sábado, 1 de xuño de 2024

La fuerza de nuestro amor no puede ser inútil

En muchas obras fundamentales de la literatura gallega hay sitio para el paisaje y la cultura de la noche.

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Casa da Matanza, Padrón. Imaxe: Merce Ares, Fundación Rosalía de Castro.

Desde 1963 cada 17 de mayo se celebra en mi país el «Día das Letras Galegas», que cada año rinde homenaje a una figura literaria ya fallecida. La idea de impulsar una jornada dedicada a honrar los libros surgió asociada al centenario de Cantares gallegos de Rosalía de Castro, obra fundamental de nuestro renacimiento cultural. A falta de conocer la fecha exacta de su salida de imprenta se tomó como referencia la que la autora escogió para la dedicatoria a Fernán Caballero que inicia el libro, ese 17 de mayo de 1863 en el que su esposo Manuel Murguía cumplía treinta años.

En 2024 el «Día das Letras» se le dedicó a Luísa Villalta, que escribió ensayo, teatro y narrativa –sublime es su novela As chaves do tempo–, aunque es más conocida por su poesía, muy vinculada a su ciudad, A Coruña, «tatuada na pétrea pel do mar». «De novo as estrelas meten-se nos bares abertos até o horizonte da madrugada», leemos en Ruído. Y en En concreto, «Demasiada luz para esta noite / demasiados mecanismos entre as mans», versos que riman con aquellos de Rosalía en Follas novas: «Luz e progreso en todas partes..., pero / as dudas nos corazós».

Siendo la gallega una sociedad tradicionalmente ligada a la naturaleza, no es extraño que no sean pocas las referencias literarias a los paisajes y la cultura de la noche. «E o faro estraviado / daba o S.O.S. / n-o morse / –clave Orión– / das estrelas», escribió Manuel Antonio en De catro a catro (1928), joya inmortal siempre en vanguardia. Manuel María, patriarca de la Terra Cha, envió una hermosa carta a las estrellas, «rosas de luz na noite escura». Anxo Angueira evoca en Palmeiras, piueiros las «cen lúas de Xúpiter» o los «asubíos do Serpentario». Xabier P. Do Campo incluyó no poder mirar las estrellas entre su lista de miedos en Cando petan na porta pola noite. Y en A viaxe de Gagarin, novela mayor de Agustín Fernández Paz, la fascinación por el espacio marca la infancia y adolescencia del protagonista (Xabier, Agustín: para quien esto escribe, amigos, maestros, irmaos).

Los ejemplos son abundantes en la propia Rosalía, que nació bajo una «roxa estrela» (el planeta Marte) y cantó la anchura sin límites del cielo y a las estrellas que guían el camino o sonríen mientras contemplan los amores que florecen. Antes, Xoan Manuel Pintos dejó huella en su poesía del paso espectacular del cometa Donati en 1858. Otro contemporáneo, Eduardo Pondal, alabó al «fulgente Sirius» e hizo del «prácido luar» una parte esencial de Galicia junto a los árboles (los rumorosos pinos) y la «costa verdecente», un triunvirato natural de cielo, tierra y mar que abre el poema que se convirtió en nuestro himno. Paisajes, los tres, hoy amenazados por la codicia sin límites y cuya defensa es, digámoslo una vez más, irrenunciable: sin ellos nada somos. En palabras de otro grande, Uxío Novoneyra, poeta de O Courel, la fuerza de nuestro amor no puede ser inútil.

Martin Pawley. Artigo publicado na sección "La noche es necesaria" da Revista Astronomía, número 300, xuño de 2024. 

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