mércores, 20 de setembro de 2023

Uno de cada veintidós millones

A efectos prácticos podemos considerar que toda la luz artificial contamina.

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Uno de los textos más inspiradores del año en el campo de la contaminación lumínica consigue serlo en poco más de cuatro mil caracteres, abstract incluido: A note on the overall efficiency of outdoor lighting systems (Una nota sobre la eficiencia general de los sistemas de iluminación exterior) de Salva Bará. En su concisa nota, el ahora jubilado profesor de la Universidad de Santiago de Compostela evalúa cuántos de los fotones distribuidos por un sistema de iluminación ideal contribuyen específicamente a nuestra visión. El ojo, nos explica, «solo puede capturar los fotones que se propagan dentro del estrecho ángulo sólido subtendido por su pupila desde cada punto de la escena», de modo que es sencillo concretar un valor para ese ángulo haciendo algunas suposiciones razonables que se detallan en el artículo. De ese valor se infiere que de cada veintidós millones de fotones reflejados nuestro visual usa solamente uno. Esta estimación, nos recuerda la nota, es muy conservadora (la proporción realista es aún menor), y además es inherente a la física de la propagación de la luz y la visión, o sea, no es una limitación que pueda resolverse con mejoras tecnológicas. Es y será siempre así.

Es fácil concluir, a partir de esta reflexión, que a efectos prácticos casi todos los fotones producidos de forma artificial que se reflejan en horario nocturno (o, si lo prefieren, «todos menos una pequeñísima fracción») no se adentran en nuestro ojo para activar el fenómeno de la visión, sino que «se envían a la atmósfera, se pierden por absorción o llegan a lugares que no se pretendían iluminar». Contaminamos siempre que usamos luz artificial, queramos o no, lo cual es una invitación a utilizarla con extrema prudencia y reduciendo las emisiones al máximo posible.

La editorial Libros de la Catarata lanzó este verano un volumen de Alicia Peregrina López, doctora en Ciencias Ambientales y trabajadora del Instituto de Astrofísica de Andalucía, inexcusable para esta sección: Lacontaminación lumínica, que define de manera accesible para cualquier persona en qué consiste esta forma de polución y por qué es un grave problema para el medio ambiente y la salud, así como para la preservación del patrimonio inmaterial común que son los cielos estrellados. Hacia la mitad del libro, Alicia teje una comparación reveladora. Enumera una serie de paisajes «que impactan los ojos y el alma de quienes tienen el privilegio de observarlos», como la cumbre del Kilimanjaro, las cataratas del Iguazú, la Alhambra coronando la ciudad de Granada o la playa de As Catedrais en Galicia. «¿Qué pasaría si dejáramos de verlos? Si, sabiendo que están ahí, no pudiéramos disfrutarlos nunca más», se pregunta. Pues eso es lo que sucede con el firmamento nocturno: la luz artificial nos roba cada noche una Alhambra, unas cataratas del Iguazú, la cumbre del Kilimanjaro. Gracias a Salva podemos decir, además, que la culpa la tiene toda la luz artificial. No el «exceso de luz», sino «toda la luz».

Martin Pawley. Artigo publicado na sección "La noche es necesaria" da Revista Astronomía, número 280, outubro de 2022. 

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