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La Noire de... (Ousmane Sembène, 1966) |
"Aquí está la Costa Azul. Juan (Juan-les-Pins), Niza, Cannes y Antibes”. Nada más llegar a casa de vuelta de África, la madame le enseña a Diouana, la joven senegalesa que contrató para, aparentemente, cuidar de los niños, el paisaje turístico que se contempla desde la ventana. Inmediatamente después le muestra la cocina y a partir de ese instante el montaje de
La Noire de... (1966) se detiene a presentarnos a Diouana limpiando la bañera, fregando los platos, lavando y tendiendo la ropa, pasando la fregona y haciendo la comida. El paraíso parece estar fuera, pero para ella las puertas están siempre cerradas.
“Francia aquí es la cocina, el comedor, el baño y mi dormitorio. ¿Dónde está la gente que vive en este país?”, se pregunta. Confinada en un hogar ajeno, en su nueva vida no queda hueco para otra cosa que no sean las tareas domésticas. A la madame le molesta incluso que se vista con ropa elegante:
“No vas a una fiesta”, le dice. Una criada no solo debe serlo sino parecerlo y para eso es importante que se ponga un mandil o responda a la llamada de una campanilla. Es fácil pensar hoy
La Noire de... como un retrato pre-
Jeanne Dielman... (Chantal Akerman, 1975) de la alienación de la mujer, de la descomposición mental fruto de la soledad, el encierro y la rutina, pero no podemos, por supuesto, obviar la componente racial y colonial. Diouana no es una mujer, sin más, al servicio de una familia; es, ante todo, una mujer negra, como recalca el título. Una mujer que fue seleccionada a ojo en una plaza en Dakar por su buena pinta, en una escena que evoca sin disimulo los antiguos mercados de esclavas de los cuales esa
“plaza de las criadas”, como la llaman, sería una suerte de actualización burguesa. En Francia una de sus primeras funciones será preparar una comida para varias personas, un arroz picante que a ojos europeos suena a
“genuina cocina africana”, y en un momento singularmente humillante uno de los invitados se levantará de la mesa para cumplir un deseo pendiente, el de
“besar a una negra”. A la hora del café dirán de ella que no habla francés pero lo entiende
“por instinto, como los animales”. Diouana no pasa de ser un objeto bello y exótico cuya humanidad resulta irrelevante para quien somete su cuerpo y su cerebro (...)
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