque en esa pantalla destinada, o así debería ser, al riesgo, nada debería de cazar la nueva película de Thomas Vinterberg.



Como función fuera de concurso, para quitarse algo de solemnidad, Cannes nos ofreció nada menos que el Drácula 3-D del veterano e iconoclasta Dario Argento. Quien naturalmente se sirve del personaje cientos de veces llevado al cine, para pasarse cuatro pueblos con su personal, disparatada, nada desdeñable en sus excesos, visión de Drácula. En los créditos, sin duda el dato más bizarro de una película tan freak, la presencia de Enrique Cerezo como co-autor de los diálogos y del guión. Eso sí es vampirismo y, lo demás, coñas marineras.

Cannes 3: John Hillcoat brinda por la violencia de la Ley Seca en Lawless

El rumano Christian Mungiu practica un exorcismo en la estimulante Beyond the Hills

por José Luis Losa

Es verdad que esta 65ª edición de Cannes tarda en tomar velocidad de crucero. Y que de lo que más se ha hablado en estos cuatro días ha sido de la amputación de piernas de Marion Cotillard en la película de Jacques Audiard, y de la orgía en Kenia del film del austriaco Ulrich Siedl. A falta de que a partir del lunes comience a asomar la parte del león del certamen (Haneke, Cronenberg, Bertolucci, Resnais, Kiarostami, Brad Pitt, Nicole Kidman…), el nivel de la competición subió en el fin de semana por dos frentes bien diversos: uno, el del cine autoral exigente del rumano Christian Mungiu con Beyond the hills, y el otro, el de la obra con aspiraciones en el mercado, la película de gangsters de John Hillcoat Lawless, que llega con ese refuerzo de la Sexta Flota llamado Harvey Weinstein, el malencarado productor de tantas milongas millonarias.



Christian Mungiu ganó hace seis años la Palma de Oro con Cuatro meses, tres semanas, dos días, y con ese triunfo visualizó el poder del cine rumano, que sigue cada año descubriéndonos talentos que no parecen tener fin. El pase en la competición de la nueva película de Mungiu, Dupa Dealuris (Beyond the hills) me deja descolocado por lo arriesgado de su propuesta, un ejercicio de cine complejísimo que nos introduce en el claustro de una secta de la religión ortodoxa que vive, en el momento actual, con un rigor propio de la Edad Media. En Dupa Dealuris se desarrolla un drama de calado, con la llegada al convento de la joven amante de una de las monjas, una tensión creciente, un exorcismo, una muerte non sancta… y todo ello contado como si de lo que se tratase es de dificultar al espectador sacar conclusiones, en un acto de exigencia que, paso a paso, sin desfallecer, da prueba del valor como creador de Christian Mungiu, que consigue dejarnos extenuados y en proceso de lenta digestión de una de esas obras que hay que dejar aposentar por su elevado peso específico.



Mucho más convencional pero para nada desdeñable es Lawless, el film de familia de gangsters en tiempo de la Ley Seca que dirige el australiano John Hillcoat, autor de The Road. Lawless, con su código de familia, tres hermanos como grupo salvaje elevado a enemigo público número uno, bebe de un leit-motiv del cine negro de los años treinta del siglo pasado. Y Hillcoat asume esa herencia con soltura y un punto de elegancia. Contada a partir del libro escrito por uno de los hermanos Bondurant, Lawless juega con finura su carta de poner el fiel de la balanza del lado del criminal elevado a mito popular, sin caer en excesivas trampas de un guión co-escrito por el polifacético Nick Cave, autor también de la banda sonora. Con un cuadro de personajes bien trabajado y un diseño artístico y visual que equilibra lo vintage con la modernidad, Lawless, se saborea como un plato genérico de toda la vida, el cine negro que honra a su pasado. Y a su solvencia contribuye su poderoso reparto, Shia Labeouf, Guy Pearce, y las últimamente ubícuas Jessica Chastain y Mia Wasikowska. Teniendo en cuenta que quien produce Lawless es el boss de productores Harvey Weinstein, el film puede sonar en el palmarés para casi todo, porque nunca se va de Cannes el “broncas” Weinstein sin la mochila cargada.

Cannes, 2: Paradise: Love, con el turismo sexual en África, primera gran polémica en Cannes

por José Luis Losa

El austriaco Ulrich Seidl suele promover encontronazos con su cine incómodo, feísta, que explora territorios tabú de la naturaleza humana, de esos que se sabe que están ahí pero nadie tiene ganas de filmar o de verlos en pantalla. Se terminó de labrar esa fama de cineasta rompepelotas con Import/Export, un film en el que se acercaba a la emigración de mujeres eslavas hacia la Europa del bienestar y mostraba los jirones que en ese viaje de compra-venta muchas de ellas se dejaban. Es por esto que la presencia de Seidl en la competición con una obra, Paradise: Love, que trata sin ambages el turismo sexual de mujeres nórdicas rumbo a África, había despertado la expectación de saber que la pantalla del Palais se preparaba para un plato fuerte. Y el cineasta austriaco no defrauda. Su manera de acercarse a un grupo de matronas germánicas que actúan como depredadoras del hombre negro, con rituales de impiedad y sadismo que nada tienen que envidiar al equivalente rol masculino, está presidido por una calculada frialdad. Esa ama de casa entrada en años y en carnes a la que vemos en su maternal papel antes de viajar a Kenia se adapta al modelo de explotación sexual descarnada en un proceso medido, en el que la sordidez va penetrando la pantalla casi como la “banalidad del mal”. Pudiendo haber caído en el fango de lo morboso, Ulrich Seidl juega limpio: se limita a describir la deriva de esa “fraulien” oronda y apocada (un trabajo de interpretación colosal, por la impudicia verídica de la que Margarete Tiesel impregna a un personaje que creo que pocas actrices aceptarían encarnar: es ya una firme candidata a premio) hasta revertirla en una adicta a la dominación colonial a través de la compra de sexo, en un viaje sutil por paisajes, camastros y playas que reproducen una moderna esclavitud.



Toda la contención casi entomológica que Seidl administra en ese trayecto de dominación sexual casi patológica hace que, ya en el tramo final de la película, el efecto de deflagración de una secuencia epatante, la de una orgía que parece casi misa negra, celebración del horror y no del placer, sea apabullante. Y Siedl recoge como catarsis de la indignidad lo que ha sembrado durante la hora y media anterior. Como los materiales de los que está hecha Paradise: love son, paradójicamente, los inversos, el odio y el purgatorio, la película ha despertado en Cannes sentimientos muy encontrados, y hay quien detesta que se muestren en una pantalla la crueldad de la sexualidad ligada al imperialismo, ahora en forma de viajes turísticos, como si fuese algo nuevo esa forma de depredación que se queda metida en tu cabeza después de ver el fim de Ulrich Siedl, y te martillea con más fuerza según va anidando el poso de sabio horror que el film acierta a transmitir.

El otro nombre que competía este viernes es Matteo Garrone, autor propulsado al prestigio desde Cannes, hace cuatro años, con Gomorra. En su nueva película, Reality, Garrone abandona el drama cuasidocumental con el que describía la Camorra para aproximarse a otra carcoma de la calidad democrática italiana: la de la trivializadora sociedad del espectáculo en donde las vellinas y el bunga-bunga se asimilaban como algo casi folclórico y aceptable. Y Garrone emblematiza esa subversión berlusconiana de la democracia a partir de un concurso de telerrealidad, un “Gran hermano” que transforma a un hombre normal en un payaso, a un ciudadano en un guiñol, en esa estrategia nada inocente con la que se quiso demoler, desde el detritus televisivo, la dignidad civil de un país. Reality, que puede parecer obra menor, es causticidad en estado puro, radiografía de una sociedad cuyos órganos vitales aparecen corroídos por el gran carnaval de la televisión a cuyos mandos estaba, y aún sigue, el hombre que comenzó como cantante de napolitanas en cruceros de medio pelo y acabó a los manos de esa nave semihundida llamada Italia.

Cannes, 1: Marion Cotillard brilla como domadora de orcas en Rust and bone, de Jacques Audiard

Moonrise Kingdom, cuento naïf de Wes Anderson para la gala de inauguración

por José Luis Losa.

La foto de Marilyn Monroe soplando las velas de una tarta, en el cincuentenario de su desaparición, preside el cartel oficial de esta 65ª edición del festival de Cannes. Y bastantes más de esos 65 años tienen a sus espaldas algunos de los nombres que acaparan las mayores expectativas artísticas del certamen: a falta de algunos de los “galácticos” que se reunieron en la conjunción astral de la pasada edición (Malick, Von Trier, Almodóvar o Kaurismaki), el festival francés parece apostar esta vez por la veteranía grandilocuente de vacas sagradas como Alain Resnais, que cumplirá los 90 años en un par de semanas, Abbas Kiarostami, quien presentará un film rodado en Japón, David Cronenberg, cuya adaptación de la novela fundacional Cosmópolis, de Don DeLillo, es de lo más esperado del certamen, y el retorno de Bernardo Bertolucci con Me and You, tras la despiadada enfermedad ósea que le ha tenido durante 10 años casi inválido.

Además, la sección oficial reúne hasta a cuatro directores que ya saben lo que es ganar una Palma de Oro: el británico Ken Loach, el austriaco Michael Haneke, que vuelve a dirigir a Isabelle Huppert, el rumano Cristian Mungiu y el thailandés Apichatpong Wheerasetakul. Por ese premio compite también la plasmación largo tiempo demorada del On the road, de Jack Kerouac, en una producción de Coppola que dirige Walter Salles.

El festival vino a coincidir en su inauguración con el Día 1 de la Era Hollande en el Elíseo. Y no crean que es algo anecdótico. El pasado año, la película de inauguración fue el Midnight in Paris de Woody Allen, que metía con calzador en un papelito a Carla Bruni, para justificar su presencia en la alfombra roja de la Croisette. El film de apertura de este mayo francés es Moonrise Kingdom, el reinado del claro de luna de un verdadero “lunático” como Wes Anderson, director norteamericano autor de locuras como Life Aquatic, Los Tennenbaum o El Fantástico Sr. Fox, mientras Carla Bruni busca piso desde el mismo miércoles.

Moonrise Kingdom como todo el cine de Anderson, se mueve entre el desfase onírico y el cuento naïf. En él se revuelven Bill Murray, Bruce Willis, Harvey Keitel, Frances McDormand, Tilda Swinton o Edward Norton, como acompañantes de los verdaderos protagonistas, los “locos bajitos”, la tribu de boy scouts a la busca de un niño perdido. Con su falso candor y su formato de cuentecito disparatado, a Moonrise Kingdom parece quedarle grande el papel de película inaugural en Cannes.



Y ya ha surgido en la competición una obra que le ha robado el protagonismo. Rust and Bone es la nueva apuesta fuerte del francés Jacques Audiard, premiado en el festival hace tres años con Un profeta. Audiard, nada amigo de las medias tintas, nos ofrece una historia de amor “mas fuerte que la vida”, en la que Marion Cotillard encarna a una adiestradora de orcas cuyo cuerpo es mutilado por uno de esos cetáceos, hasta dejarla en una silla de ruedas. Pero no esperen un convencional drama de superación porque Audiard agita sin tregua las aguas en las que nadan sus personajes en busca de redención. Por encima de la desigualdad del resultado, me atrapa ese talento singular, raro, evanescente, de la Cotillard, capaz de dotar del halo de irrealidad que precisa su personaje de maga en este Rust and bone con el cual Audiard retorna con fuerza a Cannes.

venres, 11 de maio de 2012

En defensa do cinema portugués



Filme proxectado o mércores 9 de maio en São Bento (Lisboa), enfronte do edificio da Assembleia da República, en defensa da Nova Lei do Cinema, en favor do cinema portugués.

domingo, 6 de maio de 2012

Vigor creativo, parálise administrativa



En datas próximas á estrea de Tabu, a chegada ás salas de máis dous filmes demostraba a vitalidade artística do país veciño. Pouco antes outra obra mestra, É na Terra não é na Lua de Gonçalo Tocha, un documental sobre a Ilha do Corvo -a máis pequena dos Açores- de dimensións e resultados monumentais. Despois, Linha vermelha de José Filipe Costa, que revisa a ocupación por campesiños da finca Torre Bela e o tratamento que dos feitos deu o director alemán Thomas Harlan no filme homónimo, exemplo típico de cinema militante. A iso hai que sumar o éxito recente do Sangue do meu sangue de João Canijo, que manexa con sabedoría e personalidade autoral un material que podería parecer propio dunha mala telenovela; e o recoñecemento internacional para as curtas Palácios de pena de Gabriel Abrantes e Daniel Schmidt e Rafa de João Salaviza, que con 28 anos xa sabe o que é gañar un Oso e unha Palma de Ouro. Este vigor creativo, porén, non pode evitar a absoluta parálise da industria, vítima da indolencia dun goberno que aínda ten pendente a aprobación da Lei do Cinema, vehículo preciso para a superación dun inxusto estancamento. Tamén sobre este asunto poderíamos tirar aquí en Galicia algunha lección útil.

Martin Pawley

Artigo escrito para o número de abril da revista Tempos Novos

sábado, 5 de maio de 2012

Tabu (Miguel Gomes, 2012)

Ana Moreira e Carloto Cotta en TABU (Miguel Gomes, 2012; O som e a fúria)

Tabu de Miguel Gomes: o que debera ser o cinema

A inmensa maioría dos cinéfilos tivemos noticia do Miguel Gomes a conta do éxito crítico no Festival de Cannes 2008 do Aquele querido mês de agosto, un intelixente obxecto híbrido que se desprazaba do documental cara á ficción e integraba con humor as non pequenas dificultades da súa rodaxe. A filmografía deste crítico reconvertido en director comezara realmente case dez anos antes e contiña xa naquela altura media ducia de curtametraxes e unha longa ben valiosa, A cara que mereces, que depuraba a atinada combinación de fonda cinefilia e afiada ironía (mesmo certa excentricidade) que son marca da casa. O entusiasta recibimento do Aquele... na Quinzaine des Réalisateurs, preludio dun longuísimo percorrido por importantes certames internacionais (e premios no BAFICI, a Viennale, Las Palmas ou Valdivia), supuxo un cambio de escala, o que transforma un autor emerxente nunha figura de referencia no cinema contemporáneo.

Era lóxico que houbera unha elevada expectación polo seu novo filme, Tabu, maior aínda tras a súa selección na competición oficial dun dos tres principais festivais do mundo, a Berlinale. A estrea en Berlín veu seguida dunha morea de comentarios eloxiosos, e o desprezo expreso manifestado polo enviado especial de El País non facía máis que confirmar o que xa intuïamos: que estabamos diante dunha obra superior, recoñecida finalmente polo xurado co premio Alfred Bauer e tamén, como non, co premio da federación de críticos, o FIPRESCI.

Dividido en dúas partes cuxos títulos citan -pero en orde inversa- as do Tabu de Murnau, cuxa pegada se evoca tamén no nome da protagonista, Aurora (tradución portuguesa do Sunrise, outro dos cumes do cinema silente), o filme do Miguel Gomes adopta formas clásicas -un coidado branco e negro e o formato académico 1,37:1- para vestir unha obra consciente de que o cinema non morreu nos anos 70 e en consecuencia intimamente ligada ao momento e o lugar no que foi feita. Non ten pois nada de “homenaxe”, eufemismo que moitas veces empregamos para non falar de copia, nin é un pastiche -caso de The artist- que apela á memoria sentimental do espectador invocando unha imaxe falsa doutros tempos. O Tabu de Gomes é fillo dunha historia nobre coa que dialoga de forma natural; érguese sobre os ombros de xigantes para sinalar o camiño, ou, na acertada síntese de Sergio Wolf, explicar “que foi, que é, que será e que debera ser o cinema”.

Despois do exquisito prólogo do intrépido explorador, a dama decimonónica e o crocodilo melancólico, de esaxerado -até a parodia- espírito romántico, arranca o primeiro segmento do filme, Paraíso perdido, un relato de soidade e saudade con tres mulleres ligadas pola veciñanza: a anciá Aurora (Laura Soveral), moi lonxe xa dos seus días de gloria; a súa lacónica empregada caboverdiana (Isabel Cardoso) e Pilar (Teresa Madruga), entregada ás causas sociais. Episodios cotiás tan pouco novelescos coma emocionalmente eficaces, matizados por apuntamentos de humor, que acaban por desvelar unha gran historia de amor e crime acontecida moitos anos atrás na África colonial portuguesa.

“Aurora tinha uma fazenda em África, no sopé do monte Tabu” son as palabras que dan paso ao segundo bloque, Paraíso, o romance adúltero de Aurora (nesta etapa, Ana Moreira) e Ventura (Carloto Cotta) narrado por este último na actualidade (Henrique Espírito Santo). Un bloque sonoro mais sen diálogos que se encamiña á traxedia e recupera o desesperado romanticismo do inicio, agora cun ton completamente diferente, sen retranca que alixeire o peso dos tempos idos, os amores imposíbeis e as amizades perdidas. O peso do pasado e da memoria, tamén a colectiva, a do período colonial introducido con delicadeza nun guión modélico, obra de Miguel Gomes e Mariana Ricardo, transformado en imaxes arrebatadoras polo sobrenatural traballo fotográfico de Rui Poças. Tabu é un mito instantáneo: o cinema fíxose grande grazas a filmes coma este.

Martin Pawley. Artigo escrito para o número de abril da revista Tempos Novos.

xoves, 3 de maio de 2012

Fernando Lopes (1935-2012)

Un dos títulos que Miguel Gomes escolleu para formar parte da "carta branca" que no verán de 2009 lle ofreceu o CGAI foi Nós por cá todos bem, a primeira longametraxe que fixo Fernando Lopes despois do 25 de abril. Para min foi unha gratísima sorpresa: Nós por cá... combinaba documental e ficción, introducía a propia rodaxe do filme e mesturaba os actores profesionais cos veciños dunha vila portuguesa dun xeito insospeitadamente audaz. Revelábase coma un referente obvio do Aquele querido mês de agosto, e nese recoñecemento había, tamén, un xesto de xenerosidade por parte do Miguel.



A extrema (e gozosa) liberdade do Nós por cá... era un elo máis da carreira dunha figura esencial da cultura ao sur do Miño. Onte morreu aos 76 anos Fernando Lopes: perdemos a un dos pais do Novo Cinema e ao autor dunha película capital que adoita aparecer citada entre as mellores do cinema portugués, o punxente documental Belarmino.

mércores, 18 de abril de 2012

Hai vida despois dos Capitáns

Os dous premios Goya que obtivo o filme Arrugas e o galardón no apartado de curtas para Birdboy foron amplamente celebrados pola prensa galega e mesmo pola Xunta, co presidente Feijoo disposto a comparar Galicia con Hollywood no ámbito da animación. A cruel realidade, porén, é que un filme coma Arrugas dificilmente alcanzará en salas comerciais a cifra de trinta mil espectadores, un resultado típico do pobre estado actual do mercado cinematográfico en España que en modo algún pode considerarse satisfactorio. Estréanse títulos a feixes, mais a maioría fican condenados a unha total invisibilidade fóra dunhas poucas grandes cidades. É un momento de crise -máis alá da financeira- que obriga a repensar os modelos de produción, distribución e exhibición: o século XX queda moi lonxe. Ao mesmo tempo, en Galicia vivimos un momento de esplendor creativo, con cineastas do país presentes en festivais internacionais, do Xurxo Chirro de Vikingland (Marsella, Mar del Plata, FICUNAM) ao Marcos Nine de La Brecha (BAFICI). As boas noticias seguen (e seguirán) con autores coma Xacio Baño (coa curta Anacos a concurso en Las Palmas) ou Lois Patiño, que ultima a longa Ecos da paisaxe. Hai vida máis alá de Todos vós sodes capitáns: o noso deber agora é darlles a todos eles oportunidade de existir.

Martin Pawley

Artigo escrito para o número de marzo da revista Tempos Novos.