por Alberto Ruiz de Samaniego
En Holy Motors, la escena del concierto de acordeón dentro la iglesia es central, en todos los aspectos. Siendo, aparentemente, la más enigmática y marginal en relación con la trama, es este estatuto, precisamente, el que le concede la capacidad metonímica de condensar todo el espíritu del film. Y es que de espíritus, efectivamente, se trata. Pues esta escena muestra, antes que nada, una gozosa velada fúnebre, un wake, a la manera irlandesa, por ejemplo, del renombrado velatorio de Finnegans que canta la canción. Aquél que se volvía un despertar gracias al inmoderado trasiego de alcohol. Así, el whisky que a Finnegans mató le devolvió también la vida - no ha de ser casualidad que la palabra whisky venga de la expresión irlandesa uisce beata, que significa agua de la vida-. En todo caso, la canción, como el texto de Joyce o el film de Carax, alude al ciclo de la vida en tanto que una continua resurrección: morir, resucitar, levantarse de nuevo… Vemos en la escena, pues, una descarga funeraria tan crepuscular como resurreccional. Diríamos incluso, con Derrida, “re-insurreccional” (Espectros de Marx). Se trata del espíritu del cine – o del último actor, el último hombre, en definitiva- celebrando una suerte de doble momento: su fin o su muerte y, a la vez, su promoción, una promoción en la muerte, por la muerte misma.
Dotado así del mismo espíritu filosófico que le conceden Blanchot o Derrida a este juego espectral, vemos al actor ir visiblemente en cabeza en el preciso momento de celebrar su desaparición y su entierro, presidiendo – como una magnífica y poderosa estantigua- la procesión musical de sus propios funerales. Y lo vemos elevarse, exaltarse en el transcurso de esta marcha hasta alcanzar la gozosa - y gloriosa - resurrección.
Anuncio de entierro. Inminencia y deseo de resurrección. Incluso gloria. Espera y exaltación en medio de la desaparición y un cierto final. El film de Carax se halla – como el cine mismo- en el gozne de esta experiencia aguda de crisis y contradicción, de negatividad. Sólo que Carax la ha llevado ahora hasta el extremo, para saber, quizás, qué es lo que de ella, o en ella, resistirá.
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Nota dos editores: este texto complementa ooutro artigo do mesmo autor publicado hai uns meses neste blog, Las máscaras de la ficción. Notas a partir de Holy Motors de Leos Carax
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