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¿Puedes recordar la última vez que te despertaste sin la alarma del despertador, sintiéndote como nuevo y sin necesitar cafeína? Esta es una de las preguntas que nos formula en la primera página de su libro el científico inglés Matthew Walker, profesor de neurociencia y psicología en la universidad de Berkeley. El despertador interrumpe nuestro sueño, esto es, sin la alarma seguiríamos durmiendo, beneficiándonos de un descanso imprescindible para nuestro cuerpo. Pero el hecho es que día tras día detenemos a la fuerza el sueño antes de tiempo.
Aunque con frecuencia se nos olvide, los humanos somos una especie de hábitos diurnos: nuestro grado de lucidez y alerta es mayor cuando el Sol está en el cielo, que es el periodo en el que desarrollamos la mayoría de nuestras actividades. Y cuánto más tiempo pasemos despiertos, más ganas tendremos de dormir: se acumula en nuestro cerebro una sustancia química, la adenosina, que sirve como indicador de la inminente necesidad o no de un placentero descanso. Nuestro reloj biológico, además, regula a lo largo del día de forma no consciente diversas variables fisiológicas, como la temperatura o la presión arterial, pero también la capacidad para resolver tareas, sensiblemente mayor al mediodía que de madrugada. El sueño no escapa al mandato de ese reloj interno del cerebro, cuyo ritmo propio es por término medio ligeramente superior a 24 horas en las personas adultas, de ahí que se hable de «ritmo circadiano». Estamos casi sincronizados con el ritmo de rotación de la Tierra, pero no del todo; nuestra fisiología tiende a desfasarse un poco cada día. El cerebro corrige ese desfase valiéndose de un patrón muy regular, el ciclo de luz y oscuridad. Cada mañana, la luz del Sol nos despierta y nos pone literalmente en hora, incluso cuando el cielo está cubierto de espesas nubes cargadas de lluvia. La llegada de la noche, por el contrario, induce nuestro deseo de reposo y nos invita a meternos en la cama.
O nos invitaba, más bien. En los países desarrollados, en la actualidad, dos terceras partes de la población adulta no llegan a las ocho horas de sueño nocturno que se recomiendan. Dormir de forma habitual menos de 6 o 7 horas por noche, nos recuerda el autor, «destroza tu sistema inmunitario, multiplicando por más de dos tu riesgo de sufrir un cáncer». El sueño insuficiente es un factor clave para el desarrollo de Alzheimer, altera los niveles de azúcar en sangre, aumenta las probabilidades de padecer enfermedades cardiovasculares, ictus o fallos cardíacos e influye sobre las principales afecciones psiquiátricas, como la depresión, la ansiedad y el suicidio. Dormir bien ayuda a prevenir todos esos problemas y además mejora «nuestra capacidad de aprender, memorizar, tomar decisiones y realizar elecciones lógicas». A través de sus apasionantes 400 páginas, el libro de Walker, editado por Capitán Swing, nos convence de una idea básica: la noche es necesaria… para dormir.
Martin Pawley. Artigo publicado na sección «La noche es necesaria» da Revista Astronomía, nº 247, xaneiro de 2020.