Bien está lo que bien acaba: la novena edición del
Indielisboa se cerró con un
leve aumento del número de espectadores, y en los tiempos que corren no estamos como para restarle importancia a las alegrías. El equipo organizador -la asociación
Zero em comportamento- sigue multiplicando panes y peces para armar un festival mayúsculo, con olfato para descubrir autores y detectar tendencias, por ejemplo el estimulante momento del cine chileno, que se alzó con el Gran Premio de largometraje para
De jueves a domingo, habilidosa ópera prima de Dominga Sotomayor ya galardonada en Rotterdam.
Más inquietante se revela el futuro inmediato del cine portugués, objeto de culto cinéfilo estos últimos años. El aparente esplendor que uno podría deducir ante la presencia en salas comerciales de Lisboa de las muy notables
Tabu,
É na Terra não é na Lua,
Linha vermelha o
A vingança de uma mulher choca contra la cruel realidad que revelaba la programación del Indie: la parálisis casi total de la industria, que lleva meses en espera de que se apruebe la nueva ley del cine (retrasada de forma irresponsable, pese a contar con el apoyo general de los profesionales) y se convoquen nuevas ayudas. Así se explica la debilidad de la oferta de largos portugueses, entre los cuales sí merece ser destacado
Jesus por um dia, de Verónica Castro y Helena Inverno, retrato humilde, honesto y gozoso de la participación de un grupo de reclusos en una representación de Semana Santa en Trás-os-Montes. Una obra pequeña pero sólida que crece en la memoria y se llevó muy merecidamente el premio de la competición nacional.
Mucha más calidad hubo entre los cortos, empezando por los de João Salaviza,
Cerro negro y
Rafa, que como antes en
Arena ejercita su talento visual y su capacidad para manejar con elegancia temas y personajes típicos de eso que llaman “cine social”; o
Mupepy Munatim de Pedro Peralta, con cierto toque Pedro Costa. En
O que arde cura, indiscutible joya de la sección, un hombre habla por teléfono con su pareja la mañana del incendio del Chiado; la relación se extingue igual que los edificios del histórico barrio. Es necesario romper y empezar de nuevo, viene a decirnos ya desde el título el director, João Rui Guerra da Mata, que otorga todo el protagonismo a João Pedro Rodrigues: su cuerpo y su voz llenan un film esteticista, que convierte el estudio de rodaje en una bellísima videoinstalación.
Martin Pawley. Artigo publicado no número de xuño de 2012 da revista Caimán Cuadernos de Cine.
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