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Un ser humano medio pasa (o debería pasar) una tercera parte de su vida durmiendo. Aunque sigamos leyendo en la prensa declaraciones de personas con poder político y económico que declaran, con desconcertante orgullo, no estar más de cuatro o cinco horas en la cama, dormir bien es imprescindible para nuestra salud física y mental. «No parece existir ningún órgano principal dentro del cuerpo ni ningún proceso cerebral que no mejore gracias al sueño y que no se vea perjudicado cuando no dormimos lo suficiente», escribió el neurocientífico Matthew Walker en su apasionante libro Por qué dormimos. Necesitamos dormir y eso no nos convierte precisamente en una especie extravagante. Compartimos planeta con una fauna muy variada que dedica una parte de su vida al sueño, cuyas labores reparadoras la evolución protegió con constancia.
La editorial Kalandraka, una referencia internacional en el campo del álbum ilustrado, lanzó en España Sueño animal, obra de María José Arce Letelier (idea e ilustraciones) y Silvia Lazzarino Binelli (investigación y textos) originalmente publicada en Chile. El álbum, disponible también en gallego, catalán y portugués, repasa algunas peculiaridades de los animales a la hora de dormir. Están, por ejemplo, los que duermen «a medias», con la mitad del cerebro en modo descanso y la otra mitad activa para así afrontar periodos de más
de diez días en vuelo, como la fragata pelágica, o seguir nadando sin problema, como hace el delfín mular. Las nutrias marinas duermen en grupo, cogidas de las manos para no separarse mientras flotan en las aguas del
Pacífico norte, un grupo en cualquier caso modesto comparado con las colonias de miles e incluso millones de ejemplares en las que se congregan los murciélagos de cola libre. La verticalidad es la posición normal para el sueño de los cachalotes, que duermen siestas de quince minutos, pero también para las jirafas –que a veces dejan un ojo abierto–, los elefantes y diversas aves, entre ellas los flamencos. Algunos insectos se esconden dentro de flores para descansar protegidos del frío; otros muchos animales tienen que preparar sus nidos cada día y en esa tarea los grandes primates han alcanzado cierto nivel de sofisticación, con mención especial para las camas de los orangutanes.
Por supuesto, son muchas las especies –la mayoría, de hecho– que están activas por la noche y duermen cuando el Sol está en el cielo, por ejemplo, los búhos. Pero sean cuáles sean sus hábitos, más diurnos o más nocturnos, todas precisan que se mantengan las condiciones naturales de luz que corresponden a cada hora. Todas precisan que las noches sean oscuras para dormir, para cazar, para reproducirse o para polinizar plantas. A todas les afecta la contaminación lumínica. Cada farola que se enciende por la noche es una alteración de las reglas del juego, por eso es tan importante hacerse la pregunta que formulé el mes pasado: ¿de verdad debemos iluminar aquí? Las abundantes señales de alarma ante los estragos en la naturaleza aconsejan no aplazar más la respuesta.
Martin Pawley. Artigo publicado na sección "La noche es necesaria" da Revista Astronomía, número 292, octubre de 2023.
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