sábado, 24 de abril de 2021

Contaminación, contagio, condolencia

La contaminación lumínica puede jugar un papel importante en la transmisión de enfermedades.

* * *

Virus do Nilo Occidentel
(Cynthia Goldsmith, P. E. Rollin, USCDCP)
Por si el coronavirus no fuera suficiente, el verano nos ha traído más malas noticias sobre enfermedades de origen animal. En Salamanca fallecía un hombre de 69 años a causa de la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo, la tercera víctima mortal en España desde que la enfermedad se detectó por primera vez en ciervos en noviembre de 2010. Un reciente estudio del Grupo de Investigación en Salud y Biotecnología (SaBio) analizó 600 muestras de garrapatas que parasitan animales salvajes recogidas en seis provincias y encontró el virus causante de la enfermedad en el 21% de los ejemplares, lo cual sugiere que tiene ya una presencia generalizada. En Sevilla la preocupación la provoca el brote de virus del Nilo Occidental, que se transmite por la picadura de un mosquito. Cuando escribo este texto son ya tres, desgraciadamente, las personas fallecidas.

El apasionante libro de Sonia Shah Pandemia, editado por Capitán Swing, examina los orígenes y las causas de la propagación de diferentes patógenos. En muchos casos la acción humana es la culpable: el calentamiento global, la destrucción de ecosistemas y el crecimiento de los espacios urbanos favorecen la expansión de enfermedades zoonóticas. El virus del Nilo se identificó por primera vez en 1937 y es probable, nos cuenta Sonia, que hubiese llegado a Estados Unidos a través de las aves migratorias hace varias décadas, pero su estallido se produjo en 1999, cuando infectó al 2% de la población del distrito neoyorquino de Queens. Apenas cinco años después el virus estaba presente en 48 estados.

¿Por qué se multiplica de repente un agente infeccioso con el que tal vez hemos convivido muchos años? La pérdida de biodiversidad tiene mucho que ver. «Las distintas especies de aves son vulnerables al virus en distinto grado. Petirrojos y cuervos son especialmente susceptibles. Picapinos y rálidos no», explica la autora. «Mientras se conservó la diversidad entre las aves autóctonas, es decir, mientras hubo picapinos y rálidos para repeler al virus, este no tuvo demasiadas oportunidades de circular.» La irresponsable ruptura de ese frágil equilibrio se convierte en una puerta abierta para la difusión exponencial del microorganismo.

La contaminación lumínica parece ser otro factor para tener en cuenta. Una investigación publicada el año pasado (Light pollution increases West Nile virus competence of a ubiquitous passerine reservoir species, doi.org/10.1098/rspb.2019.1051, Meredith Kernbach et al.) demostraba que los gorriones comunes expuestos a luz artificial por la noche mantenían una carga viral transmisible durante dos días más que los individuos de control. Los modelos matemáticos asociaban a esa mayor capacidad de contagio un incremento del 41% en el riesgo de un brote del virus del Nilo Occidental. La pérdida de la oscuridad natural de la noche «probablemente afecte a otros rasgos del huésped y el vector relevantes para la transmisión», concluía el equipo firmante del artículo.

Martin Pawley. Artigo publicado na sección «La noche es necesaria» da Revista Astronomía, nº 256, outubro de 2020. 

luns, 19 de abril de 2021

Un revólver apuntando al Sol

Esta historia empieza en 1716, cuando el astrónomo inglés Edmond Halley expuso un ingenioso método para evaluar la distancia entre la Tierra y el Sol. Casi cuarenta años antes Halley había observado un ‘tránsito de Mercurio’, el paso del planeta como un punto por delante de la estrella. Se le ocurrió que determinando con precisión desde dos lugares diferentes el momento de contacto de un planeta (Mercurio o Venus) con el borde exterior e interior del disco, sería posible calcular con matemáticas no muy complicadas cuántos kilómetros nos separan del Sol, la llamada ‘unidad astronómica’. Este parámetro facilitaría deducir otras distancias entre cuerpos del sistema solar, relacionadas entre sí por las leyes de Kepler. La unidad astronómica era una llave que abría muchas puertas. Aunque hay varios tránsitos de Mercurio por siglo, su pequeño tamaño aparente hace de Venus una opción más factible. El problema es que sus tránsitos son fenómenos infrecuentes: se producen por pares con un intervalo de ocho años y luego transcurre más de un siglo hasta el siguiente. Cada nuevo tránsito de Venus alentó, en consecuencia, muchas y bien organizadas expediciones científicas, con empeños tan novelescos –e infructuosos– como los de Le Gentil en 1761 y 1769, que acumuló avatares adversos y cuya larga ausencia del hogar provocó que fuese declarado oficialmente muerto (...) Martin Pawley. Artigo publicado no número 103, de abril de 2021, da revista Caimán Cuadernos de Cine. Pode lerse o artigo completo no sitio web da revista.

sábado, 17 de abril de 2021

En un espacio solitario nadie puede oír tus gritos

La inseguridad ciudadana es un problema complejo que no se resuelve de forma mágica poniendo más farolas.

* * *

Outrage (Ida Lupino, 1950)
Anna Almécija es criminóloga, jurista y experta en seguridad. En los últimos años su trabajo y su preocupación se ha centrado, como técnica y como formadora, en la gestión de riesgos y la seguridad de grandes eventos públicos. Introducir la perspectiva de género en la planificación de la seguridad es uno de sus empeños más tenaces, con la violencia sexual como enemigo a combatir en particular en los entornos de ocio, no solo por las conductas inapropiadas tan comunes en ellos, como los tocamientos o los comentarios groseros, sino porque son sitios propicios para la captación de personas en situación de desvalimiento, bien sea por el consumo de alcohol u otras substancias o porque han perdido entre la multitud a sus acompañantes o herramientas esenciales para la vuelta a casa, desde un bolso con la cartera y las llaves al a veces salvador teléfono móvil.

Anna es, además, una entusiasta activista contra la contaminación lumínica. Por su perfil académico y profesional conviene prestar mucha atención a sus razonadas críticas hacia el uso de la luz como solución mágica a la criminalidad, a menudo con una supuesta defensa de las mujeres como justificación. Es frecuente, por ejemplo, que en las marchas exploratorias que identifican puntos peligrosos en las ciudades se señalen aquellos cuyos niveles de iluminación no son desmedidamente altos. Pero poner más luz, nos recuerda Anna, no solo no evita per se el delito, sino que incluso puede favorecerlo al crear una falsa sensación de seguridad que hace que «bajemos la guardia». De poco nos servirá una farola encendida en un lugar en el que estamos completamente desamparados, sin nadie a cientos de metros, o incluso a kilómetros, que pueda proporcionarnos ayuda.

La seguridad real, no la sensación de seguridad, pasa por «crear comunidad», por establecer medidas que de hecho faciliten que si pasa algo haya alguna posibilidad de recibir auxilio. No será una farola la que nos proteja, sino tener un transporte público seguro también de noche, o los servicios de acompañamiento a casa durante las fiestas que se han demostrado muy útiles en diversos pueblos, o los puntos de atención por medio de interfonos que permiten un contacto directo con la policía en caso de necesidad. En sus conferencias, Anna revisa varios de los asesinatos y agresiones sexuales que más han ocupado la atención de la prensa española en los últimos años para concluir que la oscuridad no ha sido en ellos una circunstancia para tener en cuenta. Se cometen crímenes de día y de noche y la mayoría suceden en lugares sobradamente iluminados; de hecho, si la luz fuese un factor atenuante, las grandes ciudades serían espacios libres de delito cuando sucede todo lo contrario. «No es la noche, no es la oscuridad; el problema del horario nocturno es más bien la vulnerabilidad que te crea la soledad», afirma en su muy recomendable blog seguridadenentornosdeocio.com.

Martin Pawley. Artigo publicado na sección «La noche es necesaria» da Revista Astronomía, nº 255, setembro de 2020. 

sábado, 10 de abril de 2021

Más iluminación y menos seguridad

Según la evidencia científica, poner más luz no protege más a la población.

* * *

"Accidente", Alfonso Ponce de León (Museo Reina Sofía)
Cuando hablamos sobre iluminación pública y la inevitable contaminación lumínica asociada, un asunto siempre presente es la importancia de la luz en la seguridad ciudadana. Los Sapiens somos animales diurnos, dotados de un sistema visual que no es capaz de apreciar grandes detalles en la oscuridad; empleamos la noche para dormir y eso nos hace aún más vulnerables cuando el Sol se pone. No es difícil imaginar lo que significaba la noche para nuestros antepasados hace treinta mil años (y aún en época reciente). El miedo atávico a la oscuridad no es un sentimiento irracional injustificado, sino una consecuencia de nuestro instinto de supervivencia. Gracias a la precaución estamos hoy aquí: sin duda, buena parte de los humanos más temerarios del pasado no llegaron a dejar descendencia.

Que nos sintamos más seguros con luz es comprensible; que estemos más seguros con luz es otra cosa. Se tiende a asumir de forma irreflexiva que la presencia de luz es un factor que por sí mismo reduce el número de accidentes de tráfico y la delincuencia, sin que haya investigaciones serias e independientes que lo avalen. Más bien al contrario, los estudios que han analizado con rigor el rol de la iluminación en la seguridad ciudadana niegan una relación causal que justifique la ligereza con la que las administraciones resuelven cualquier queja vecinal plantando farolas.

Paul Marchant, de la Universidad de Leeds, es uno de los más perseverantes e inteligentes críticos del mantra que asocia luz con seguridad. Un trabajo de 2019 del que es coautor, Does changing to brighter road lighting improve road safety? (DOI:10.1136/jech-2019-212208), examina el efecto de la iluminación en una gran ciudad del Reino Unido, Birmingham, sobre los cerca de treinta mil accidentes de tráfico que se produjeron allí entre 2005 y 2013. Durante esos años se cambiaron decenas de miles de lámparas con el resultado de que prácticamente se duplicó el número de luces blancas brillantes (las más contaminantes). El estudio estadístico arroja como conclusión que no solo no hay evidencia de que con más luz mejore la seguridad vial, sino que incluso sucede lo contrario, pues llegan a detectar un aumento en el número de colisiones de día y de noche en zonas que experimentaron un aumento notable de la cantidad de luz.

Una investigación anterior, The effect of reduced street lighting on road casualties and crime in England and Wales (Rebecca Steinbach et al, DOI:10.1136/jech-2015-206012), analizó si la reducción de la iluminación pública en entidades locales de Inglaterra y Gales para ahorrar dinero y rebajar la huella de carbono tuvo consecuencias negativas para la seguridad. Una vez más, la conclusión fue contundente: apagar (de forma total o parcial) o atenuar las luces no producía efectos dañinos ni en el tráfico ni tampoco, ojo, en la comisión de delitos. El binomio iluminación y crimen será objeto específico del próximo artículo.

Martin Pawley. Artigo publicado na sección «La noche es necesaria» da Revista Astronomía, nº 253-254, xullo-agosto de 2020. 

sábado, 3 de abril de 2021

El día necesita la oscuridad de la noche

La contaminación lumínica afecta a la polinización de las flores aún después del amanecer.

* * *

A Ximo Baixeras, gracias.

Adaptado de Callum J. Macgregor et al
La polinización es un fabuloso ejemplo de la complejísima malla de relaciones que se teje en los ecosistemas. Complejísima, pero también muy delicada: cualquier alteración en las reglas del juego puede provocar graves desequilibrios, incluso allí donde menos se espera. El mes pasado hablamos de cómo la iluminación artificial pone en peligro la presencia de insectos polinizadores en espacios naturales durante la noche, pero lo cierto es que la amenaza de la contaminación lumínica se extiende también al día, por extraño que parezca.

Flores e insectos mantienen una estable relación de interés mutuo desde hace 135 millones de años. El néctar que producen las flores sirve de nutriente para los insectos, que encuentran en su busca el estímulo necesario para recoger el polen y transportarlo hasta otra flor. La cantidad de néctar que cada flor produce debe ser la suficiente para que al insecto le compense acercarse, pero no tanta como para colmar todas sus necesidades, pues el objetivo final es que tenga que pasear por otras flores y así pueda dejar la carga de polen en otra diferente, favoreciendo la reproducción vegetal con una mayor variabilidad genética y en consecuencia una mayor adaptabilidad. Las flores compiten unas con otras para captar polinizadores y, por supuesto, los polinizadores compiten entre sí para obtener su recompensa floral.

Una revisión de la literatura científica sobre el papel polinizador de las mariposas nocturnas, Pollination by nocturnal Lepidoptera, and the effects of light pollution: a review (Callum J. Macgregor et al., DOI:10.1111/een.12174), expuso de forma reveladora la asombrosa red de interacciones entre insectos y plantas, que recoge la imagen que acompaña este texto. Hay flores que son polinizadas únicamente durante el día, otras que son polinizadas solo por la noche y otras que reciben visitas durante los dos periodos. Estas últimas ofrecen un doble servicio de comida para sus visitantes diurnos y nocturnos, que son diferentes. En condiciones normales, o, para ser más preciso, en condiciones naturales no alteradas, hay clientes para los dos turnos. La introducción de luz artificial en una zona determinada recorta la actividad de los polinizadores nocturnos y las flores del lugar se quedan sin clientes. Su néctar no será consumido y quedará intacto para el turno de la mañana. Durante el día, la oferta de alimento superará la demanda: los insectos no necesitarán explorar tantas flores porque el néctar no recogido durante las horas de oscuridad satisface plenamente sus necesidades. Ese excedente les ahorra trabajo, pero también deja sin visitas a muchas flores, que ven así reducidas sus opciones de polinización y de reproducción; algunas plantas quedarán en inferioridad de condiciones. En la naturaleza no sobra nunca nada: cuando eliminamos cualquiera de los elementos de la red, alteramos el balance global. Acabar con la oscuridad tiene consecuencias ambientales también a plena luz.

Martin Pawley. Artigo publicado na sección «La noche es necesaria» da Revista Astronomía, nº 252, xuño de 2020. 

venres, 2 de abril de 2021

Termar do tempo. Sobre "O cazador" e "Las altas presiones" de Ángel Santos.

por Miguel Castelo

Para ben e para mal, a opción cinematográfica das conversas a medias, de carentes ou escasas expectativas dramáticas (por veces circulantes por camiños desacostumados), que propoñen á audiencia non saber máis do que a(s)/o(s) protagonista(s), que a convidan a camiñar cando a el(es)/a(s) na súa andaina, ou que mesmo renuncia á figura protagónica, deixa polo camiño unha chea de espectadores/as afeitos/as ás normas narrativas clásicas e dispostos/as a non investir un minuto en seguir asistindo a algo que non acaban de entender. Absolutamente desinformadas, non deixan de ser xentes preguiceiras que ao pouco de ter comezado a proxección abandonan a sala na escuridade como alma levada polo diaño, ou, coñecendo de antemán a figura responsable da dirección, escollen para esa ocasión outro modo de divertimento. Porque o cine é, entre unhas cantas outras cousas, un divertimento. E na escolla do brinquedo co que pasar o tempo, como noutras ordes da vida, hai con todo o dereito xente de toda condición.

A mesma óptica, diferente paisaxe

A estas dúas partes que compoñen un amplo espectro de público -a que a un perfil cultural baixo suma unha actitude nugallán, ou, a máis informada, que tan só estima a época dourada do cinema clásico- úneas a decisión firme de utilizar a mesma óptica para se achegar a filmes de tan diferente fasquía, de negar que o cine é unha expresión que, como as outras artes, está suxeita á evolución da súa linguaxe. Para ben e para mal. Para ben porque deixa ver no cinema a súa condición de ser vivo, que turra da audiencia, estimula a súa curiosidade e provoca a súa capacidade de atención, tratandoa como un ente adulto. E para mal porque o sector máis recalcitrante, obstinado na súa porfía, non pasa pola billeteira nin se asoma a outras xanelas onde poder contemplar estes filmes diferentes e tan precisados de recuperar os seus investimentos, sempre ben máis cativos que os das grandes produtoras.

O CGAI, Centro Galego de Artes da Imaxe, sen esquecer a súa atención aos clásicos, dedica unha boa parte da súa programación a este cine máis minoritario, que trata de reproducir a vida dun modo menos espectacular e se dirixe á audiencia con maior respeito. Para iso é a Filmoteca de Galicia. Un cine cuxas/os autoras/es optan por lle entregar aos/ás espectadores/as o filme aberto, carente de verdades absolutas e certezas manifestas, ripándolles as orelleiras e convidándoas/os a ser co-relatores/as do que nel se conta e/ou se deixa de contar.

Preocupacións recorrentes

A este modelo cinematográfico pertencen O Cazador e Las altas presiones, da autoría de Ángel Santos Touza, que o CGAI vén de recuperar (13/03/2021) dentro do espazo Off Galicia para comemorar o décimo aniversario do acuñamento do termo Novo Cinema Galego (NCG10).

Pontevedrés de nacemento (Marín, 1976), licenciado en Historia da Arte pola Universidade de Santiago de Compostela (USC) e diplomado en Dirección Cinematográfica polo Centre d´Estudis Cinematográfics de Catalunya (CECC), Ángel Santos é un dos realizadores máis interesantes dos que hoxe ofician en Galicia. O Cazador (2008) é a súa segunda curtametraxe, logo da diplomatura en 2002; e Las altas presiones (2014) a súa segunda e, polo momento, última longametraxe. Entrambos títulos, ademais da súa primeira longa, Dos fragmentos/Eva (2012), median diferentes pezas en soportes diversos e de variada duración que revelan as súas preocupacións temáticas e narrativas recorrentes, perceptibles en maior ou menor medida en todos os seus traballos: as relacións persoais, o universo dos sentimentos, o camiñar do tempo..., a adecuada escolla de escenarios e intérpretes, a dirección de actores (e actrices), a fuxida de diálogos explicativos, o preciso sentido do encadre, a función dramática do tempo, o conxunto da posta en escena, as lindes e rozamentos do documental coa ficción... Intereses e propósitos que estando nas intencións de moitos/as realizadores/as non sempre aparecen nos resultados dos seus traballos en cuxos títulos de crédito figuran como responsables da tarefa de dirección.

O cazador (Ángel Santos, 2008). Pode verse en Vimeo nesta ligazón.

Elegancia artística

Tirada do conto homónimo de Antón Chéjov, O Cazador estruturase en tres partes -O conto, Os intérpretes, A ficción-, independentes e complementarias, nas que se presenta un orixinal e brillante exercicio que ilustra con sutil vocación didáctica e elegancia artística o proceso de adaptación: a lectura unipersoal en alta voz do relato literario, o ensaio escénico dos intérpretes e a solución adoptada ou versión especificamente cinematográfica. Contido nunha espléndida fotografía, tanto en interiores como exteriores, o filme cumpre á perfeción con todos os preceptos antes enunciados para nos trasladar sen dramatismo, con inquedante frialdade e riqueza expresiva ao aldraxante estado de desamparo, desprezo e sumisión ao que unha muller é levada polo seu home.

Un retorno revelador

Con guión orixinal do propio Santos e Miguel Gil, Las altas presiones, goza igualmente dunha adecuada fotografía (se cadra unha miga irregular) na que se envolve a andaina do retorno circunstancial á súa cidade dun home novo. Provisto dunha pequena cámara videográfica, o home grava imaxes no amplo interior dun edificio ruinoso que semella unha antiga nave industrial. Xa en zona urbana, atópase cun vello amigo e quedan de se chamar, toma algo nun bar e observa os paisanos, fílmaos con prudencia, brevemente... Aos poucos, no seu seguimento, iremos sabendo que se chama Miguel e reside fóra de Galicia, se cadra en Madrid, onde se move no ámbito da actividade cinematográfica, e que está en Pontevedra co encargo de localizar escenarios para un novo filme que, afirma, non dirixirá el, cometido do que non tarda en se desentender para orientar a cámara cara a outras manifestacións da vida que o arrodea. Nos sucesivos movementos en reencontros con amigas/os, irémoslle descobrindo o peso dos sentimentos encontrados, o desexo de congrazarse cos escenarios dos anos mozos e unha certa sensación de estrañeza e desacougo de se volver encontrar neles, se cadra a crise da entrada nos corenta. Vai tomando conciencia dos efectos do camiñar do tempo nas persoas e nas cousas; descobrindo que non todo é igual a como el o tiña estabulado. Tampouco a súa situación na súa actual cidade de residencia semella estar moi boiante. Este conxunto vital insatisfatorio e o desexo de atención cara a súa persoa lévano mesmo a cometer algunha torpeza. Por cabo, no medio deste revelador encontro coas paisaxes de tempos idos, unha raiola de esperanza preséntase no seu horizonte próximo.

Las altas presiones (Ángel Santos, 2014)

Escenarios e estados de ánimo

Ademais das sinaladas ao comezo destas consideracións, Las altas presiones ofrece as virtudes de logradas atmosferas, tanto en escenas esenciais como circunstanciais, ao que contribúe a función dramática dos lugares da acción. Cometido este que, sen pasar nunca inadvertido, resulta nomeadamente patente entre o estado de ánimo do protagonista e a fasquía dalgúns dos escenarios, xustamente os que abandona por dalgún modo verse reflectido neles. Porén, acaba retornando, e será nese novo encontro conciliador onde atope un pretexto que o encamiñe cara a un posible cambio vital. Unha idea que emana da ambigüidade, estimulante e provocadora, do plano final do filme.

Circunstancias da sesión

A interrogante do cineasta pontevedrés, manifestada na súa presentación virtual (certamente interesante) referida á esperanza de que detrás da cámara -diante da pantalla- estivese alguén, razoablemente fundada no retraemento orixinado pola crise sanitaria e a conseguinte limitación da capacidade da sala de Durán Loriga, ten unha resposta pouco estimulante. Cinco persoas: tres mulleres e dous homes. E, non tiña rematado aínda a segunda parte de O Cazador, cando o outro home decidiu abandonar. Sabido é que a programación do CGAI ten desde hai un tempo un público notablemente ecléctico, xa antes referido. “A entrada é económicamente asequible (agora gratis), dentro vai menos frío do que fóra, a ver que poñen hoxe, se non me gusta, marcho”: son as recorrentes consideracións dunha parte del. Coñecido espectador habitual, o desertor responde con fidelidade a este perfil.

Rematada a proxección, nada indicou que as mulleres non saisen satisfeitas. E a un só lle queda constatar que a súa presenza viña motivada polo desexo de repasar: o primeiro filme estaba fóra de toda dúbida; o segundo pedíame unha segunda volta. E a conclusión é que da vez anterior non debía ter a tarde adecuada para me achegar a esta historia entre o desacougo e a esperanza. Puidese ser tamén que hai filmes que, como os bos viños, melloran co tempo.