Entre los cinéfilos atentos a los nuevos creadores portugueses el nombre de Gabriel Abrantes (1984) hace tiempo que resulta familiar, en especial por el apoyo que un festival de referencia, el Indielisboa, ha dado a su trabajo. Fue en el Indie donde descubrimos en 2008 Olympia I/II y después la muy estimulante Visionary Irak, con la que obtuvo un premio destinado a reconocer nuevos talentos. El éxito internacional llegó en 2010, cuando el corto A history of mutual respect, codirigido con Daniel Schmidt, se alzó como ganador del Leopardo de Oro en Locarno. Cualquiera de estas películas, e incluso las menos afortunadas Liberdade (codirigida con Benjamin Crotty) y Fratelli (con Alexandre Melo como coautor), estrenadas este mismo año en Lisboa y Vila de Conde, revelaban a un cineasta sin prejuicios, un genuino espíritu libre cuyos pasos era conveniente seguir.
Si alguna duda pudiera haber queda disipada con su obra más ambiciosa y brillante hasta la fecha, de nuevo con Daniel Schmidt: el mediometraje Palácios de pena, presentado en la sección Orizzonti de Venecia. Una anciana que ve cercana la muerte y sus dos nietas adolescentes, una de las cuales ha de recibir como legado su impresionante palacio, son las protagonistas de este relato que cuestiona la herencia cultural y social portuguesa, ligada a un pasado definido por el miedo y la opresión inquisitorial que se manifiesta en un singular episodio onírico. Un filme de frontera entre lo narrativo y lo experimental, frívolo y cruel al mismo tiempo, repleto de imágenes fascinantes.
Martin Pawley. Artigo publicado no xornal do Festival de Xixón do venres 25 de novembro de 2011.
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