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Nunca me gustó subrayar libros. Me resulta muy molesta la imagen de una página invadida por las rayas, más cuánto más evidentes o invasivas sean esas marcas. Contra esa manía caprichosa debía luchar para satisfacer la necesidad de señalar frases o párrafos que encuentro particularmente valiosos y que deseo poder localizar sin esfuerzo. Hace cosa de tres años tuve una idea repentina y simple que experimenté como una gloriosa revelación: en vez de subrayar podía colorear esas líneas, pintarlas con lápiz para crear un fondo suave y elegante muy reconocible pero que no dificulta la lectura. Amarillo, naranja, rojo o azul, eso me da igual, siempre que no sea muy intenso, más bien tirando a pastel; un tono que decore la página con ligera uniformidad sin provocar(me) desagrado.
Hay, pues, un antes y un después en mi biblioteca que permite identificar de forma rápida los libros que me han producido un mayor impacto. Mis permanentes relecturas de Rosalía de Castro han llenado de rosa, dorado, verde y gris los volúmenes que más estimo, las ediciones críticas de su poesía que preparó Anxo Angueira. El amarillo invade la traducción gallega de Carol de Patricia Highsmith, el naranja la Cronobiología de Juan Antonio Madrid y una variada colección de colores El cuadro completo de Alice Procter.
En La Tierra exhausta, ensayo publicado por Pasado & Presente, hay manchas de color en la mayoría de las páginas. El autor, Joaquim Sempere, es un filósofo catalán discípulo de Manuel Sacristán, introductor de las teorías marxistas en España. Como profesor de Sociología en la Universidad de Barcelona se especializó en temas de medio ambiente y de ese interés es buena muestra este libro, versión en castellano (con cambios al parecer significativos) de un original aparecido un año antes en catalán, que se vale de un
recurso ingenioso, el diálogo de seis personajes que se encuentran a lo largo de diecisiete tardes para debatir sobre la emergencia climática, la destrucción de la naturaleza y la transición energética, pero también las desigualdades o las injusticias no resueltas del pasado (y en muchos casos presente) colonialista. Los seis personajes representan posiciones ideológicas diferentes, desde la más apocalíptica hasta la más integrada, pero quien aporta los argumentos más sólidos es Julia, que expone con claridad como durante los últimos dos siglos vivimos en la ficción tecnooptimista de un crecimiento ilimitado amparado en la disponibilidad de energía de alto aprovechamiento, derivada del carbón y el petróleo, en grandes cantidades y a precios de extracción bajos. Ahora que ya se vislumbran en el horizonte las señales de agotamiento de recursos energéticos y minerales, el decrecimiento, entendido al menos como «reducción de los impactos ecológicos destructivos de las actividades humanas», se muestra como un camino inevitable. «Hemos vivido
muchos años con la idea de que hay disponible toda la energía que se desee», afirma. Llegó el momento de reducir las demandas de energía y adaptarnos «nosotros al flujo de energía y no a la inversa». Volveremos el mes que viene sobre esta obra capital.
Martin Pawley. Artigo publicado na sección "La noche es necesaria" da Revista Astronomía, número 308, febreiro de 2025.
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