domingo, 4 de xullo de 2021

Solo estrellas en el cielo

Muy de vez en cuando el cine nos recuerda que la luz artificial acaba con la noche.

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The Strange Affair of Uncle Harry (Robert Siodmak, 1945)

En un clásico moderno de Leos Carax, Les amants du Pont-Neuf (1991), la pareja de sin techo encarnada por Juliette Binoche y Denis Lavant hace su vida en el puente parisino del título, cuya reconstrucción en estudio disparó los costes de producción. En un momento dado ella se echa a dormir en la calle y su compañero, amorosamente, le apaga la luz desconectando las farolas más cercanas.

No es habitual encontrar en el cine muestras así de evidentes de cómo la luz artificial anula la oscuridad de la noche, necesaria en ese caso para un buen descanso. Por eso me entusiasmó descubrir hace unos meses en una película de Robert Siodmak de 1945, The Strange Affair of Uncle Harry, una referencia explícita a la contaminación lumínica. El gran George Sanders es Harry Quincey, diseñador en una empresa textil que convive con sus hermanas en una casa venida a menos. Una joven de Nueva York, Deborah Brown (Ella Raines), rompe su rutinaria existencia y no tardará en enamorarse. Antes de que el filme gire hacia el género negro, con inverosímil redención final por la censura infame del código Hays, tiene lugar este diálogo:

Deborah: No me había dado cuenta del cielo que tenéis aquí.
Harry: Es el mismo que tenéis en Nueva York.
D: Oh, no hay cielo en Nueva York. Las luces brillantes acaban con él. No he visto una buena estrella en diez años.
H: Aquí podemos ofrecerte unas cuantas. Esa grande de ahí arriba es Marte. Y por allí está Venus.
D: Venus. Es como encontrarse con un viejo amigo. Mi padre solía mostrarme Venus cuando era niña (…) ¿Cuál es Saturno?
H: Ahí está. Ahí arriba.
D: ¿Dónde están los anillos?
H: Bueno, no puedes verlos a ojo desnudo.
D: Harry, estás empezando a sonar indecente.
H: Quiero decir que necesitas un telescopio potente para ver los anillos. Se veían muy bien anoche.
D: ¿Oh, tienes un telescopio?
H: Sí, uno de nueve pulgadas. Lo construí yo mismo.
D: ¿Crees que hoy se verán bien los anillos?
H: No sé. Tendremos que esperar un rato hasta que alcance altura suficiente. Y podría haber bruma entonces.
D: ¿Podemos intentarlo, no crees?

Otra grata sorpresa venía dentro de la estupenda Let Them All Talk (Steven Soderbergh, 2020), el reencuentro en un crucero de tres viejas amigas a las que interpretan, ahí es nada, Meryl Streep, Candice Bergen y Dianne Wiest. El guion pone en boca de esta última una frase memorable: «Elon Musk ha lanzado muchos, muchos satélites de telecomunicaciones al espacio que se ven igual que las estrellas, exactamente igual. Así que ahora cuando los seres humanos miren el firmamento no sabrán si están viendo una estrella o una máquina. Y nosotras en esta mesa somos de las últimas personas que han visto el cielo nocturno real, honesto, verdadero, desde el océano. Hemos visto estrellas, solo estrellas.»

Martin Pawley. Artigo publicado na sección «La noche es necesaria» da Revista Astronomía, nº 262, abril de 2021.

sábado, 3 de xullo de 2021

Hechizo de Luna

Las variaciones de luz asociadas a las fases lunares podrían alterar (o no) el sueño humano.

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Moonstruck (Norman Jewison, 1987)

¿Tiene la Luna algún impacto sobre la salud humana? Rotundamente, sí. Al menos, si vives en Tanzania. En el estudio de los registros gubernamentales de ataques de leones a seres humanos en este país africano, más de mil personas en poco más de veinte años, junto a las visitas a los sitios de esos ataques y las entrevistas con supervivientes o con familiares de las víctimas se fundamenta un fascinante artículo de 2011, Fear of Darkness, the Full Moon and the Nocturnal Ecology of African Lions (Packer, C., Swanson, A., Ikanda, D., Kushnir, H.). Los leones cazan sobre todo en completa oscuridad, así que la inmensa mayoría de los sucesos tiene lugar en las primeras horas de la noche, pero la probabilidad es mucho mayor los primeros diez días después de la Luna llena que los diez días precedentes: esas horas de negrura después del crepúsculo, antes de la salida de la Luna, resultan fatales para nosotros. La Luna llena resulta protectora, pero también anticipa que vendrán un par de semanas difíciles durante las cuales las panzas de los grandes felinos aumentarán de volumen, señal inequívoca de un mayor consumo de carne.

Hablar del posible efecto de nuestro satélite sobre la biología genera a menudo virulentas reacciones de los escépticos de guardia, no siempre con razón. No me refiero, por supuesto, a las fantasías esotéricas sobre influjos lunares tan frecuentes en algunas revistas, escritas por personas que solo distinguirían las fases por los dibujitos de los calendarios. Pienso, más bien, en el papel del ciclo lunar y sus variaciones de luz sobre la actividad de muchas especies. Aunque el Sol es la principal fuente de luz en la Tierra y en consecuencia la referencia fundamental para sincronizar los ritmos circadianos, no es desconocida la influencia de la luz de la Luna sobre invertebrados, anfibios, reptiles, aves y mamíferos, incluidos primates; una buena revisión puede leerse en Chronobiology by moonlight (DOI: 10.1098/rspb.2012.3088).

No tendría nada de extraño encontrar algún resultado parecido en humanos, pero eso pasa siempre por el escrutinio implacable del método científico. Una de las hipótesis más comunes es comprobar si hay alguna conexión entre el sueño y el ciclo lunar, y lo cierto es que en la literatura cronobiológica sobre esto hay votos a favor y votos en contra, lo que aconseja nuevas investigaciones. Las más recientes ocupan la portada de Science Advances del 29 de enero. Los autores de Moonstruck sleep: Synchronization of human sleep with the moon cycle under field conditions (Casiraghi et al.) afirman que en sus grupos de estudio «el sueño empieza más tarde y es más corto las noches anteriores a la Luna llena, cuando está presente la luz lunar después del crepúsculo». En la misma revista otro artículo apunta sincronías con el ciclo menstrual. Conviene, por supuesto, la cautela: una golondrina no hace verano, y mucho menos en ciencia.

Martin Pawley. Artigo publicado na sección «La noche es necesaria» da Revista Astronomía, nº 261, marzo de 2021.

venres, 2 de xullo de 2021

¿Cuántas estrellas vemos en el cielo? 2ª parte

Estimaciones más realistas rebajan de miles a cientos las estrellas al alcance de nuestros ojos.

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Adaptado de Cinzano & Falchi
Las características del sistema visual humano, que precisa un buen contraste entre un objeto y su contorno, marcan valores límite para el brillo de las estrellas más débiles que podemos llegar a distinguir. Por supuesto, esos valores dependen de la capacidad óptica del observador, que es muy variable entre diferentes individuos y en un mismo individuo a lo largo de su vida: no vemos igual a los veinte años que a los setenta. Esto es especialmente válido para la visión nocturna, que empeora de forma notable con la edad: la pupila se dilata mucho menos y en consecuencia entra menos luz en el ojo, el cristalino se vuelve menos flexible y transparente e incluso se reduce el número de bastones activos en la retina.

También importa, como vimos el mes pasado, el brillo del cielo provocado por la difusión de la iluminación artificial, que reduce el contraste necesario para que detectemos un punto de luz. Nos llegan los mismos fotones desde Marfik, en la constelación de Ofiuco, tanto si estamos en un centro urbano como en un lugar poco contaminado, pero su magnitud aparente, 3,82, la hace inalcanzable en el primer caso.

La pregunta que sirve de título a este artículo no tiene una respuesta ni única ni sencilla. De hecho, y por extraño que parezca, no hay estimaciones realmente buenas de cuántas estrellas podemos llegar a ver en un sitio determinado y las cifras que se suelen manejar, que quizá fueron siempre demasiado optimistas, han quedado obsoletas. No basta, desde luego, con tomar como referencia el cenit, que es siempre la zona del cielo de más calidad, y dar por supuesto que sus virtudes se extienden a todo el hemisferio, pues el brillo artificial es mucho mayor sobre el horizonte y en toda esa zona (y hasta una cierta altura) nos roba gran número de estrellas.

En un artículo publicado el año pasado, Toward an atlas of the number of visible stars (doi:10.1016/j.jqsrt.2020.107059), Pierantonio Cinzano y Fabio Falchi se propusieron obtener una cantidad más realista. Teniendo en cuenta diversos factores que inciden sobre la posibilidad o no de ver una estrella, como la altitud del sitio de observación y la extinción atmosférica a diferentes distancias del cenit, los modelos de propagación de la polución lumínica y los datos que proporcionan los principales catálogos estelares, los autores obtuvieron unos resultados para Italia bastante desoladores, que reflejaron en el mapa adjunto. Para un observador medio, la posibilidad de observar más de 1300 estrellas se reduce a algunos lugares de muy alta transparencia y mínima contaminación. En la inmensa mayoría del territorio transalpino las estrellas se cuentan como mucho por centenas.

El artículo apunta además un método para estimar el total de estrellas visibles mediante recuento directo en ciertas partes del cielo. Un ejercicio que sería muy pertinente poner en práctica de forma periódica para tomar conciencia del paisaje que perdemos.

Martin Pawley. Artigo publicado na sección «La noche es necesaria» da Revista Astronomía, nº 260, febreiro de 2021.

xoves, 1 de xullo de 2021

¿Cuántas estrellas vemos en el cielo? 1ª parte

La contaminación lumínica nos ayuda a entender cómo funciona la visión humana.

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Fonte: Meteogalicia / USC
Nuestro sistema visual recoge información en condiciones extremadamente variadas de luz. Vemos muy bien bajo el Sol un mediodía de verano, pero también somos capaces de movernos sin dificultad una noche con Luna, incluso en plena naturaleza, aún a pesar de que el flujo luminoso por unidad de superficie que llega a nuestros ojos (o «iluminancia») es en ese caso hasta un millón de veces menor. El amplio rango de intensidades de luz en el que vemos se debe a la existencia de dos tipos de células fotorreceptoras con propiedades muy distintas: los «conos», que actúan con altos niveles de luz, como los que se dan durante el día o en interiores iluminados, y los «bastones», especializados en detectar luz cuando esta escasea, esto es, por la noche.

Con los conos nuestra experiencia es muy abundante en detalles y se caracteriza, sobre todo, porque nos permite reconocer un conjunto bastante estrecho de longitudes de onda del espectro electromagnético que llevan el nombre científico de «colores», del rojo al azul. Los humanos les damos bastante importancia a los colores porque nuestros ojos son capaces de distinguirlos durante más o menos la mitad de nuestras vidas, la que transcurre de día. Siempre es bueno recordar que otras especies animales ven otras longitudes de onda, como el infrarrojo las serpientes o el ultravioleta las abejas, y, por tanto, para ellas el mundo tiene un aspecto muy diferente.

En condiciones de verdadera oscuridad, la actividad de los bastones –que son veinte veces más numerosos que los conos– no nos permite distinguir colores ni realizar trabajos de precisión, pero nuestra impresión visual puede llegar a ser muy rica. Una vez adaptados a la oscuridad, vemos razonablemente bien con intensidades de luz muy bajas, por ejemplo, solo con la luz de las estrellas, con una iluminancia cien veces más baja que la de una noche con Luna.

Para ver dependemos de la cantidad de luz ambiental, pero, sobre todo, de que haya un buen contraste entre un objeto y lo que lo rodea. Parte de las estrellas que observamos por la noche ya habían asomado sobre el horizonte unas horas antes, con el cielo aún azul, pero entonces «no las veíamos», a pesar de que mandaban a nuestros ojos la misma cantidad de fotones; las detectamos de noche porque su brillo resalta con claridad sobre el fondo oscuro. Por eso cuando el cielo brilla por la difusión de la luz artificial en la atmósfera perdemos las estrellas más débiles: no hay entonces el suficiente contraste entre su intensidad puntual y el brillo de fondo.

Frente a las casi cinco mil estrellas que podríamos ver en condiciones ideales, la contaminación lumínica nos deja esa cifra en las ciudades, como se indica en la tabla adjunta, en «unas pocas» o como mucho unas docenas. La realidad, como comprobaremos el mes que viene, es aún peor.

Martin Pawley. Artigo publicado na sección «La noche es necesaria» da Revista Astronomía, nº 259, xaneiro de 2021.