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Poco después de llegar al Departamento de Física del Instituto de Tecnología de Massachusetts como posdoctoranda, la cosmóloga Chanda Prescod-Weinstein participó en una ronda de observaciones con los telescopios ópticos Magallanes del observatorio chileno de Las Campanas. Durante la estancia, el profesor Paul Schechter le explicó con detalle el funcionamiento de los equipos y la llevó a conocer otras instalaciones cercanas, menos modernas pero aún funcionales. Al finalizar el recorrido nocturno, Chanda contempló el cielo. En el desierto de Atacama, lejos de la contaminación lumínica, el firmamento se desplegó ante ella en toda su magnificencia. «Sigo, todavía hoy, sin encontrar las palabras con las que describir lo que presencié (...) Mientras estaba allí contemplando más puntos blancos de los que podía contar y esa bruma blanca que inspiró el nombre de la Vía Láctea –una combinación de gases iluminados y estrellas demasiado pequeñas para que nuestros ojos las distingan–, me sentí invadida de asombro, pero también de un profundo dolor.»
El dolor emana de su propia experiencia como niña negra que creció en Los Ángeles junto a una autopista y se sentía feliz cuando alcanzaba a reconocer apenas diez objetos en la noche. «Al final, pasé por dos titulaciones en astronomía, un doctorado en física y un año en la NASA sin hacerme una idea de cómo habrían visto el cielo mis antepasados», escribe. En el espléndido paisaje chileno fue consciente de que «muchos niños negros tenían negado el derecho de nacimiento, un derecho humano, a saber cómo era el cielo nocturno» y recordó que a quienes descienden de esclavos les es negado saber «cómo entendían y se relacionaban nuestros antepasados con el cielo nocturno al margen de la mirada blanca». Pero ese dolor es también un acicate para entender «por qué quienes pueden identificar sus comunidades indígenas natales luchan a menudo con tanto ahínco para proteger no solo su autonomía política sino su autonomía cultural».
El libro de Chanda Prescod-Weinstein El cosmos desordenado (Capitán Swing, 2023) es un monumento, uno de los ensayos más importantes publicados en los últimos años. Lo es por su firme voluntad de hablar de ciencia desde una posición explícitamente feminista, anticapitalista y anticolonialista, de enfrentarse a la «contradicción extraña» por la cual la ciencia consiste en hacer preguntas «siempre que no sean sobre los científicos y el modo en que se practica la ciencia». Es esa perspectiva política la que induce una cuestión decisiva: «¿qué condiciones necesitamos para que una niña negra de trece años y su madre, que la está criando sola, puedan ver el cielo nocturno lejos de luces artificiales sabiendo qué es lo que ven?» Qué condiciones sociales, económicas y educativas, qué relación con la tierra, qué divulgación científica. «Una física feminista negra exige que nos hagamos estas preguntas y que entendamos que hay toda una serie de estructuras de factura humana que interfieren con la contemplación del cielo nocturno no solo pasivamente, sino activa, agresivamente». El silencio, ya lo explicó la poeta y activista Audre Lorde, no nos protegerá.
Martin Pawley. Artigo publicado na sección "La noche es necesaria" da Revista Astronomía, número 296, febreiro de 2024.
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