mércores, 26 de xullo de 2023

SACO 2023: Conversa con José Luis Alcaine

José Luis Alcaine | Imaxe: SACO / Iván Martínez
O pai antes ca o fillo. A guerra civil. Es una historia un poco larga de contar. Mi padre [que nació en 1909] era un hombre que se había hecho a sí mismo, porque era hijo de un albañil que no había pasado de primaria pero que tenía una afición enorme por la lectura y los libros. Tenía una biblioteca que cubría una cantidad de temas de la leche para la época. Sin ser una persona realmente culta, sin embargo se podía hablar de todo con él. Como pasaba con todos los hombres de la época era un hombre de cultura oral, lo que le encantaba era contar las películas, y era cojonudo contando las películas. Por ejemplo, me contaba M de Fritz Lang y luego yo la veía y decía “es lo que me ha contado mi padre, no veo nada más”. Eso me asombraba. Él se enamoraba de las películas y las contaba muy bien. Estaba claro que habría querido ser director de cine, ese hubiera sido su sueño, pero no fue posible porque estalló la guerra civil.
Cuando él tenía edad de estudiar no había nadie que trabajase en sonido, emisoras de radio y cosas de este tipo. Él construyó solo, con restos de aparatos de radio, una emisora en Tetuán, que es donde vivía, porque Tánger vino más tarde, a comienzos de los 40. La radio de Tetuán, Radio Dersa, la montó él, la instaló él, en un cerro a unos 15 km de Tetuán para que tuviese una antena y llegase la señal lo más lejos posible. En 1935 por Tetuán pasó Gregorio Martínez Sierra y Catalina Bárcena, que era su amante y actriz de teatro, estuvieron unos días, conocieron a mi padre, que era muy comunicativo, y vieron lo que él hacía de radio y sonorización e instalación de altavoces, micrófonos, ese tipo de cosas. Gregorio le dijo “vente el año que viene a Madrid, que soy accionista de los estudios CEA y te pongo a trabajar en la sección de sonido”. No había entonces nada de formación en esa materia, era gente que se hacía a sí misma, y mi padre lo había hecho muy bien. Mi padre preparó el viaje para agosto del 36, pero claro, no llegó nunca. Con el 18 de julio se acabó la historia.
Mi padre era muy aficionado al ajedrez, no era ningún campeón pero jugaba bastante bien. Estaba en el grupo de ajedrez que tenía el círculo socialista de Tetuán. Cuando estalló la guerra mandaron enseguida unas patrullas militares de los sublevados al Casino Socialista y a todos los sitios en que se suponía que había gente de izquierdas, y los cogieron a todos. Él esa noche no llegó a ir porque lo avisaron, “algo pasa porque ha llegado la policía y se ha llevado a muchos, no vengas, no vengas, quédate en casa”. A los que cogieron, ya se sabe como operaban los de Franco, los fusilaron aquella misma noche, sin discusión. Mi padre vivía en una barriada obrera, en un bloque de 4 o 5 pisos de altura, con casitas pequeñas. En uno de esos bloques vivía uno de los que habían sido fusilados, y quedaba su mujer con cuatro chiquillos que se morían de hambre. Hicieron colectas para mantener a esa familia y la mantuvieron hasta que alguien se olió la tostada de que estaban recogiendo dinero y los acusó de “socorro rojo internacional”, e inmediatamente fueron condenados a muerte. Yo por lo visto nací con mi padre condenado a muerte en la prisión, en el Castillo del Hacho en Ceuta. Mi madre contaba que, con todas las penurias de la guerra civil, pasaba por delante de donde fusilaban todos los días a alguno y veía la pared llena de sangre fresca. Entonces pensaba “ese puede haber sido él”, porque no avisaban, mataban y se acabó. Pero resulta que él por su conocimiento sobre la radio se había hecho amigo de un comandante de la guardia civil. Este hombre sabía que mi padre había montado la emisora, y la emisora, que había caído en manos de la Falange, se estropeó. El comandante, que era más militar y la Falange le caía mal, sugirió que llamasen a mi padre, pero le respondieron “no, no, van a venir los alemanes”. Y es verdad, llegaron unos alemanes de Berlín, vieron la emisora y dijeron “esto no lo podemos arreglar porque no lo entendemos, hay que traer una emisora nueva y eso tardará un tiempo”. Entonces tuvieron que echar mano de mi padre. El que manejó todo el asunto fue el militar, que dijo que si la arreglaba le tenían que dejar libre, y como era un militar importante le hicieron caso. Mi padre arregló la emisora y le dejaron salir, así salvó el pellejo, por la emisora que arregló.

Os inicios. Yo era ya muy cinéfilo porque mi padre fue uno de los fundadores del cineclub de Tánger y me llevaba a muchas sesiones de cine. A lo mejor no las entendía, pero yo veía, por ejemplo, las películas de Murnau. De las películas que se veían en Tánger, el diez por ciento eran españolas, pero todas las demás eran francesas, inglesas... Yo entendía perfectamente francés, lo hablaba y lo escribía y las veía siempre en francés porque no tenían censura. Cuando fui a Madrid a estudiar a la escuela de cine, en 1961, me quedé asombrado de la poca cultura cinematográfica que tenían los alumnos y la gente que hablaba de cine. Los que más sabían leían un poco Positif, que no era Cahiers, que se consideraba de derechas. Los sábados había unas proyecciones cojonudas, películas que no pasaban la censura. Ibas a ver una película de Truffaut, por ejemplo Jules et Jim, y la gente de izquierdas se levantaba y se marchaba porque decía que era cine de derechas que no tocaba problemas sociales. También me asombraba que la mayor parte de los alumnos de la escuela de cine odiaban la religión y querían poner en sus películas algo contra la iglesia católica; yo no llegaba a odiarla porque venía de Tánger y no la había sufrido, me daba igual.
Mi primer viaje a Madrid lo había hecho antes con unos amigos con la excusa de un partido de fútbol del Madrid contra la Fiorentina, un viaje relámpago ida y vuelta en el mismo coche. No tenía nada más que un día y se me ocurrió la peregrina idea de conocer Madrid a través de lo más barato, el metro: salía de la estación, miraba por alrededor, conocía la glorieta de Bilbao, pongamos por caso, me volvía a meter en el metro e iba a la siguiente estación... Así conocí Madrid en un día. Luego ya cuando volví fue para estudiar. A mi padre le habían robado en la tienda lo poco que tenía, fue un desastre, y se tuvo que marchar a Canarias a tratar de levantar cabeza con mi madre. Como no me podían mandar dinero, me puse a trabajar en un negocio de fotografía en el que se revelaba color; no sabían hacerlo muy bien y yo sí sabía, porque había aprendido en Tánger. Antes de que le fueran mal las cosas, cuando tenía dinero, mi padre se había abonado a una revista inglesa muy científica, el British Journal of Photography, y ahí se detallaban todos los procedimientos de revelados. Aprendí todo eso y era lo que hacía en Madrid con las películas de los clientes, dejaban la película durante el día y al día siguiente a las 10 de la mañana ya tenían las fotos reveladas. Me pagaban aceptablemente bien y trabajaba de 11 de la noche a 7 de la mañana, todos los días. Y luego iba a las clases o a los rodajes. Eso me educó, porque el revelar la fotografía de los demás y ampliarla te hace progresar mucho en cómo enfrentarte con la fotografía y qué problemas vas a tener con la luz, te volvías consciente de esos problemas. Además como el trabajo era manual cuando estaba con la ampliadora veía una foto y decía “aquí sobra todo esto”, y hacía la foto quitando lo que sobraba. Mejoraba las fotos y eso le encantaba a la gente, y a mí me hizo aprender a encuadrar. Comprendía que los encuadres tenían que haberse hecho mejor.

Director de fotografía. Yo no quería ser director, al contrario. En aquel momento en el cine español los sindicatos de cine, que eran sindicatos verticales, tenían unas reglas copiadas de Inglaterra y Norteamérica muy delimitadas que decían que hacía falta tener 6 películas como auxiliar, 6 películas como ayudante y 6 como segundo antes de ser director de fotografía; tenías que tener esas películas firmadas, si no no podías. La escuela de cine cambió eso. Cuando yo me postulé para los exámenes de ingreso en la escuela me dijeron que no, que no reconocían mis títulos en francés cursados en Tánger. Llamé a Emilio Sanz de Soto, que habló con Carlos Saura, profesor de la escuela como Berlanga o Miguel Picazo; Carlos hizo presión para que me admitiesen, hice el examen y me admitieron. Yo no tenía un duro, pero la escuela no costaba casi nada. A partir del reconocimiento de la escuela, cuando salías de ella ya podías ser director de fotografía sin hacer todos esos pasos que conté antes. Acabo en el 65, y ese mismo año hago ya mi primera película, pero bueno, era muy fea, en blanco y negro, una película infantil. 

Hai que xustificar as luces. Yo creo que el espectador puede no ser consciente, pero subliminalmente sí lo es, se dá cuenta de si una cosa es creíble o no. Es importante que el espectador se meta en la historia y ya no salga de la historia, porque si empieza a decir “uy, esto no me lo creo”, eso es malo. He partido siempre de esa idea. En mi época esa idea estaba bastante extendida, había que tratar de que las luces estuviesen siempre bien justificadas. Eso ya desapareció, ahora la luz puede venir de donde se le ocurra a alguien, porque da igual.
Normalmente el decorado manda. Yo soy de los que piensan que las caras deben estar bien iluminadas, porque soy un admirador de las películas en blanco y negro con Lana Turner, Gene Tierney... hay otras actrices que son de la era del color, Kim Novak es color, Rhonda Fleming es color, pero aquellas actrices en pantalla eran diosas. El cine en blanco y negro es un cine extraño, porque el blanco y negro no existe en la naturaleza. Te atrae porque es un mundo distinto, que no existe, que se crea delante de ti. El blanco y negro mostraba un mundo distinto que era como paralelo al nuestro, pero en el que te podías reconocer e integrar.
Suelo dejar que el director haga lo que le dé la gana, salvo si me pide la opinión o si veo que anda muy desencaminado y entonces digo “oye, mira, que en vez de ser eso me parece mejor que hagas esto, te lo digo para que lo sepas”, pero de forma discreta. El director de la película tiene tal cantidad de problemas que le caen encima que no da abasto, le piden opinión sobre vestuario, maquillaje, decorados, el color de las paredes, todas las cosas de atrezzo, los coches que se van a usar... En España, en cualquier caso, está muy establecido que es el director quien dice donde está la cámara. En los EEUU es distinto. En los años 80 rodé una película en Los Angeles y en esa época los directores de fotografía opinaban sobre como tenía que ser el encuadre en Hollywood; se llevaban las manos a la cabeza cuando veían que yo no me metía en eso. Un clásico como El Padrino, por ejemplo, está encuadrado totalmente por Gordon Willis.

José Luis Alcaine durante a visita ao Museo de Bellas Artes de Oviedo.
Imaxe: SACO / Iván Martínez

O analóxico vs o dixital. El tránsito del analógico al digital para mí tiene paralelismo con el cambio que se vivió en el pasado con el paso de la pintura al fresco a la pintura al óleo, que permite hacer retoques y mejoras. Con la película no había manera casi de tocarla una vez hecha, pero sin embargo en el digital todo se puede hacer. Se puede reencuadrar, corregir el color, se puede hacer todo. Pero yo sigo trabajando de forma muy parecida a la era fotoquímica. Quiero que cada plano que hago esté de forma inmediata prácticamente listo para proyectar en una pantalla y para usar en montaje. Trabajo en general con una única cámara e intento no hacer demasiadas tomas, pero eso lo decide el director. Almodóvar o Brian de Palma son cineastas que lo tienen todo muy controlado, necesitan pocas tomas. Con Brian de Palma hice dos películas (Passion, Domino), recuerdo una vez que estábamos citados para hacer una secuencia que normalmente habría ocupado un día entero. El amigo Brian decía “la cámara aquí, un corto aquí, otro corto aquí”, lo que sea, y poco después “hemos terminado”. Habíamos sido citados a las 8 y a las 12 habíamos acabado, para asombro del ayudante de dirección y la productora. Eso pasó varias veces. El ayudante se enfadaba conmigo porque pensaba que yo iba muy rápido, pero era cosa de Brian de Palma. Él sabe cuánto va a durar ese plano y no quiere que haya material que permita cambiar el montaje.

Referentes. Hay dos cuestiones, por un lado está el cine en general; me gusta el de Kubrick, el de Preminger o el de Elia Kazan, que son muy diferentes. Otra cosa es la fotografía. Con Sarah Miles hice una película un año después de La Hija de Ryan producida por Espartaco Santoni, Pepita Jiménez. Me quedó muy bien de fotografía. Yo llevaba una semana ya trabajando, bajé de mi cuarto como a las 7:30 para ir al rodaje, iba a coger mi coche, y me encuentro a Sarah Miles, que estaba en mi mismo hotel pero aún no había empezado a rodar y no me la habían presentado. La saludé, me presenté y le pregunté “qué hace usted aquí”. “Estoy esperando desde las 7 a que alguien me recoja para ir al rodaje, no se ha presentado nadie”. Le dije, “bueno, yo voy para allá así que véngase usted conmigo”. Se vino conmigo encantada. De repente me dice “Tengo una pregunta, usted es el director de fotografía. ¿Qué le gusta más Freddie Young, ganador de tres Oscars con David Lean, o David Watkin, que había hecho Marat/Sade y trabajado con Tony Richardson, Richard Lester...?” Le contesté que los dos me parecían estupendos, pero yo me inclinaba más por el moderno, por Watkin. Se me quedó mirando y me dijo “eso significa que me va a sacar usted horrible”. Filmábamos en Carmona, mandábamos el material a revelar a Madrid y lo veíamos unos días después. Yo rodaba en aquella época con paraguas, no había nadie que rodara con paraguas entonces, la verdad es que lo copié de un fotógrafo de Los Angeles, Peter Gowland, que hacía foto de pin-ups, y pensé que era una buena idea. El jueves en medio del rodaje de repente a medio día le dio un ataque a Sarah, “no veo la luz, no sé qué luz me corresponde, yo esto no lo he visto en mi vida”. Yo me callé, la producción habló con ella y le pidió un poco de confianza. Conmigo ya ni se hablaba, siguió a trancas y barrancas. El domingo fuimos al cine a ver el material rodado. Yo me puse en la décima fila y al poco apareció ella y se sentó detrás de mí, con todo el cine vacío, apenas 30 personas del equipo, y ella se puso justo detrás. Estaba estupenda en pantalla. Cuando se encendieron las luces se me quedó mirando y me dijo “me ha puesto usted una luz que no me merezco. Muchas gracias”. Y se marchó.
Durante el confinamiento de la COVID aproveché para revisar muchas películas de los años 30 y 40 y fue una experiencia extraordinaria reparar en el valor que tiene la profundidad de campo, que todo esté en foco. Las películas que tenían más foco eran en B/N, que eran las películas más rápidas, en vez de tener 50 ASA la de B/N tenía 320, 400 ASA, podían diafragmar más y tener más profundidad de campo. Entendí así que ya en la época del color algunos directores preferieron seguir haciendo ciertas películas en blanco y negro porque jugaban con las profundidades. William Wyler, Otto Preminger por ejemplo. El John Ford de Liberty Valance. Eso tiene importancia: significa que el espectador puede escoger donde mirar y puede participar en la película. 

A filmografía propia. De mi filmografía, en una época El Sur sería una de mis favoritas; en otra época, entre las más recientes, sería Extraña forma de vida con Almodovar, porque ese corto viene a ser una suma de todo lo que yo he vivido, está encerrado ahí en esos resultados. Vámonos Bárbara de Cecilia Bartolomé es estupenda y pasó desapercibidísima. Entonces no había la lucha feminista que hay ahora, porque podría haber sido una película de emblema de las mujeres.
No tengo espinas clavadas. Me hubiera gustado haber rodado con Buñuel o con Berlanga, claro. Pero cada vez es más difícil, por mi edad, por las dificultades con las empresas aseguradoras, hacer películas. No tengo posibilidad de escoger proyectos porque no tengo ofertas. Pedro Almodóvar sí, pero fuera de eso casi no me llama nadie.

Martin Pawley. A entrevista a José Luis Alcaine foi realizada o 12 de marzo de 2023 durante o SACO, Semana del Audiovisual Contemporáneo de Oviedo. As respostas foron editadas para presentalas en forma de bloques temáticos, en lugar de preguntas convencionais.

sábado, 8 de xullo de 2023

Estraña insólita harmonía: cinema portugués no Curtas

Sempre é pertinente recordalo: cando en 1993 naceu o Curtas, Festival Internacional de Cinema de Vila do Conde, eran moi poucas as curtametraxes feitas en Portugal. Para chegar ao prestixio de hoxe, coa participación habitual de filmes do país irmán nos principais festivais internacionais, tiveron que mudar moitas cousas. Foi por suposto decisiva a aposta pública dende o Instituto do Cinema e do Audiovisual por unha liña específica de apoios á produción, mais é obvio que non se explicaría o presente sen o labor desenvolvido polo certame vilacondense para poñer en valor a creación nacional, reforzada a partir de 1999 cunha estrutura, a Agência da Curta Metragem, que ten por obxectivo distribuír e divulgar as curtametraxes portuguesas en todo o mundo. Sirvan uns números para avaliar o éxito da Agência: só en 2022 os filmes do seu catálogo integraron en 926 ocasións a selección oficial dalgún festival, recolleron 80 premios e foron vistos por unha audiencia conxunta de 311 mil persoas.

2720 (Basil da Cunha, 2023)

Ao longo de tres décadas o Curtas converteuse nunha referencia ineludíbel para avaliar o estado do cinema ao sur do Miño, e a edición que comeza este sábado non é unha excepción. No escaparate principal a selección portuguesa non vén, é certo, tan poboada como outros anos de nomes consagrados, mais os bos festivais deben ser lugares para o descubrimento, non só para o recoñecemento. Algúns nomes, porén, si son vellos coñecidos. É o caso de Basil da Cunha, vencedor en 2010 con A Côté e en 2012 con Os vivos também choram, que regresa coa espléndida 2720, título que alude ao código postal da Reboleira, unha freguesía do concello da Amadora, Distrito de Lisboa. Dúas historias corren en paralelo na mañá seguinte a unha batida policial: unha nena, Camila, busca o seu irmán Igor, e un mozo, Jysone, intenta non chegar (demasiado) tarde ao seu primeiro día de traballo despois de varios anos no cárcere. Os seus camiños crúzanse en virtuosísimos planos secuencia que percorren o lugar todo; a cámara avanza polas rúas estreitas e entra e sae das casas para dar conta dun bairro activo e animoso. Lonxe do esteticismo da miseria, da “cosmética da fame”, Basil da Cunha comprende, comprendeu sempre, que a xusta reivindicación social e política é compatíbel cun retrato cariñoso da vida en comunidade, e iso fala ben del como director e como ser humano.

Estreada na Semana da Crítica de Cannes, Corpos cintilantes de Inês Teixeira é unha grata sorpresa que esquiva os tópicos máis comúns dun relato de primeiros amores e coming of age adolescente. Mariana, unha rapaza de 16 anos, é invitada a pasar un fin de semana en Leiria na casa dun compañeiro de aulas, Jorge. As preguntas arredor das expectativas que xorden do convite alentan unha nova percepción do corpo propio e os corpos alleos; alentan, pois, o desexo erótico, mais tamén as inseguridades inherentes a ese mundo novo. A aceptación, e até a afirmación, dese desexo, da beleza de amar, en suma, exprésase con intelixencia e elegancia nos minutos finais, mesmo a través dun fermoso plano dun vaso con flores.

Natureza humana de Mónica Lima, que foi premiada en xaneiro no festival de Rotterdam, lida coas preguntas derivadas do confinamento da COVID-19, unha crise que pareceu capaz de transformalo todo. Canda as inquedanzas globais estiveron as inquedanzas persoais, que se expresan na parella protagonista nas dúbidas ante a maternidade e a paternidade nun tempo incerto. Paga a pena destacar, ademais, dúas animacións, Sopa fria de Marta Monteiro, coa violencia machista como asunto central, e a máis fascinante Quase me lembro de Dimiti Mihajlovic e Miguel Lima, que medra na memoria pola súa sutil exploración das culpas aínda non asumidas do pasado colonial.

Un dos directores máis claramente asociados á historia do Curtas, Sandro Aguilar, tamén un dos meus preferidos, abofé, presenta na competencia experimental Exotic Words Drifted, que manipula as imaxes e a banda sonora do melodrama noir clásico Leave Her to Heaven, dirixido en 1945 por John M. Stahl con Gene Tierney e Cornel Wilde á cabeza do elenco. A viraxe da cor orixinal a un negativo saturado reforza unha sensación de estrañeza que, ao estilo dos traballos de Martin Arnold, transforma un melodrama canónico en pura (e gozosa) abstracción.

Martin Pawley. Artigo publicado no Nós Diario o 8 de xullo de 2023, sábado.

sábado, 1 de xullo de 2023

De qué hablamos cuando hablamos de cielos excelentes

Es pertinente abrir cuánto antes el debate sobre qué criterios debemos utilizar para certificar la calidad del cielo.

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La gente que ha observado el firmamento en un período suficientemente largo de tiempo, por ejemplo los últimos veinte años, es plenamente consciente del deterioro del paisaje nocturno por efecto de la contaminación lumínica en constante aumento. También, por supuesto, de que para disfrutar de un cielo razonablemente bueno suele ser imprescindible desplazarse el número necesario de kilómetros para apartarse de la mancha de luz de las ciudades, y que ese número de kilómetros es hoy mayor que hace dos décadas. Ahora bien, ¿qué entendemos por un cielo «razonablemente bueno»? O, dicho de otra forma, puesto que un cielo prístino, sin apenas rastro de contaminación lumínica, es algo fuera del alcance para las personas que residimos en la mayor parte del continente europeo, ¿qué nivel de deterioro nos parece tolerable para afirmar que el cielo que tenemos sobre nuestras cabezas es bueno o muy bueno? El debate es aún más pertinente ante la proliferación de territorios con alguna certificación por la «excelencia» de su cielo y que presentan, en la práctica, enormes limitaciones para la observación.

El límite que separa lo bueno de lo regular es siempre arbitrario y muy personal. Habrá quien se conforme con ver bien la Vía Láctea, no intuirla, sino reconocer con claridad su forma (y esto, a fin de cuentas, debería ser el mínimo para empezar a hablar), y quien exija distinguir estrellas de magnitud 6. Sean cuales sean los parámetros que elijamos, estos no pueden restringirse a la región del cénit: un cielo excelente lo es si su calidad se extiende en todas las direcciones y alturas, incluso cerca del horizonte, sin zonas notablemente estropeadas por fuentes de luz cercanas (públicas o privadas: los fotones no entienden de fronteras pero tampoco de quien paga su emisión). El cénit puede ser espléndido en sitios que en su conjunto resultan muy pobres para la astronomía. Y es bueno recordar siempre que las herramientas actuales de modelización permiten diseñar planes de iluminación a nivel local y regional que conduzcan a la reducción de las emisiones no deseadas de luz y así mejorar, de forma concreta y verificable, la calidad del cielo de cualquier lugar que se desee proteger. Un cielo discreto puede transformarse a corto plazo en una hermosa vista nocturna siempre que haya voluntad social y política.

Panorámica 360° en Miranda do Corvo, Serra da Lousã, Portugal (Raul C. Lima, 2010)

Hay otros elementos que degradan visualmente el paisaje y que ya no pueden ser omitidos del debate. Están las pantallas publicitarias y los carteles comerciales, que siguen creciendo sin control normativo; también la iluminación (dudosamente) ornamental de elementos patrimoniales, como puentes e iglesias en medio de la nada o espacios de interés natural (bosques, paseos fluviales) en un grotesco ejercicio de alteración de aquello que se quiere preservar. Pero no podemos olvidar los macroparques eólicos, que aquí en Galicia son una amenaza mayúscula. ¿Podemos calificar en serio de «excelente» un paisaje cuyo horizonte está inundado de aerogeneradores? ¿Cuál es el número máximo de balizas luminosas que nos parece tolerable para no considerar dañado el paisaje?

Martin Pawley. Artigo publicado na sección "La noche es necesaria" da Revista Astronomía, número 289-290, xullo-agosto de 2023.