* * *
Ilustración de "Le Ciel" |
Amédée Guillemin fue un
popular divulgador científico francés, autor de diversos libros sobre temas de física y, sobre todo, de astronomía.
Una de sus obras más celebradas (y reeditadas) es Le Ciel, publicada inicialmente en 1864. En
las primeras páginas de la sección dedicada a las estrellas hace una estimación de cuántas se
pueden ver a ojo desnudo. Al admirar la multitud de puntos centelleantes que salpican la bóveda
celeste cualquier noche despejada, ¿quién no tiene la tentación
de creer que el número de estrellas se cuenta, si no por millones,
al menos por cientos de miles?
Eso, nos advierte, es simplemente una ilusión: los recuentos más
fiables estiman «como máximo, y
en promedio, 3000 estrellas» en
la mitad del firmamento que podemos ver en cada momento. Y
ni siquiera eso estaba garantizado porque «cuando la atmósfera
está iluminada por la Luna o por
la luz crepuscular o, como ocurre en los grandes núcleos de población, por la iluminación de
las casas y las calles, las magnitudes más altas se pierden y el número de estrellas visibles es mucho más limitado». Año 1864,
recuerden.
Llego a esta cita al leer The Disappearance of Darkness, la intervención de Norman Sperling en
el Colloquium 112 de la IAU del
que les hablé ya el mes pasado.
Es otro artículo fascinante. Durante toda la historia la humanidad conoció la apariencia oscura
del cielo nocturno de modo que,
escribe, «hasta las personas urbanitas sin educación conocían algunas constelaciones y planetas».
La industrialización llenó de humo las grandes ciudades y eso supuso, avanzado el siglo XIX, un
primer obstáculo para la astronomía más exigente, pero fue
el despliegue generalizado de la
iluminación artificial lo que hizo crecer la preocupación: «la
contaminación lumínica se convirtió en un tema apremiante en
los libros de astronomía popular británicos y estadounidenses,
e incluso en los manuales de observación para personas aficionadas, a partir de 1909». El problema fue a más en las décadas
de los 20 y 30, pero encontró un
freno inesperado con los apagones de la Segunda Guerra Mundial. «De repente», escribe Sperling, «generaciones de urbanitas
que nunca habían visto el cielo
lleno de estrellas clamaban por
libros sobre esta espléndida visión y, a pesar del racionamiento
de papel durante la guerra, Inglaterra (entre otros países) produjo libros que explicaban el cielo» dirigidos a un lectorado que
«contemplaba el cielo oscuro como un fenómeno nuevo».
Acabada la guerra los cielos
volvieron a iluminarse, creció la
población (y el consumo desaforado) y se perdió otra vez el contacto con las estrellas. En paralelo, en los Estados Unidos se
extendió el activismo político
con la lucha por los derechos civiles primero y luego la oposición a la guerra del Vietnam, un
«estado de ánimo» que propició que la comunidad astronómica profesional y aficionada asumiese la necesidad de entrar en
acción y «luchar realmente contra la contaminación lumínica,
en lugar de simplemente huir
de ella». Una lucha que era y es,
por supuesto, política: no puede
ser otra cosa.
Martin Pawley. Artigo publicado na sección "La noche es necesaria" da Revista Astronomía, número 286, abril de 2023.
Ningún comentario:
Publicar un comentario