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Desde que era pequeña, la
periodista Sigri Sandberg
tiene miedo de la oscuridad. Es un miedo compartido, generalizado. Históricamente, la oscuridad fue «un enemigo, como
el frío, algo que no es seguro»; representa, en la tradición cultural
europea, la muerte y el mal, frente a la luz que se asocia a la vida y
el bien. Pero también, desde siempre, Sigri viajó periódicamente a
Finse, un pueblo de montaña a
1200 metros de altura y 60 grados
de latitud norte, un lugar sin árboles y con una temperatura media por debajo de cero dos terceras partes del año. Un lugar, por
supuesto, con un firmamento esplendoroso cuando el cielo está
despejado, el espacio ideal para
evidenciar nuestra insignificancia
ante una naturaleza que «no nos
juzga, no nos valora, a diferencia
de las personas y la sociedad».
La autora se planteó un desafío que dio como resultado un libro. Oda a la oscuridad, editado
por Capitán Swing, es un ensayo
que nace de su experiencia de pasar cinco días en una cabaña en
Finse enfrentándose a la soledad
y a la noche, aprendiendo a convivir con ellas. Busca consejo en
una gloria nacional, el poeta, novelista y dramaturgo Jon Fosse, a
quien le pide que defina la palabra «oscuridad». La respuesta del
escritor, habitual en las quinielas
del Nobel, es concisa y admirable.
«Es evidente», le dice, «que la oscuridad tiene que ver con la noche, con el sueño y con la muerte
y con que nada se ve o con que se
ven las estrellas, en cierto sentido
se ve el universo y nunca se ve más
lejos que en la oscuridad». He ahí
una verdad científica que resulta
ser también una verdad poética:
la oscuridad nos permite ver más
lejos. Nos permite ver objetos débiles, aquellos cuyo brillo intrínseco está muy atenuado por la enorme distancia a la que están de
nuestro planeta. Además, esa oscuridad nos amplía la mirada en
un sentido más filosófico: nos ayuda a ser conscientes de que pertenecemos a un todo inmenso, de
que los materiales con los que se
edifica pieza a pieza nuestro cuerpo son los mismos que forman los
objetos celestes.
Sigri se lleva como compañía
un libro de otra mujer, Christiane Ritter, que ocho décadas atrás
acometió la aventura de dejar la
ciudad para encaminarse al gran
norte, a Svalbard. En su larga estancia ártica, Christiane experimenta un duro temporal que no
cesa durante nueve días. «Ahora entiendo que en muchos casos
puede ser más difícil mantener
nuestra personalidad que conservar la vida en la lucha contra los
elementos», escribe. «Siento la
poderosa soledad que me rodea
(...) Siento que pierdo los límites
de mi ser en esta naturaleza fuerte y abrumadora. Y por primera
vez entiendo el regalo divino que
es el prójimo.» Sí, casi siempre es
útil apartarse para tener un mayor
campo de visión, para pensar mejor y diferenciar lo importante de
lo anecdótico.
Martin Pawley. Artigo publicado na sección "La noche es necesaria" da Revista Astronomía, número 282, decembro de 2022.
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