luns, 1 de xullo de 2024

Por algo se empieza

El Festival de San Sebastián menciona la contaminación lumínica en su informe de sostenibilidad ambiental.

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En septiembre de 2022 dediqué esta columna a la creciente preocupación en los principales festivales de cine por el impacto ambiental, casi siempre asociada a buscar la manera de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Este tipo de eventos implica un gran número de viajes gestionados por el festival, los de las personas invitadas al certamen pero también los de la propia organización a lo largo del año para asistir a otros festivales y tejer contactos con la industria fílmica. Están, además, los envíos de material, tanto de las propias películas (aunque la transición de los formatos analógicos a los digitales haya facilitado las cosas) como de toda suerte de recursos de promoción, divulgación y decoración, incluidas las «alfombras rojas», así como su producción. La reducción de la huella de carbono es imprescindible, pero no suficiente, pues hay impactos ambientales que no se miden en forma de toneladas de CO2, como la contaminación acústica y la lumínica.

El Festival de Cine de San Sebastián divulgó el pasado mes de abril a través de su web el informe de evaluación de la sostenibilidad de la edición de 2023, elaborado por la consultora CREAST. El informe destaca el uso de moquetas recicladas y reciclables para el exterior de las dos sedes emblemáticas, el Kursaal y el Teatro Victoria Eugenia, así como la apuesta por priorizar el alquiler o las compras de segunda mano, lo que supone una disminución notable de la huella ecológica en el apartado de materiales. Respecto del año anterior se consumieron un 20 % menos de kilómetros en el transporte de personas invitadas y aumentó el uso de medios menos contaminantes. La sorpresa viene ya en el comunicado oficial que presenta el informe, cuando leemos «Por último, en el apartado de contaminación lumínica, el Kursaal ha reducido las horas de encendido y con ello se estima que se han reducido aproximadamente 30,23 toneladas de CO2 ».

En mi artículo de hace dos años recordaba la agresiva iluminación del Kursaal como un gesto de incoherencia con la sostenibilidad y planteaba el apagado del edificio como un símbolo de buenas prácticas. Que se hayan recortado horas de encendido es una estupenda noticia, pero se puede (y se debe) hacer mucho más. Es esencial que la contaminación lumínica se contemple como un problema en sí mismo, al margen de los equivalentes de CO2. Que no se diga alegremente que como los eventos se producen en espacios interiores «se descarta que se produzcan perturbaciones en el medio», cuando, por ejemplo, en el informe de 2022 se hablaba de mediciones de contaminación lumínica con «un pico máximo de 341,3 Lux», una cifra bárbara que se soltaba inmediatamente después de afirmar que «todas las mediciones que se hacen durante el Festival, con luxómetro y sonómetro calibrados, dan unos valores dentro del rango recomendable». 341,3 lux entra, más bien, en el rango de la tortura. Aplaudo, en cualquier caso, la buena voluntad y el esfuerzo. Por algo se empieza. Que vaya a más y que cunda el ejemplo.

Martin Pawley. Artigo publicado na sección "La noche es necesaria" da Revista Astronomía, nº 301-302, xullo-agosto de 2024.

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