mércores, 29 de decembro de 2021

Todo lo que el cielo permite. Cine y astronomía.

Son muchos los caminos posibles para analizar las relaciones entre el cine y la astronomía. En este artículo repasamos algunos fenómenos celestes que han aparecido en las películas.

Las armonías Werckmeister (Béla Tarr, 2000)

Estamos casi a medianoche en un bar decrépito. Valuska, el más joven de los presentes, es el rostro mismo de la inocencia, de la bondad frágil condenada a ser siempre víctima de los zarpazos del mal. Como todos los días, le piden que escenifique "un gran acontecimiento producido por el movimiento de los cuerpos celestes". Como todos los días, Valuska elige a los actores de su representación entre los clientes habituales del bar, a esa hora ya algo borrachos. Uno hará del Sol, otro será la Luna y un tercero interpretará el papel de la Tierra. El que encarna al Sol abre y cierra las manos simulando que emite rayos de luz. A su alrededor da vueltas la Tierra, y en torno de esta gira torpemente la Luna. Valuska declama un discurso hermoso e ingenuo: en un momento dado en el Sol asoma una pequeña mordedura que va creciendo poco a poco hasta llegar a ocultarlo por completo. El aire se enfría, el cielo se oscurece, aúllan los perros y los pájaros vuelan a sus nidos, confundidos y perplejos. Se hace el silencio. Todo lo que vive está quieto. Es un eclipse total.

Es la primera secuencia de una película repleta de momentos apabullantes, Las armonías Werckmeister, adaptación de un texto de László Krasznahorkai convertido en una obra maestra, otra más, por el cineasta húngaro Béla Tarr, uno de los creadores capitales del último medio siglo. Mi eclipse favorito del cine es una representación hecha con cuerpos del mayor fenómeno que podemos experimentar en nuestro planeta. Pero este artículo va en busca de fenómenos reales, no de simulaciones. Y el eclipse por excelencia del cine nos conduce a otra taberna, hace casi dos mil años.

Varias personas comparten mesa y risas. “La luz ha desaparecido”, dice alguien de repente. Una mujer, la actriz mexicana Katy Jurado, se levanta y afirma que nunca ha visto el cielo así de oscuro en mitad del día; aterrada, cierra las puertas. El siguiente plano muestra a un hombre en una cruz y, al fondo, el Sol que desaparece tras un disco negro. En otra estancia, otra mujer (Silvana Mangano, siempre espléndida) se muestra inquieta; su compañero, Anthony Quinn, se despereza toscamente recién salido del sueño y al abrir los ojos nota la falta de luz. No comprende lo que pasa, algo va mal, “todo está negro, negro como la muerte”. Ella responde a sus dudas: “hasta la luz nos abandona ahora que lo hemos asesinado”. Sale apresurado y constata que, en efecto, el día se ha hecho noche. Un Sol negro vierte su oscuridad sobre Jerusalén. Poco después, una vez demostrado el poder divino, la luz vuelve a asomar, triunfante, sobre las tinieblas. La escena corresponde a la película Barrabás, un clásico del cine épico religioso dirigido por Richard Fleischer. La singularidad es que el oscurecimiento es verdadero. El rodaje en Italia coincidió con el eclipse total de 1961 y el productor Dino de Laurentiis comprendió que no se podía perder esa oportunidad. La decisión final se tomó en vísperas del eclipse, para lo que se desplazó un equipo de 80 personas hasta Roccastrada, en la Toscana. Cabe imaginar la preocupación del director de fotografía, Aldo Tonti, ante tamaña responsabilidad, la de una filmación sin precedentes y sin repetición posible que además no había podido preparar debidamente. Un artículo de 1994 en la revista Astronomy explica que utilizó tres cámaras, una con un teleobjetivo para registrar el eclipse propiamente dicho, otra para hacer un primer plano sobre la cruz con una figura humana en silueta y una tercera para hacer un plano maestro con las tres cruces y un grupo de figurantes. Esta última trajo problemas de última hora. A pocos minutos de la totalidad, Tonti estaba preocupado con las refracciones ópticas y los halos provocados por la ocultación del Sol y decidió que era conveniente mover la cámara para que la luz incidiera directamente en el centro de la lente. “Eso inmediatamente eliminó los reflejos, pero me di cuenta de que los filtros reducirían mucho la intensidad de la imagen, así que arranqué los filtros, abrí el diafragma a f/4.0 y esperé”. El resultado final fue deslumbrante: no hay efecto especial que pueda superar eso.

No son pocas las películas con un eclipse en su trama, que casi siempre se resuelve con trucajes o imágenes de archivo. Hay uno al principio de 1280 almas de Bertrand Tavernier, que traslada una novela negra de Jim Thompson al Senegal de 1938: unos niños juegan al aire libre, el Sol se oculta y Philippe Noiret enciende una hoguera para que no pasen frío. Hay otro en una joya eslovaca de Stefan Uher, Slnko v sieti (El Sol en la red, 1963), un hito de las nuevas olas del este que nos recuerda que conviene revisar permanentemente la historia del cine en toda su diverdad. En la más reciente Dead Body Welcome (2013) el holandés Kees Brienen se vale de un trágico episodio personal: de viaje a la India para ver un eclipse con un amigo descubre al llegar que este ha fallecido. La película reconstruye esta experiencia desde la ficción; el viaje se convierte en una despedida al amigo muerto y en ese proceso un eclipse real cumple un papel elegíaco. La memoria de un ser querido se percibe también en Polly One y Polly Two, díptico experimental de Kevin Jerome Everson dedicado a su abuela Bertha, fallecida el día anterior al eclipse americano del verano de 2017. El interés del autor de Mansfield (Ohio, EEUU) por la textura de las imágenes en 16 mm del fenómeno se extiende a un tercer corto, Condor, filmado en la costa de Chile durante el eclipse de julio de 2019.

L. Cohen (James Benning, 2018)

Pocos creadores han utilizado tan bien el paisaje como el matemático reconvertido en cineasta James Benning (Milwaukee, EEUU). En sus películas más marcadamente contemplativas, obras tan fascinantes como 13 Lakes, Ten Skies o RR, extiende la duración del plano para constatar los delicados movimientos en la naturaleza y los cambios de luz y examinar el paisaje como función del tiempo. Fiel durante décadas al soporte fílmico, su salto en 2009 al vídeo de alta resolución le permitió jugar además con la manipulación digital para producir nuevas maravillas como Small Roads. Como era de esperar, no desaprovechó la oportunidad de grabar el eclipse de 2017 en una granja de Oregon en L. Cohen, 45 gloriosos minutos que revelan el placer de mirar y escuchar.

Artista visual mundialmente reconocida sobre todo por su trabajo en 16 mm, la inglesa Tacita Dean se propuso filmar el eclipse total de Sol del 11 de agosto de 1999 también en una granja. El día amaneció cubierto de nubes, así que la película final, Banewl, habla no tanto del encuentro entre la Luna y el Sol como de la experiencia de vivir ese encuentro en ese ambiente campestre, al ritmo plácido de las vacas que se adueñan de la pantalla mientras la luz cae. Los eclipses vuelven a estar presentes en dos trabajos posteriores pensados como instalaciones de museo,
Totality (2000) y Diamond Ring (2002).

El eclipse más largo del siglo XXI fue el del 22 de julio de 2009 y el estadounidense J. P. Sniadecki lo vivió en Shanghái, China, donde entonces vivía. Lo que quiso retratar el cineasta, antropólogo y profesor de documental en la Universidad Northwestern de Chicago no fue el fenómeno astronómico sino su efecto sobre un moderno (y colosal) entorno urbano. En The Yellow Bank la cámara se desliza por el río Huangpu, que separa el centro histórico de la ciudad del distrito financiero y comercial de Pudong, y observa como las luces artificiales de los edificios y las pantallas rompen el avance de la oscuridad natural.

The Yellow Bank (J. P. Sniadecki, 2010)

El ambiente humano que rodea a un eclipse alimenta un corto de 1999 del legendario Chris Marker, E-clip-se, y otro estrenado en 2019 de la francesa afincada en Lisboa Maureen Fazendeiro, Sol negro, con imágenes de una actividad pública durante un eclipse parcial en el Observatorio Astronómico de Lisboa. Añado un último eclipse también de 2019, el del corto Umbra de los alemanes Florian Fischer y Johannes Krell, que muestra además dos efectos ópticos: el Sol multiplicado en el suelo al atravesar sus rayos los huecos entre las hojas de los árboles, que actúan como una cámara oscura (el llamado “efecto pinhole”, del que también se valió Adele Horne en The Image World, de 2008); y un “espectro de Brocken”, la sombra agrandada de una persona proyectada sobre las nubes en dirección opuesta al Sol, grabado en la montaña que le da nombre.

Más estrellas que en el cielo 

Cualquier repaso a la presencia de objetos astronómicos en el cine estaría hoy incompleto sin considerar la monumental (y siempre en construcción) apuesta que es de Johann Lurf, que compila planos de cielos estrellados procedentes de multitud de películas. La primera versión, exhibida en 2017 en diversos festivales internacionales, duraba 99 minutos, pero como la intención del autor austríaco es seguir añadiendo más y más estrellas el corte actual va ya por 111 minutos. Más allá de su fascinante montaje, acaba ofreciendo un pasatiempo adicional para el (muy) cinéfilo: el de reconocer de qué película han salido algunos de esos cielos (y hay varios cientos para probar suerte).

Observando el cielo (Jeanne Liotta, 2007)

Cielos reales filmados con cámaras de 16 mm se agrupan en un corto bellísimo de Jeanne Liotta, Observando el Cielo (2007), que incorpora a su banda sonora grabaciones naturales de muy baja frecuencia de la magnetosfera. La curiosidad científica está muy viva en la obra del duo británico Semiconductor, Ruth Jarman y Joe Gerhardt, que a menudo han trabajado como artistas residentes en centros de investigación. Brilliant Noise (2006) emplea archivos de imágenes en bruto de diversos telescopios solares, técnica que repiten en Black Rain con datos de la pareja de satélites STEREO. En Heliocentric (2010) emplean la fotografía time-lapse y el seguimiento astronómico para registrar la trayectoria a lo largo de un día del Sol, siempre en el centro de la imagen. Bill Morrison (Chicago, EEUU) mezcla animaciones por ordenador con filmes primitivos para contraponer diferentes visiones del cielo en la sublime Just Ancient Loops (2012). 

El matrimonio formado por Charles y Ray Eames revolucionó el mobiliario y el diseño gráfico del siglo XX; su propia casa y estudio, la Eames House, se considera un hito de la arquitectura. Su desbordante creatividad llegó también al cine en forma tanto de películas didácticas, a veces asociadas a exposiciones, como de audaces proyectos multipantalla como el mítico Glimpses of the U.S.A., que mostraba un día en la vida americana en siete pantallas de nueve metros instaladas en una cúpula diseñada por Buckminster Fuller en un parque de Moscú. Sin duda, la película más justamente celebrada de los Eames es Potencias de Diez (1977), que conoció una primera versión en 1968, A Rough Sketch for a Proposed Film Dealing with the Powers of Ten and the Relative Size of Things in the Universe. La inspiración vino de un libro de 1957 de Kees Boek, Cosmic View: The Universe in 40 Jumps, que jugaba con los saltos de escala partiendo de una imagen inicial de una niña con un gato en brazos de la que nos vamos alejando poco a poco para llegar muy lejos en el universo, a escala macroscópica, y al interior de su cuerpo, a escala microscópica. Esa idea es la que desarrollan los Eames en esa primera versión de 8 minutos, depurada después en la sensacional Powers of Ten: A Film Dealing with the Relative Size of Things in the Universe and the Effect of Adding Another Zero, con la voz del profesor de física del MIT Philip Morrison como guía que nos lleva, de cero en cero, primero hasta unha distancia de 10^24 metros para adentrarse luego en lo más profundo de la materia y acabar con un protón que llena la escena, un viaje entre dimensiones que difieren en un factor 40. La música la ponía Elmer Bernstein, cuyas geniales composiciones contribuyeron a hacer inolvidables películas como Los siete magníficos o Matar a un ruiseñor.
 
Una representación de nuestro barrio más cercano la ponen en marcha Wylie Overstreet y Alex Gorosh en una maravilla de 2015, To Scale, en la que simulan el sistema solar a escala tanto de tamaños como de distancias en un lago seco de Nevada. Wylie y Alex nos sorprendieron en 2018 con un emocionante corto, A New View of the Moon, que refleja muy bien las reacciones de la gente al mirar la Luna por telescopio en las calles de Los Angeles. Lunas en el cine hay miles, pero es menos habitual que la veamos grabada a través de un buen telescopio como hace Lois Patiño en Lúa Vermella (2020) con la colaboración de Loli Lusquiños e Igor Piñeiro, de la Asociación Sirio de Pontevedra. Las imágenes obtenidas en el observatorio de Cotobade añaden una capa fantástica más a la investigación, habitual del director, de como se conforma la identidad cultural a través del paisaje y los mitos. 

Palma de Oro en el Festival de Cannes de 2011, El árbol de la vida de Terrence Malick fragmenta lo que podría ser un drama de familia convencional para captar la poesía de momentos fugaces como legítimo heredero, dentro de los esquemas de un cine aún narrativo, de una larga tradición espiritual del cine experimental americano, con figuras emblemáticas como Stan Brakhage -si hay una película que merece ser calificada de cósmica, esa es Dog Star Man- o el aún en activo Nathaniel Dorsky. En su camino de aceptación de la muerte como fin inevitable, el cineasta se remonta al origen del universo y de la vida en un bloque canónicamente científico. No extraña, entonces, que en sus fotogramas aparezca la nebulosa de la Cabeza de Caballo, la nebulosa de la Hélice o la galaxia del Sombrero. Otras galaxias, en concreto el quinteto de Stephan, inspiraron las formas de los ángeles en amable conversación al principio del clásico ¡Qué bello es vivir! (1946) de Frank Capra, que, por cierto, acabó dirigiendo varios documentales científicos en los años 50. La imaginería astronómica es un elemento central en obras como Allures, Re-entry o Epilogue de Jordan Belson, a quien se le deben también trabajos precursores de intervención artística en planetarios.

Fotogramas de Epilogue (Jordan Belson, 2005)

Para su película Le Rayon Vert (1986) Eric Rohmer quiso contar, por supuesto, con un rayo verde, de lo que se encargó el cámara Philippe Demard y su asistente Florent Montcouquiol: captaron el destello en un acantilado en Tenerife, entre los lugares de Puerto Rico y Mogán. Tacita Dean encontró su rayo verde (The Green Ray, 2001) en la costa oeste de Madagascar. Otra clase de elusivo fenómeno, las auroras boreales, son el objeto de un documental del canadiense Peter Mettler, Picture of Light (1994), que cumple satisfactoriamente el desafío de plasmar en película de 35 mm las fantasmagorías producidas por las eyecciones de material solar al llegar a la atmósfera terrestre.

Picture of light (Peter Mettler, 1994)

Finalizo este repaso a la astronomía en el cine con el recuerdo de Nancy Holt, pionera del land art a la que le dedicó un foco en marzo el Festival Internacional de Cine Documental de Pamplona “Punto de Vista”. Su instalación “Sun Tunnels” sitúa en un desierto de Utah cuatro grandes cilindros de acero y hormigón dispuestos en cruz de modo que enmarcan la salida y la puesta de Sol en los solsticios de verano e invierno. Los tubos tienen, además, agujeros perforados por los que entra la luz para dibujar, en su interior, las constelaciones del Dragón, la Paloma, Perseo y Capricornio. El proceso de preparación de esta obra está documentado en un interesantísimo corto homónimo, Sun Tunnels (1978). 

Martin Pawley. Artigo publicado no número de abril de 2021 (262) da revista Astronomía. En paralelo o mesmo mes a revista Caimán Cuadernos de Cine publicou estoutro artigo sobre as orixes astronómicas do cinema: "Un revólver apuntando al Sol"

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