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Perdemos calidad del cielo sin freno en todo el planeta, como constata una investigación publicada en enero
en Science, Citizen scientists report global rapid reductions in the visibility of stars from 2011 to2022 (Chris Kyba et al.), que evalúa la variación del número de estrellas visibles por el ojo humano
de acuerdo con las observaciones registradas en el proyecto Globe at Night y detecta una caída de hasta un 10 % anual. La consecuencia positiva de un hecho evidentemente negativo es que la contaminación lumínica ha dejado de ser una preocupación restringida a grupos científicos a los que es fácil no prestar atención
para convertirse en un asunto destacado entre las preocupaciones ambientales del presente. Persisten, y persistirán, las voces negacionistas, igual que sucedió con el calentamiento global y tantos otros ejemplos de la aniquilación del medio natural por la insostenible codicia del crecimiento infinito que hoy se expresa a través de la descontrolada voracidad capitalista y, en otros tiempos, también por el industrialismo «a la soviética», irracionales formas las dos de explotación destructiva de unos recursos limitados.
Una muestra de este interés es el foco «Dark Skies» en la revista Nature Astronomy de marzo, que añade una pertinente perspectiva sociopolítica. Es el caso de Aggregate effects of proliferating low-Earth-orbit objects and implications for astronomical data lost in the noise (John Barentine et al.), que pone números al impacto de la proliferación de objetos en órbitas cercanas a la Tierra, un problema que las megaconstelaciones de satélites hacen acuciante. No se trata solo de los aparatos plenamente operativos, que no sería poco teniendo en cuenta que hay planes para el lanzamiento de cuatrocientos mil satélites en una
década, sino de todos los restos asociados, esa basura espacial que se multiplicará de manera equivalente y acabará produciendo daños importantes. La luz reflejada por ese inmenso conjunto de objetos aumenta el brillo del cielo y repercute en la astronomía profesional, que deberá invertir cada vez más tiempo (mayores tiempos
de exposición) y, por lo tanto, más dinero para obtener los mismos resultados. Menos eficiencia de los observatorios supone menos oportunidades para la investigación (menos proyectos que se ejecutan) y eso complicará el acceso equitativo e inclusivo a la astronomía: «en esta época de presupuestos menguantes y menos subvenciones en un juego de suma cero, la competencia por el tiempo de observación en telescopios e instalaciones terrestres será aún más disputada que ahora». Las horas de observación, becas y premios, «como cualquier otro privilegio», escriben, «tienden a acumularse en selectos linajes académicos», así que las nuevas dificultades concentrarán «aún más este privilegio dentro de un círculo cada vez más reducido de instituciones». En ese delicado contexto, «la contratación, retención y promoción de grupos subrepresentados y marginados en astronomía se enfrenta a desafíos crecientes». Sí, todas las personas son iguales, pero como nos hizo ver George Orwell unas son más iguales que otras. Siempre pierden más las que menos tienen. Nunca viene mal una bofetada de cruda realidad contra el tecnooptimismo.
Martin Pawley. Artigo publicado na sección "La noche es necesaria" da Revista Astronomía, número 287, mayo de 2023.
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