mércores, 1 de maio de 2024

La belleza no puede ser un privilegio

Michèle Petit formula en Somos animales poéticos un sugestivo elogio del deseo de placer y conocimiento.

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Antropóloga e investigadora honoraria del Centro Nacional para la Investigación Científica de Francia, Michèle Petit lleva treinta años trabajando sobre el papel de los libros y la lectura en la sociedad, en particular en comunidades víctimas de conflictos armados, migraciones forzosas, pobreza y exclusión social o cualquier otra forma de violencia. Kalandraka acaba de publicar, en español y en gallego, Los libros y la belleza. Somos animales poéticos, en el que reflexiona sobre «la necesidad fundamental que tienen los humanos de que la belleza coincida con su entorno, y el derecho de cada uno de nosotros de acceder a ella» porque «somos seres de deseo, no solo de necesidades». También de la posibilidad que la belleza tiene de surgir como respuesta al horror, la pena y las preocupaciones, pues aporta dulzura y paz y permite «recuperar la fantasía, pero también darles forma y sentido a acontecimientos sin sentido, pensar lo impensable en vez de ser su prisionero para siempre». La autora muestra su inquietud por como en nuestras sociedades «la belleza es una cuestión para especialistas, o se muestra como un privilegio de las personas acomodadas y se reduce al arte de la exhibición». O lo que es lo mismo, como se confina, a menudo, en recintos cerrados e inaccesibles para buena parte de la población, o lugares abiertos pero igualmente inaccesibles por distantes, da igual que se trate de un museo o de espacios naturales más o menos vírgenes que acaban siendo visitas de lujo de las que presumen en redes sociales quienes pueden disfrutar de ellas.

Pero la belleza no puede tener dueño ni arrendatario. Antes por el contrario, debe compartirse, como apunta una cita del escritor brasileño Bartolomeu Campos de Queirós que se reproduce en el libro: «cuando nos encontramos con la belleza, es extremadamente triste estar solo». Me reconozco en esa frase tan simple y a la vez tan honda. Reconozco mi deseo, seguramente mi necesidad, de intentar que las personas que quiero conozcan y experimenten las creaciones y las vivencias que me inspiran y transforman, esas en las que encuentro el gozo inefable de la revelación y el placer espiritual y físico fruto de la hermosura y la gracia.

Michèle Petit admite que hay motivos suficientes para la preocupación por el futuro. Mientras escribía aquellas páginas, el entonces presidente de Brasil Jair Bolsonaro planteaba abiertamente la explotación (aún más) salvaje de la selva amazónica, con talas diarias de hasta cuatrocientos mil árboles, y la prensa daba cuenta de proyectos desquiciados para hacer del cielo nocturno una pantalla para anuncios publicitarios o lanzar al espacio una suerte de «luna artificial» que iluminase las noches de la ciudad china de Chengdu. «Adiós a las noches en que les mostrábamos a los niños la Osa Mayor, Orión o la Cruz del Sur mientras les contábamos mitos», lamenta. Pero no, no podemos consentir que el cielo tenga dueño: el firmamento es un bien común irrenunciable. Quien lo conoce sabe, además, que el paisaje de la noche resulta aún más bello en buena compañía.

Martin Pawley. Artigo publicado na sección "La noche es necesaria" da Revista Astronomía, número 299, maio de 2024. 

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