Queridxs,
¿Qué será del cine? Es difícil pensar una respuesta a esa cuestión tan concreta cuando la gran pregunta que verdaderamente lo sobrevuela todo es ¿qué será de nosotros? De todas las personas, estén donde estén, sean como sean, amen a quien amen. Y no lo digo por la pandemia que ha causado una larga cifra de víctimas. Lo digo por la conciencia cada vez más evidente y más justificada de que las múltiples señales de colapso ya no muestran un futuro distópico borroso, sino un horizonte aterrador definido por un desastre ambiental que, con muchísimo esfuerzo, podríamos mitigar sólo parcialmente. El calentamiento global, la destrucción imparable de ecosistemas o la pérdida escalofriante de biodiversidad son amenazas muy presentes que tendrán muchas y variadas consecuencias para toda la humanidad. Mantener la esperanza es un ejercicio diario denodado para cualquier persona razonablemente informada.
La COVID-19 ha puesto el planeta en pausa. Ha paralizado o transformado multitud de actividades y eventos, y los relacionados con la cultura y el conocimiento han quedado particularmente damnificados. Se habla mucho de reflexionar, de repensar, de idear nuevas estrategias y nuevos formatos para este momento de transición. Pero se sueña, sobre todo, con volver al mes de enero, cuando el coronavirus no había invadido nuestras vidas. Se sueña con recuperar aquella normalidad, con regresar a los abrazos perdidos, a la vida sin mascarillas y sin geles hidroalcohólicos. Pero yo no consigo olvidar que aquella normalidad era parte del colapso. Aquella normalidad de reuniones estúpidas, de artificios obscenos, de huida suicida hacia adelante. Aquella farsa de precariedad y tratamientos paliativos para un cuerpo que manifiesta desde hace décadas síntomas claros de putrefacción.
Es esencial no volver jamás a aquella normalidad. Inventar otra normalidad, menos corrupta, menos culpable, menos sumisa. Sin contaminación y sin ruido, en sentido literal y metafórico. Una normalidad sin fake news ni criminales cuya rutina consiste en propagar mensajes falsos. Una normalidad que se atreva a poner en cuestión instituciones, regímenes y modelos de gestión que se autodefinen como intocables. Que no pretenda volver desesperadamente al camino del desastre, sino que se pregunte si hay un camino que nos permita desviarnos del desastre. He aquí una clara demostración de optimismo: no sé si otro mundo es posible, pero estoy seguro de que pensar otro mundo es posible. Y además es urgente.
Vuelvo a la pregunta pequeña. ¿Qué será del cine? Me conformo con que el cine sea. El cine entendido como lo único que siempre fue, una experiencia colectiva a la que cada persona se entrega feliz y voluntariamente sin tener bajo su control el botón de “play”. A lo largo de su historia el cine ha experimentado muchos cambios tecnológicos, pero nunca hasta ahora habíamos visto tantas fuerzas trabajando de forma coordinada para acabar con esa experiencia colectiva. Para confinar todas las imágenes en movimiento en el espacio de las pantallas domésticas. Desde el momento en que uno tiene bajo su dedo la posibilidad de iniciar o detener una película, la visión de esa película es otra, y es peor. La concepción de una obra audiovisual, llamémosla así, tampoco es o será la misma en función de su pantalla de destino principal.
Por eso me pasma la naturalidad, el aparente entusiasmo incluso, con que se está vendiendo la ventana de oportunidades que ofrece la transmisión digital en este momento de crisis. La naturalidad con la que algunos festivales presumen de cifras de fantasía por sus emisiones en línea, imposibles por pura física en cualquier edición presencial. Me pasma la alegría con la que se renuncia al nobilísimo oficio de “programar” para sustituirlo por el de “agregar”. Programar es seleccionar ciertas obras y ordenarlas para compartirlas con un público que suponemos curioso e inteligente, tanto o más que quien programa; es también un acto político, pues la selección de títulos y su disposición en el espacio y el tiempo equivale siempre, por acción o por omisión, a presentar una visión determinada del mundo, hoy. Agregar es acumular contenidos, en apariencia numerosos, en realidad no tantos, y confiar en que el espectador o la espectadora los encuentre, según su gusto y a su ritmo. Quizá cuente con un algoritmo automático que le agrupe sus películas potencialmente favoritas bajo el epígrafe “comedias románticas que transcurren en Navidad”. Quizá no haga falta, porque el espectador o la espectadora acabará pasando la noche deglutiendo avances de películas que nunca verá, dando vueltas y más vueltas para volver siempre a la casilla de salida.
Valoro muchísimo la labor de las personas que programan películas. Que me guían, me sugieren, me mueven hacia territorios inexplorados, o me descubren aspectos nuevos de territorios ya conocidos. Aplaudo que sean inconformistas y audaces, que tengan voluntad de no dejar de aprender nunca, de mejorar su oficio de mediación, de pensar cuál es la mejor manera de presentar una película Y a un público Z. Necesito discutir las películas, hablar con otras personas para coincidir o discrepar en las pasiones, los odios y las indiferencias, en caliente, al salir a la calle, y aún después. Necesito el cine, el cine en el cine. No quiero sucedáneos. En consecuencia, celebro cualquier acción que favorezca que siga habiendo cine en el cine. Y creo necesario marcar líneas rojas que diferencien bien el cine de otras cosas, aunque en algunos aspectos se parezcan. Que no nos hagan creer que los parques de las ciudades son bosques.
Sed muy felices y valientes,
Martin Pawley
Texto para o libro colectivo "¿Qué será del cine?", editado en novembro de 2020 polo Festival Internacional de Mar del Plata. Pode descargarse o libro nesta ligazón (PDF, 5 MB).
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