sábado, 30 de xaneiro de 2021

Las estrellas como guía

Los humanos no somos ni mucho menos la única especie en este planeta que utiliza las estrellas para orientarse por las noches.

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La generalización, a lo largo del siglo XX, de la práctica científica del anillamiento de aves permitió un estudio más riguroso de la vida de estos animales, en particular sus movimientos migratorios. Fue posible obtener más información sobre sus rutas anuales de cientos o miles de kilómetros y con ello desarrollar teorías sobre sus mecanismos de orientación, que dependen, entre otros factores, de la posición del Sol. Pero puesto que muchas aves vuelan también por la noche, surgía una pregunta inevitable: en un cielo oscuro, ¿cómo conseguían no perder su camino?

Esta cuestión atrajo el interés de los ornitólogos E. G. Franz Sauer y Eleonore M. Sauer, de la universidad de Wisconsin (EE. UU.). Estudiaron los sistemas de orientación nocturnos de diversas especies de currucas, al principio empleando unas jaulas circulares dentro de las cuales podían moverse libremente, pero viendo solo una limitada porción de cielo. El objetivo era comprobar si, en ausencia de cualquier otra pista visual, los patrones celestes guiaban su navegación. El experimento dio buenos resultados: los pájaros parecían escoger adecuadamente la dirección de su migración estacional siempre que el cielo estaba despejado o presentaba muy escasa nubosidad, pero no acertaban cuando el cielo estaba muy cubierto con nubes densas.

La habilidad de las currucas estimuló un nuevo experimento, pero esta vez con un firmamento de mentira. Lo cuentan con todo detalle en un artículo de 1960, «Star Navigation of Nocturnal Migrating Birds». Bajo el cielo artificial de un planetario Zeiss en Bremen, Alemania, pusieron a prueba la capacidad de los pájaros para orientarse por las estrellas, con la ventaja de que con un planetario se puede reproducir el cielo de cualquier momento y lugar y de esa forma podían someter a las currucas al desafío de reaccionar ante grupos de estrellas que no se correspondían con los propios de esa región alemana. El reloj interno de los pájaros está normalmente en fase con el tiempo local, y en consecuencia «las desviaciones del cielo reproducido en el planetario respecto del cielo estrellado local forzaban a los pájaros a ciertas desviaciones respecto de su ruta de migración estacional». Eso derivaba en «vuelos de compensación, conflicto migratorio entre las rutas de la primavera y el otoño, o en una total desorientación».

Adaptado de Dacke et al

Un artículo de 2008, «Harbour seals can steer by the stars» (Mauck, B., Gläser, N., Schlosser, W. et al.), aportó evidencias de que también las focas se orientan por las estrellas en experimentos en un planetario adaptado. Más sorprendentes fueron las conclusiones de un equipo de la universidad sueca de Lund, publicadas en enero de 2013: los escarabajos peloteros son capaces de mantener un camino razonablemente recto por la noche utilizando como referencia no estrellas individuales, sino la banda de luz de la Vía Láctea («Dung Beetles Use the Milky Way for Orientation», Dacke et al.). Parece claro que mucho antes de que los humanos supiéramos como desplazarnos por el planeta utilizando el firmamento como mapa, otros seres vivos ya lo hacían muy bien.

Martin Pawley. Artigo publicado na sección «La noche es necesaria» da Revista Astronomía, nº 243, setembro de 2019.

sábado, 23 de xaneiro de 2021

La amenaza Starlink

Por si la contaminación lumínica no fuera suficiente, la inminente proliferación de satélites de comunicaciones puede alterar radicalmente el paisaje nocturno.

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Galaxias NGC5353/4 coas trazas dos Starlink. 
Fonte: Victoria Girgis / Lowell Observatory
Un aliciente infalible en cualquier observación pública es el paso de la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés), que orbita a 400 kilómetros sobre la superficie terrestre. Habitada sin interrupción desde noviembre de 2000, podemos verla sin dificultad gracias a que sus paneles solares reflejan la luz de nuestra estrella: se distingue de noche como un punto muy brillante (su magnitud puede incluso bajar de -3) que atraviesa el cielo a gran velocidad, la que corresponde a un objeto que da una vuelta al planeta cada hora y media. Sitios web como Spot the Station o Heavens-Above permiten localizar para cada lugar su hora de paso y trayectoria con absoluta precisión.

La estación espacial es un ejemplo extraordinario de colaboración internacional científica y tecnológica. Es también el mayor objeto puesto en órbita por el ser humano, pero desde luego no el único. La Oficina de las Naciones Unidas para Asuntos del Espacio Exterior cifra en 5164 los objetos de fabricación humana actualmente en el espacio, la inmensa mayoría de ellos alrededor de la Tierra. Igual que la ISS, cuando reflejan la luz del Sol hacia nosotros podemos verlos cruzando el cielo, aunque su brillo es muchísimo menor. Con todo, cualquier noche en solo una hora de observación podemos llegar a contar varias docenas de pasos de satélites con magnitud inferior a 5, y, por lo tanto, distinguibles a ojo desnudo en cielos oscuros.

El 23 de mayo de 2019 la compañía SpaceX lanzó los primeros 60 satélites de su proyecto de comunicaciones Starlink. A simple vista el tren de objetos resultaba una aparición asombrosa (y un poco inquietante). Y esto no ha hecho más que empezar. Los 720 primeros satélites de Starlink estarán ya en el espacio en 2020, pero el proyecto completo de Elon Musk aspira a colocar un total de doce mil. Es un número que supera, con mucho, la cantidad total de estrellas que se pueden distinguir a simple vista, alrededor de nueve mil entre los dos hemisferios celestes. Y no es la única compañía que sueña con ocupar la órbita baja para explotar el negocio de las comunicaciones por Internet: el «Project Kuiper» de Amazon prevé el lanzamiento de 3236 satélites; OneWeb y Telesat colocarán cada una varios cientos de satélites más.

La preocupación saltó entre quienes se dedican profesionalmente a la astronomía. Alex Parker, del Southwest Research Institute, estimó en 500 los objetos artificiales que podrían ser visibles en un momento dado. Tanto la luz reflejada como las señales de radio de estas constelaciones de satélites representan un grave problema para la observación astronómica y el estudio del universo, y por eso la mismísima Unión Astronómica Internacional emitió un comunicado el 3 de junio para reclamar el establecimiento de un marco regulador «que mitigue o elimine los impactos perjudiciales en la exploración científica tan pronto como sea posible». Porque el cielo no puede ser jamás una propiedad privada para uso y abuso de millonarios sin conciencia.

Martin Pawley. Artigo publicado na sección «La noche es necesaria» da Revista Astronomía, nº 241-242, xullo-agosto de 2019.

martes, 19 de xaneiro de 2021

A brea de avelaíñas

Entre as moitas cousas boas que se poden dicir d’A brea das avelaíñas, o libro do naturalista británico Michael McCarthy editado por Kalandraka, apetéceme empezar pola máis inesperada: a súa condición de texto absolutamente emotivo, nalgunhas fases emotivo mesmo até as bágoas, sobre todo pola maneira en que o autor integra a súa biografía no seu descubrimento da natureza. Unha biografía marcada por unha experiencia traumática na infancia, os problemas mentais da nai que a levaron a ser internada nun psiquiátrico nunha altura, os anos 50, na que o tratamento típico consistía nas crueis terapias electroconvulsivas. Ese tempo coa nai ausente tronzou a vida familiar e produciu unha ferida que tardou medio século en sandar definitivamente, unha curación poética a través da busca das 58 bolboretas británicas que relata McCarthy nun último capítulo memorábel (e si, foi aí onde eu chorei).

Mais, para alén destas emocións alegres tristes, como lle lin unha vez ao querido Javier Rebollo, o maior valor do libro é a súa defensa apaixonada do gozo que a natureza produce en nós, da felicidade inherente ao recoñecemento do paso das estacións a través do canto dos paxaros e as flores que estralan en infinidade de cores, do abraio ante a aparición dunha bolboreta ou a presenza sublime dos cetáceos, tamén a desolación que nos inspira a aniquilación estúpida de espazos cheos de vida, a desaparición de innumerábeis especies e a redución drástica de moitas outras, como as avelaíñas do título. Fronte ao mito do desenvolvemento sustentábel e as estratexias de avaliación económica dos ecosistemas, que “poden conquistar o intelecto” mais "non a imaxinación”, McCarthy promove a necesidade de chegar ao corazón da xente, de impulsar as mudanzas radicais que se precisan para salvagardar o medio ambiente a través da convicción de que hai “un vencello ancestral co mundo natural que persiste no máis profundo de nós”, de forma que a natureza non é apenas un fondo de pantalla idílico senón “parte da nosa esencia, o fogar natural da nosa psique, onde podemos atopar non só gozo, senón tamén paz, e cuxa destrución sería tamén a destrución dunha parte fundamental de nós mesmos”. Algo que, de perdelo, nos deixaría incompletos. Porque a máis pequerrechiña das herbas, deixouno escrito Xosé María Díaz Castro, fai máis grande o universo.

Martin Pawley

sábado, 16 de xaneiro de 2021

Depende de nosotros

La colaboración de la FAAE y Cel Fosc pone gratuitamente a disposición de las asociaciones una exposición sobre contaminación lumínica.

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Congreso Estatal de Astronomía de Cuenca, 2018
La protección de los cielos oscuros representa una intensa línea de actividad de la Agrupación Astronómica Coruñesa Ío. En otoño de 2016 el grupo de trabajo sobre contaminación lumínica de nuestra agrupación creó una exposición sobre este tema (en gallego) que desde el primer momento prestamos a cualquier centro educativo, biblioteca o entidad sociocultural que la solicitase. Fue un rotundo éxito: desde su presentación ha recorrido casi treinta espacios diferentes en una docena de municipios de Galicia.

Conocedoras de su buen funcionamiento, el año pasado la Federación de Asociaciones Astronómicas de España (FAAE) y Cel Fosc, Asociación contra la Contaminación Lumínica, acordaron producir nuevas copias en versión española y catalana (pronto estará disponible también en euskera). No se trató solo de traducir la exposición sino de hacer una versión corregida y aumentada. Titulada La contaminación lumínica depende de nosotros, consta de cuatro paneles impresos a doble cara sobre cartón rígido. Cada panel mide 1,7 metros de altura; su ancho es de 1,5 metros, aunque realmente ocupa menos pues se dispone en zig-zag. El formato fue cuidadosamente pensado desde el principio con Marta Cortacans, responsable del diseño gráfico: puesto que el deseo era mover la exposición cuanto más mejor, queríamos un soporte barato y ligero, de fácil transporte (una vez plegada, cabe en un coche de tamaño medio) y, sobre todo, que «no necesitase paredes» y fuese extremadamente sencilla de montar; basta colocarla en cualquier pasillo, vestíbulo o sala en la que haya superficie suficiente como para pasear entre los cuatro módulos.

El primer panel define la contaminación lumínica y los diversos perjuicios que provoca, pero también nos recuerda que es muy fácil de corregir y explica intervenciones reales realizadas en Reus que demuestran que «descontaminar» genera un gran ahorro e incluso mejora la iluminación. Además, nos recuerda que la luz artificial no garantiza por sí misma la seguridad. En el segundo panel se habla del derroche de energía y dinero que supone la contaminación lumínica, cuantificada en varios cientos de millones de euros tirados al cielo cada año en España. Su potencial efecto sobre la salud, sobre el que ya alertó más de una vez el mayor colectivo médico de los Estados Unidos, la American Medical Association, es objeto de atención, al igual que el (muy preocupante) impacto ambiental, que se detalla en el tercer panel con casos variados, desde el ejemplo clásico de las tortugas marinas hasta las aves, las plantas o los corales.

La luz artificial borra el firmamento nocturno, que ha sido a lo largo de la historia fuente de inspiración científica y artística. Sobre eso también reflexiona la exposición, que se completa con un cuarto panel ilustrado con fotografías de objetos visibles a ojo desnudo y otros de cielo profundo ganadoras de los concursos que convoca la FAAE, así como frases y fragmentos literarios que evocan la belleza de las noches iluminadas por las estrellas. A través del sitio web federacionastronomica.es/recursos/exposicion-contaminacion-luminica se puede obtener más información sobre la exposición y el procedimiento para solicitarla.

Martin Pawley. Artigo publicado na sección «La noche es necesaria» da Revista Astronomía, nº 240, xuño de 2019.

sábado, 9 de xaneiro de 2021

Fotones sin fronteras

La contaminación lumínica en un punto dado puede estar causada por fuentes de luz a docenas de kilómetros. Ahora es posible evaluar de quién es la culpa.

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Medidas de contaminación lumínica en Galicia (Salva Bará / USC)

El Suomi National Polar-orbiting Partnership es un satélite meteorológico operado por la Administración Oceánica y Atmosférica Nacional de Estados Unidos que orbita nuestro planeta catorce veces al día a 800 km de altura sobre la superficie. Sus diversos instrumentos monitorizan variaciones en los niveles de ozono, estudian la radiación térmica emitida o reflejada por la Tierra y contribuyen, en general, a una mejor comprensión de los modelos climáticos. A bordo va también el sensor VIIRS-DNB, que registra imágenes en visible e infrarrojo.

VIIRS-DNB es una herramienta muy sensible, que capta bajas cantidades de luz. Detecta la iluminación artificial de las ciudades pero también luces de sistemas de navegación, relámpagos, incendios, ríos de lava o auroras. Un adecuado procesamiento de las imágenes permite descartar fuentes de luz efímeras para medir fuentes de fabricación humana y eso lo ha convertido, aunque no era su función inicial, en un instrumento valioso para calibrar la contaminación lumínica.

El análisis científico permite ir más lejos para ofrecernos una idea clara de los flujos de luz entre diferentes lugares. Es lo que proponen en el artículo «Photons without borders: quantifying light pollution transfer between territories» los dos autores, Salvador Bará (Universidad de Santiago de Compostela) y Raul C. Lima (Instituto Politécnico de Porto y CITEUC de Coímbra). Bará y Lima trabajan con sistemas de información geográfica sobre las imágenes del VIIRS y manejan el adecuado aparato matemático –que hace uso de funciones de propagación luminosa definidas antes por otros investigadores, como Cinzano y Falchi o Duriscoe– para evaluar de dónde procede la luz que borra el firmamento en cada punto. Abusando de la confianza, el verano pasado les propuse que aplicasen el método al área recreativa San Xoán, en Guitiriz, sitio de observación habitual de la Agrupación Ío. El resultado fue tan interesante como sorprendente: el ayuntamiento de Guitiriz no es el principal responsable de «su» contaminación. En noches despejadas con visibilidad media, Guitiriz produce únicamente el 12,02 % del brillo cenital en el área en cuestión, frente al 12,88 % del vecino Curtis (con una cárcel y un polígono industrial como principales culpables), el 6,87 % de Lugo o el 6,94 % de A Coruña, a unos 60 km por carretera. En el artículo citado se analiza con detalle el caso de Xares, en A Veiga, uno de los cielos más oscuros de Galicia, reconocido como destino turístico Starlight. En condiciones de excepcional visibilidad, el 88% de la luz que se percibe allí procede de otros municipios de Galicia, Asturias, Castilla y León y Portugal.

Es fácil extraer de este estudio una conclusión esencial: la contaminación lumínica es un problema que no puede resolverse solo a escala local. Las buenas prácticas de un ayuntamiento pueden verse anuladas por la mala gestión de los municipios limítrofes e incluso los no tan próximos. Es preciso un compromiso colectivo en favor de la oscuridad de la noche.

Martin Pawley. Artigo publicado na sección «La noche es necesaria» da Revista Astronomía, nº 239, maio de 2019.

mércores, 6 de xaneiro de 2021

The 2020 Great Cinema Party

Contrariamente a lo que pudiera imaginar, en 2020 acabé viendo muchas más películas de lo que, atendiendo a las circunstancias, hubiera sido lógico y razonable. No llevo la cuenta, pero tengo la sospecha fundada de que es muy probable que haya visto más películas que los años precedentes. Más películas, en el ordenador, en las plataformas, pero muchas menos en el cine. Y, sobre todo, muchas menos películas industriales o de Hollywood, reemplazadas por mucho cine de festivales. Sin Cannes, este mismo cine adquirió otra dimensión. Faltaron las grandes producciones de los autores consagrados, esos que se rumoreaban para Cannes y que acabarán reapareciendo en 2021. Un año por lo tanto de películas un tanto menores, pero no por ello menos estimulantes. Un año que en sus dos primeros meses arrancó de un modo muy prometedor con Rotterdam y Berlín para cortarse abruptamente. Que buena parte de las películas de esta selección las viese en esos dos festivales representa una desproporción inusual, pero comprensible: fueron los últimos festivales de la vieja normalidad, antes de que muchas producciones se pospusiesen para épocas más benignas. Y que, pese a haber ido poco al cine, casi la mitad de estos títulos los viese por primera vez en una sala de cine no es algo casual: el impacto de películas como First Cow o Beginning no es el mismo vistas en un ordenador.

Como el año pasado, a los 50 directores de la selección se le añaden otros 10 a modo de bonus tracks, los que estaban en el primer corte y que fueron desechados hoy, pero de los que me podría arrepentir mañana. Va otro bonus track a mayores, una serie, simplemente porque 50+10+1 me gusta más que 50+11. Como todo en esta fiesta, que siempre ha sido virtual, la selección y ordenación es puramente arbitraria, más allá de que se trate de películas vistas por primera vez a lo largo de 2020 y cuyo año de producción no vaya más allá del año precedente (e incluso aquí me he permitido una licencia, arbitraria, sí, pero creo que perfectamente justificable). Y, sí, el orden de los invitados es solo alfabético:

AGUILAR, Sandro: Armour
APATOW, Judd: The King of Staten Island
BAHRAMI, Ahmad: The Wasteland
BENNING, James: two moons (2019) / Maggie’s Farm
BRADLEY, Garrett: America (2019) / Time
CHUNG Mong-hong: A Sun (2019)
CRONENBERG, Brandon: Possessor
DONG Xingyi: Slow Singing
DUFF, Dana Berman: A Potentiality
EASTWOOD, Clint: Richard Jewell (2019)
FERNÁNDEZ VÁZQUEZ, Javier: Anunciaron tormenta
GALIBERT-LAÎNÉ, Chloé: Forensickness
GAUCHERAND, Roxanne: Pyrale
GIANVITO, John: Her Socialist Smile
GREEN, Kitty: The Assistant (2019)
HITTMAN, Eliza: Never Rarely Sometimes Always
HONDA, Margaret: Equinox
HONG Sang-soo: The Woman Who Ran
KHOSHBAKHT, Ehsan: Filmfarsi (2019)
KULUMBEGASHVILI, Dea: Beginning
LEE, Spike: David Byrne’s American Utopia
LÉON, Vladimir: Mes chers espions
LERTXUNDI, Laida: Autoficción
LIFSHITZ, Sébastien: Petite fille
LINDON, Suzanne: 16 printemps
LÓPEZ CARRASCO, Luis: El año del descubrimiento
McQUEEN, Steve: Lovers Rock (Small Axe 2)
MORRIS, Errol: American Dharma (2018)
MOSESE, Lemohang Jeremiah: This Is Not a Burial, It’s a Resurrection (2019)
MOURET, Emmanuel: Les choses qu’on dit, les choses qu’on fait
MUÑOZ, Jeannette: Puchuncaví (2019)
OBAYASHI, Nobuhiko: Labyrinth of Cinema (2019)
OTTINGER, Ulrike: Paris Calligrames
PALOMERO, Pilar: Las niñas
PETZOLD, Christian: Undine
PIÑEIRO, Matías: Isabella
PUIU, Cristi: Malmkrog
REICHARDT, Kelly: First Cow (2019)
ROSEN, Roee: Explaining the Law to Kwame
SIEFERT, Lynne: Generations
STEPHENS, Courtney & VELEZ, Pacho: The American Sector
STRAUB, Jean-Marie: La France contre les robots
SUWA, Nobuhiro: Voices in the Wind
TERRA, Renato & CALIL, Ricardo: Narciso em férias
TSAI Ming-liang: Days
VASCONCELOS, Catarina: A Metamorfose dos Pássaros
VAZ, Ana: Apiyemiyekî?
YAMAKADO, Yohei: Amor Omnia
YERZHANOV, Adilkhan: Yellow Cat
ZUKERFELD, Nicolás: No existen treinta y seis maneras de mostrar cómo un hombre se sube a un caballo

Bonus tracks:

DORNIEDEN, Anja & GONZÁLEZ MONROY, Juan David: Her Name Was Europa
DORSKY, Nathaniel: Interlude (2019)
FRÉVILLE, Mirabelle: La bobine 11004
GUMIELA, Polina: Blue Eyes and Colourful My Dress
KHOSROVANI, Firouzhev: Radiograph of a Family
MACK, Jodie: Wasteland No. 2: Hardy, Hearty (2019)
MÓNACO CAGNI, Juan: Ofrenda
SACHS, Lynne: Film About a Father Who
YOON Dan-bi: Moving On (2019)
ZHOU Ziyang: Wu Hai

Bonus track (serie): LINDELOF, Damon: Watchmen (2019)


Jaime Pena
6 de enero de 2021

martes, 5 de xaneiro de 2021

Cuando empezamos a perder el cielo

La preocupación por la contaminación lumínica no es reciente. Hace medio siglo algunos científicos ya hicieron sonar en público las señales de alarma.

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Telescopio Lick en 1889. Fonte: Library of Congress.
El 
Observatorio Lick, situado en el Monte Hamilton, California, es una de las glorias de la astronomía americana. Cuando vio su primera luz, en 1888, su telescopio refractor de 36 pulgadas era el mayor del mundo; Edward Emerson Barnard descubrió con él Amaltea, la primera luna de Júpiter observada después de las cuatro de Galileo. Pero en los años 60 del siglo XX era evidente que su cielo ya no valía para observar objetos débiles o hacer fotometría. 

El astrónomo Merle F. Walker recibió el encargo de explorar nuevas ubicaciones para futuros observatorios, lejos de la luz y la contaminación ambiental producida por las metrópolis de la costa oeste. En su minuciosa investigación, detallada en «The California Site Survey» (1970), Walker estimaba cuál sería el nivel de contaminación lumínica de la región en 1985, teniendo en cuenta el ritmo de crecimiento de población. Pero se equivocó en un aspecto importante: los 60 y 70 trajeron la sustitución masiva de las lámparas incandescentes por otras más eficientes, primero las de vapor de mercurio, después las de sodio de alta presión, que producían hasta seis veces más luz por vatio consumido. Mucha más luz pero también, en consecuencia, mucha más contaminación lumínica.

Un fabuloso artículo de Kurt W. Riegel en la revista Science («Light pollution», 1973) describió con precisión y lúcida capacidad premonitoria lo que se nos venía encima. Uno de los daños producidos por la iluminación exterior era «la obsolescencia de las instalaciones de investigación científica», y ese coste, recordaba Riegel, «casi nunca lo tienen en cuenta las agencias que autorizan los proyectos de iluminación». ¿Quién se hacía responsable de que observatorios históricos como Lick o Monte Wilson, en los que durante décadas se invirtió mucho esfuerzo y dinero, se hubieran vuelto, al menos en parte, inservibles para la ciencia?

Es fascinante leer hoy ese texto. Su exploración de las causas del crecimiento de la contaminación lumínica es modélica, incluyendo entre ellas, junto a los avances tecnológicos y el incremento de la actividad nocturna en las emergentes sociedades 24/7, la percepción de la luz como herramienta infalible en favor de la seguridad, una idea ayer y hoy equivocada, que no se sostiene con datos rigurosos. La quinta causa que enuncia suena ahora, en la era del led, plenamente vigente: «Una vigorosa, bien financiada y muy efectiva campaña de promoción y relaciones públicas en favor del aumento de la iluminación exterior por parte de fabricantes y proveedores de equipamiento lumínico, sus organizaciones empresariales y las asociaciones profesionales y técnicas.»

No es extraño que unos meses después Walker entonase en otro artículo, «Light Pollution in California and Arizona», un lamento explícito: o le ponemos control a la contaminación lumínica y protegemos los sitios oscuros, o pondremos en peligro el futuro de la astronomía realizada en tierra. 46 años después, sus advertencias no han hecho más que confirmarse.

Martin Pawley. Artigo publicado na sección «La noche es necesaria» da Revista Astronomía, nº 238, abril de 2019.

El cine después de Auschwitz

Todos os libros de cinema deberían ser como El cine después de Auschwitz de Jaime Pena: apaixonantes na lectura, meticulosos na documentación, rigorosos nas análises, iluminadores nas conclusións. Escuso dicir que a maioría non son así e se este libro o é é, en boa medida, por como foi feito: con calma. Fronte á urxencia que adoita caracterizar os encargos de textos sobre cinema, case sempre cun deadline tan ríxido como, por exemplo, a celebración dun festival (aínda que da crise para acó os festivais publican menos, ou nada), o libro de Jaime é a reelaboración sen présa dunha tese de doutoramento elaborada igualmente sen présa, presentada na Universidade de Santiago de Compostela en 2015 co título Formas de la ausencia. Una cierta tendencia en el cine de autor internacional en el cambio de milenio. Daquela, o autor facía referencia aos quince anos precedentes nos que “las lecturas, la escritura de artículos y libros, la asistencia a festivales, el tráfico de películas o la organización de ciclos despertaron mi interés por una tendencia cinematográfica que se estaba desarrollando de forma simultánea”. Quince anos, que agora xa son vinte, acumulando materiais e ideas parecen un bo formento para construír unha teoría sólida. Non unha teoría simpática con data inminente de caducidade que establece conexións collidas con alfinetes entre filmes, senón un traballo serio que sitúa na grande ferida do século XX, o exterminio nazi, e a súa representación, ou máis ben a súa “non representación”, unha das fontes das que bebe o cinema que, arredor do cambio de século, empezou a tomar posicións nos principais certames internacionais poñendo en práctica decisións formais contrarias á narrativa tradicional. Relatos abertos que se expresan con planos moi longos, ás veces fixos, ás veces con elaborados movementos de cámara, con personaxes silenciosos dos que non chegamos a saber demasiado e que se moven ou sobreviven en paisaxes deshabitadas ou directamente inhabitábeis. Un cinema para “ver” que rompía coas estéticas máis preguiceiras do cinema comercial, ese cinema “para escoitar” cuxo visionamento foi sempre compatíbel con facer calceta.

Esa revolución formal é paralela a unha revolución técnica: os novos equipos de vídeo dixital abaratan os custos de produción e achegan a creación de imaxes a cineastas cada vez máis independentes, que poden mover a cámara con lixeireza e alongar a duración das tomas sen os impedimentos que impuñan os medios analóxicos. Os filmes empezan a circular en formato dixital, primeiro asociado a un soporte físico, logo xa nin iso por medio de arquivos ou ligazóns que se difunden por Internet. Foi unha auténtica explosión de diversidade: as cinematografías máis distantes e descoñecidas pasaban a estar agora (relativamente) ao alcance da cinefilia global, case en tempo real ou polo menos sen grandes demoras, sen máis límite que o da propia curiosidade. Para non perderse nese “brave new world” de películas foi fundamental a conversa, o boca-orella, de maneira física ou virtual; compartirmos pistas, títulos e nomes  con outras persoas, deixármonos guiar por ollos máis experimentados ca os nosos. Para alén do sota-cabalo-rei da programación dos multiplex, que é a única da que falaba a prensa de masas, había centos de filmes chamando por nós dos que daban conta blogs e revistas en liña, que enchían as programacións de festivais emerxentes que foron creando, aos poucos, un circuíto alternativo, unha nova liga de campións autorais.

A miña propia evolución como cinéfilo corre paralela a esas mutacións e afiánzase nelas. Na primeira década do século empecei a visitar festivais de cinema, mais ademais teño a sorte de vivir na Coruña, o cal significa que podo asistir regularmente ao CGAI, a filmoteca coa mellor programación de España (é a miña opinión, mais hai probas suficientes como para asumir esa afirmación como un feito obxectivo). E o CGAI abriuse con notábel audacia ás novas estéticas desde moi cedo. Se na altura de 2006 eu recomendaba con entusiasmo (até na Radio Galega, na era do Extrarradio) filmes de Lisandro Alonso, Albert Serra, Jia Zhang-ke ou Apichatpong Weerasethakul era porque, dun xeito ou doutro, sabía deles pola Filmoteca de Galicia. Síntome, son, un privilexiado por iso. 

Con esta vinculación xeracional confesa, non é estraño que o libro supoña, para min, un exemplo perfecto de equilibrio entre o coñecemento e o recoñecemento, entre a identificación, sen nostalxia, dunhas tendencias que vimos medrar e consolidarse en forma de novo "mainstream festivaleiro", e a análise historiográfica feita cunha distancia xa suficiente para tirar conclusións e que permite recoñecer as raíces, xa sexaxenarias, dese “cinema da ausencia”. Unha das raíces, xa o dixen, é a “Shoah” e o debate sobre como contar algo que non pode ser contado, cuxa extrema barbarie desafía a súa presentación nunha pantalla e do que, ademais, non existen imaxes documentais; un feito “cuya misma esencia lleva grabada a fuego el borrado de toda huella, la ausencia de imágenes”. Despois das filmacións urxentes da liberación dos campos foi preciso “inventar unha mirada”, primeiro a de Alain Resnais de Noite e néboa, moito despois outra ben diferente, o monumental empeño de Claude Lanzmann en explicar o holocausto desde o presente a través da memoria dos que o viviron -as vítimas, tamén algúns verdugos – e cunha radical renuncia ao uso de material de arquivo. Shoah, o filme, convértese nun paradigma de como documentar a historia e a súa influencia é innegábel sobre todo o que veu máis adiante, nomeadamente Rithy Panh, mais tamén, propón Jaime, toda unha variada constelación de filmes de non ficción que procuran na paisaxe as pegadas do pasado, desde James Benning e Chantal Akerman até John Gianvito.

A outra raíz é a da disolución do relato, a ruptura cos manuais de guión e a necesidade dun desenvolvemento e un desenlace ben definidos, esencial ao cinema clásico. Un fito exemplar desa ruptura é L’avventura de Michelangelo Antonioni, onde unha muller aparentemente protagonista desaparece antes de media hora de metraxe -como en Psycho de Alfred Hitchcock- e o filme acaba por “esquecerse dela”, abrindo un buraco que deliberadamente non se pechará. Rompendo, así, un pacto tácito co espectador, negándolle aquilo que desexa: que minutos antes de saír da sala todos os enredos, como nos contos de fadas, acaben ben desenleados. Dos 60 en adiante a modernidade irá perdendo o medo a fuxir do relato e a cinefilia descubrirá o pracer inherente a eses desvíos: o paseo pola paisaxe, a contemplación dos corpos e os rostros, a importancia de que se faga notar o tempo. Unha herdanza sobre a cal se ergue este “novo cinema” do século XXI.

As dúas estirpes, a de Lanzmann e a de Antonioni, por simplificar, entrecrúzanse entre si e aliméntanse, ademais, doutras tradicións culturais e estéticas que circulan por todo o planeta á velocidade á que se transmiten os datos. O libro de Jaime Pena percorre as diferentes pólas e faino cunha virtude adicional, a claridade expositiva, habitual na súa escrita mais non sempre frecuente nos textos críticos. A exactitude académica maniféstase, neste caso, a través dunha prosa fluída, que fai sumamente agradábel o traxecto polas súas páxinas.

Martin Pawley